El objetivo es visibilizar todas aquellas situaciones en que este derecho a la salud para las mujeres es vulnerado; proponer reflexiones en el ámbito de la medicina acerca de cómo la práctica médica ejerce poder sobre el cuerpo de las mujeres; desnaturalizar discursos que confunden “mujer” con “maternidad” (obligatoria); repensar la progresiva medicalización del cuerpo de las mujeres; abogar por el derecho de las mujeres a acceder a prácticas abortivas seguras, legales y gratuitas como parte de un programa de salud integral, así como el acceso a métodos anticonceptivos seguros y a la Educación Sexual Integral (ESI); etc.
Se entiende que el derecho de las mujeres a gozar de salud integral es un derecho humano universal, consagrado por el sistema internacional de derechos humanos. La salud integral responde a factores biopsicosociales, de la capacidad de las mujeres de acceder a los recursos para vivir una vida digna, con igualdad de oportunidades y exenta de violencias.
La jornada busca: visibilizar todas aquellas situaciones en que este derecho a la salud para las mujeres es vulnerado; proponer reflexiones en el ámbito de la medicina acerca de cómo la práctica médica ejerce poder sobre el cuerpo de las mujeres; desnaturalizar discursos que confunden “mujer” con “maternidad” (obligatoria); repensar la progresiva medicalización del cuerpo de las mujeres; abogar por el derecho de las mujeres a acceder a prácticas abortivas seguras, legales y gratuitas como parte de un programa de salud integral, así como el acceso a métodos anticonceptivos seguros y a la Educación Sexual Integral (ESI); etc.
FACTORES DE GÉNERO EN LA CONCEPCIÓN DE LA SALUD
Como señala la médica catalana (especializada en endocrinología y medicina con perspectiva de género) Carme Valls Llobet, “estar sana/o implica contar con condiciones favorables para vivir una vida digna, libre de violencias y discriminaciones, tener un trabajo que no se traduzca en explotación, disponer de vivienda adecuada, acceder a una alimentación suficiente, a la educación, a la cultura, contar habitualmente con momentos de descanso y ocio, oportunidades de participación social, un ambiente sano”. Es necesario, además, tener acceso a servicios de salud, con calidad de atención, recursos suficientes y trato humanizado. Si todas estas condiciones se cumplen, las personas, en su más amplia diversidad y sin discriminación, podrán gozar de una salud integral. Valls Llobet, como médica feminista, propone que los servicios sanitarios permitan la reapropiación del “cuerpo como el lugar de una libertad potencial”.
LA MEDICINA COMO PRÁCTICA PATRIARCAL
Las mujeres aprendemos a ser mujeres dentro de estructuras sociales dirigidas hacia el control y sometimiento de nuestros cuerpos, lo que se llama biopolítica. El sistema sanitario es parte de esa "policía social" que ejerce poder sobre nosotras. La medicina nace y se inserta en una sociedad androcéntrica, patriarcal, racista y heteronormativa, que mantiene un desequilibrio estructural de poder donde la mujer es subordinada.
Las manifestaciones clínicas de la enfermedad, la fisiopatología, y la respuesta a los tratamientos médicos están condicionadas por el sexo; del mismo modo que el género influye en la percepción y expresión de los síntomas y el malestar. Es importante destacar que el género también influye en el acceso al sistema sanitario y la relación que se establece con él. Es ingenuo pensar que nuestra biología funciona al margen del sistema político y económico en que se inserta nuestra sociedad, que “normaliza” algunos cuerpos mientras “patologiza” otros. La buena práctica en intervención socio-sanitaria debería poder contemplar las particularidades de género.
Tal como escribe John Harold Estrada Montoya, Doctor en Salud Pública en la Universidad de Colombia, en su artículo La articulación de las categorías género y salud: un desafío inaplazable: “la información epidemiológica enmascara una gran parte de los problemas de mayor prevalencia e incidencia en cada sexo.” Se vuelve necesario prestar atención específica a aquellos “procesos que subyacen a los problemas de salud de hombres y mujeres, y que trascienden el individualismo biomédico, así como estudiar las fuerzas sociales e históricas que por razones de género resultan en desventaja para el disfrute de la salud.”
