El sábado pasado se llevó adelante otra actividad del “Aula viva en el valle de Uspallata”, una jornada intensa colmada de aprendizajes. El sábado bien temprano, entre algunos bostezos y varias sonrisas, estudiantes, egresados/as, intercambistas, personal de la universidad y el equipo coordinador se puso en marcha rumbo al noroeste de Mendoza.
Solcito, viento fresco de primavera y un tornasol de colores en las montañas nos reciben en Potrerillos, la primera parada del día. Se ubicaron a la vera del dique observando que sus aguas están bajas por la temporada de riego. Allí participaron de un mapeo colectivo y aprendieron sobre la geografía del valle del río Mendoza, identificando las características del medio físico-natural así como también las principales actividades socio-económicas de la población que lo habita.
A partir de lecturas disparadoras se originó un debate sobre la importancia del agua en el oasis norte de Mendoza (y en el resto del mundo) a partir de una dinámica en la que cada grupo debe representar a alguno de los diferentes actores intervinientes: los/as agricultores, el sector científico, el Estado, los medios masivos de comunicación, las organizaciones sociales, los/as ciudadanos/as, la minería y el sector industrial. La temática permite explayarse, entrar en discusión, tomar posturas, disentir y consensuar, generando un despertar de conciencia respecto al cuidado del agua, del cual todos y todas optaron por defender.
Ya es mitad de mañana cuando llegaron a la casa de Lorena y Ricardo en Uspallata, en donde practicaron dos bailes típicos del folklore argentino, el gato cuyano y el carnavalito jujeño. Concurso de baile en pareja a pleno sol, aplausómetro para el dúo ganador y luego baile comunitario que hace entrar en contacto con los y las compañeras danzantes. Una ronda que une, ochenta manos enlazadas, cuarenta sonrisas marcadas en los rostros y un latido vibrante que nos dice: somos un todo, iguales en la diferencia.
Eber y Virginia los esperaban para almorzar unas ricas empanadas y un exquisito pollo al disco que acompañaron de charlas. Luego, mientras se relajaron con una breve sesión de masajes, los puesteros del lugar ensillaron los caballos que los llevarían al cerro Siete Colores.
La cabalgata duró alrededor de dos horas, tiempo durante el cual se pudo apreciar el paisaje de la precordillera mendocina, la variedad de colores de las rocas, la vegetación del monte, las retamas florecidas y algún que otro ratoncito de campo cruzando el camino de tierra. Al llegar subieron el colorido cerro y observaron a la distancia y hacia el oeste los picos nevados del Aconcagua.
Después de fotografiar este bello lugar desde las alturas, se participó de una meditación guiada para conectarse con la naturaleza. Respiramos, cerramos los ojos y comenzamos a sentirnos parte de la tierra, el aire y el sol. Encendemos nuestro llamita interior y empezamos a entender lo que ya dijo Galeano alguna vez: somos un mar de fueguitos.
Así encendidos, renovados por dentro y por fuera, se emprendió el regreso a la ciudad.