La mañana del sábado estaba fría. Camperas, gorritos de lana y bufandas se percibían desde lejos cuando uno iba acercándose al punto de encuentro pactado, el escudo de la Plaza Independencia. Allí se encontraba un grupo de estudiantes locales y de intercambio de la UNCuyo, expectantes queriendo descubrir cuál era el porvenir de ese día diferente en un lugar desconocido: el Secano Lavallino.
Salieron en micro cuando la mañana ya clareaba y la ruta 40 era protagonista de los rayos naranjas del sol oriental. Camino hacia el noreste de la provincia hicieron parada en Costa de Araujo para buscar a Guille, el guía que acompañaría e informaría sobre la cultura y la naturaleza del destino escogido, siguiendo vía hacia la comunidad huarpe que les daría acojo durante toda la jornada.
El arco en la entrada del pueblo les dio la bienvenida a La Asunción, aquel paraje de humanidad cercano al ahora seco río Mendoza y situado en medio del árido campo lavallino. Los adobes de la capilla restaurada sirvieron de reparo luego de la pequeña caminata hasta el lugar, mientras los y las visitantes escuchaban la historia de los huarpes, observando en los detalles ornamentales y arquitectónicos el sincretismo cultural y las costumbres religiosas populares.
Con cuatro grupos conformados emprendieron marcha hacia las casas de cuatro familias distintas de la comunidad: la casa de José, el artesano de cuero; la de Jorgelina, la tejedora; la de Juan, el constructor de adobes y la casa de Pablo, el encargado del vivero. Por más de dos horas convivieron con ellos y sus familias haciendo quehaceres con las manos: tejiendo al telar, cortando y trenzando el cuero, preparando el barro y armando los ladrillos de adobe, plantando cactus y aprendiendo sobre sus propiedades curativas.
Los y las estudiantes se fueron soltando, preguntando, interesando en las enseñanzas de aquellas personas que tanto sabían acerca de su oficio y que con tanto amor lo transmitían. Entre sonrisas, mate cocido y sopaipillas fueron empapándose de conocimiento práctico, llevándose consigo el registro en sus retinas y oídos, el sabor de lo creado manualmente, algunas espinas en los dedos, barro en las uñas y pulseras de cuero y lana en las muñecas.
Al mediodía, en el comedor de la familia González ya estaba todo preparado: las mesas puestas, las empanadas recién sacadas del horno y una carne a la olla que se olía desde lejos. Luego del almuerzo, durante la siesta partieron hacia la Reserva Natural Bosques Telteca, donde guardaparques les dieron las recomendaciones para poder disfrutar de ese paisaje natural de la mejor forma y bajo el cuidado respetuoso de la naturaleza.
Con la guía de Guillermo, arrancaron la caminata por el sendero de Las Hormigas, cruzando los médanos de arena y reconociendo las distintas especies de flora nativa. Después de tres horas de trayecto de subidas y bajadas, en el que pasaron por un bosque cerrado de chañares y por una rambla que se hallaba seca, regresaron acalorados y sedientos a Asunción para tomar la mediatarde y hacer la puesta en común.
Allí pusieron toda su creatividad para expresar lo aprendido durante los talleres de la mañana. Con afiches, expresión corporal y explicaciones habladas compartieron sus vivencias y aprendizajes frente al resto de lxs viajeros y de la gente de la comunidad que se había acercado.
Ya de noche, y aunque el cansancio era notorio, quedó tiempo para la despedida y los agradecimientos a participantes, coordinadores del programa, al guía y sobre todo a la gente de esta comunidad que siempre está abierta al intercambio recíproco de saberes.