Una de las violencias más graves que la medicina ejerce hacia las mujeres es la invisibilización de los condicionantes de género, como las desigualdades y la violencia machista, o la sobrecarga del trabajo de cuidados. La medicalización del malestar causado por los condicionantes de género transforma en enfermedad individual lo que es violencia estructural de nuestra sociedad, y actúa como herramienta de control social, legitimando la desigualdad y la violencia hacia las mujeres.
Mercedes Pérez-Fernández, autora del libro El encarnizamiento médico con las mujeres. 50 intervenciones sanitarias excesivas y cómo evitarlas, escribe que la medicina considera a la mujer una especie de "varón enfermo". El problema es que la medicina se construye sobre la imagen de un varón joven, heterosexual y de clase media, de forma que todo lo demás es una "desviación del diseño" (sea niñx, ancianx o mujer). El embarazo da pruebas claras de esto: se transforma a la embarazada en “enferma”.
Por otro lado, el aspecto del negocio es clave. Hay una industria alrededor de la mujer y su fisiología que va mucho más allá de la medicina. El hospital, como sede privilegiada donde ocurren los maltratos y la mala atención a las mujeres, es un concentrado de tecnología que resulta peligroso si se mal utiliza. Los estudios demuestran, por ejemplo, que el parto en casa es más seguro que en el hospital, pues en el hospital el exceso de intervenciones conlleva daños sin beneficios.
En una sociedad patriarcal, la estructura sanitaria ejerce poder de manera directa y brutal, pero también de forma sutil con miradas reprobatorias, censura de temas y problemáticas, imposición de maneras “aceptables” de comportamiento (como bien expresa la llamada "asunción de heterosexualidad": dar por supuesto la heterosexualidad en todas las mujeres en la práctica clínica), etc.
La práctica clínica se ha construido desde una forma de entender y ejercer el poder que caracteriza la masculinidad patriarcal: la autoridad como jerarquía, la dificultad para reconocer y expresar emociones, el mito de autosuficiencia y de invulnerabilidad, el enaltecimiento de la objetividad y el pensamiento racional, entre otras. Estas características se transmiten como “currículum oculto” en las carreras universitarias de medicina y otras disciplinas del ámbito de la salud.
Un informe del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD) reveló que en los últimos 30 años, inició un proceso de feminización en la profesión de la salud. Esto se debe al aumento de mujeres médicas y técnicas de salud, y de inscripciones de estudiantes mujeres a las carreras de medicina en todo el país. Para Gabriela Maure, médica clínica e investigadora del CCT-Conicet Mendoza, la medicina es, efectivamente, “un espacio feminizado, pero es un espacio en el que las voces de las mujeres no son escuchadas y no tienen el mismo peso”. Para esta investigadora, "el proceso de feminización del ámbito de la salud debe ir acompañada por la politización, tanto en la fase de formación como de ejercicio de la profesión.”
Gabriela Maure denuncia, además, que en los hospitales, las mujeres rinden concursos y los ganan, pero luego “se establecen jerarquías en función de si sos varón o mujer (…); a las mujeres se les encargan tareas administrativas, mientras que los hombres son los designados para ocupar los puestos de poder y de toma de decisión”.
FUENTES
-Informe del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD);
-El acceso a la salud de nuestras mujeres. (2018). Retrieved from http://www.unidiversidad.com.ar/el-acceso-a-la-salud-de-nuestras-mujeres
-Informe del Observatorio de Violencia Obstétrica de Argentina.
-Ministerio de Salud de la Nación.
-Encuesta Nacional sobre Salud Sexual y Reproductiva 2013.
- Mercedes Pérez-Fernández (2016), El encarnizamiento médico con las mujeres.