“Las circunstancias en las que viven algunas personas son determinantes sociales de la salud y a veces impiden tomar ciertas prevenciones”, advierte Gabriela Escudero, trabajadora social y docente de la cátedra de Problemática de la Salud de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
El mismo sentido común lo grita: las personas vulnerables suelen transitar situaciones de crisis en peores condiciones que el resto. La posibilidad de que el dengue vuelva a circular entre nosotros no es la excepción. No es lo mismo trabajar en una oficina que hacerlo al aire libre. No es lo mismo poder poner tela mosquitera en las ventanas de nuestra casa que no tener esta barrera. Y tampoco es lo mismo no tener el dinero suficiente para comprar repelente para que no nos piquen los mosquitos, o solo acceder a métodos que no son del todo eficaces.
El dengue es una enfermedad producida por un virus que se transmite a través de la picadura del mosquito Aedes aegypti, previamente infectado. No se transmite de persona a persona y aproximadamente en el 80% de los casos, la enfermedad se cursa sin síntomas. Las infecciones sintomáticas, es decir las que presentan fiebre, dolores musculares y articulares y cefaleas, pueden variar desde formas leves a graves y muy graves, donde se producen otros síntomas como dificultades para respirar, caídas bruscas de la presión e incluso sangrado en las encías. La consulta temprana al médico es vital para controlar el desarrollo de la enfermedad.
Por eso Escudero explica: “En esta patología se tiene en cuenta el riesgo social para determinar los signos de alarma porque es una enfermedad que se puede agravar rápidamente. Entonces, por ejemplo, vivir solo o tener dificultades para acceder a un establecimiento médico para tener atención nos puede poner en riesgo de vida”.
Estos determinantes sociales de la salud “tienen un impacto diferenciado, lo cual genera desigualdades. Siempre tienen peores condiciones de salud los sectores más vulnerables. En el caso del dengue, las formas de prevención son las mismas para todas las personas. Pero las circunstancias en las que vivimos son determinantes que a veces nos impiden tomar ciertas prevenciones”, enfatiza la docente de la cátedra Problemática de la Salud de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
Así, por ejemplo, están en desventaja quienes viven en entornos donde falta el orden y la limpieza, donde hay aguas servidas o no se desmaleza con la frecuencia necesaria como para evitar la reproducción de los mosquitos.
La vulnerabilidad de los extremos
Por otra parte, Escudero también recordó que los “extremos de la vida son más vulnerables también. Las personas gestantes, las personas con discapacidad y los niños y las niñas conforman un grupo importante que en general corre más riesgo que otros”.
En todos estos casos, una vez declarada la enfermedad, hay que estar muy atentos a la evolución porque los cuadros pueden agravarse rápidamente, con consecuencias fatales.
Salida colectiva
Con la prevención como herramienta más efectiva y frente a un panorama de desigualdad entre distintos sectores, la trabajadora social propone ejercitar una solidaridad colectiva.
“No hay que quedarse con lo que uno pueda hacer, con poner esterillas en las ventanas de mi casa, con comprar repelente para mí y mi familia. Hay que descacharrar, no permitir que se reproduzca el mosquito, denunciar las pérdidas de agua en espacios públicos. Si no tomamos conciencia de manera colectiva, no vamos a tener éxito”, cerró Escudero.