Por: Valentina Ledda (CONICET, ITP-UNCUYO) y Belén Paz (APP-UNCUYO).
Históricamente, las mujeres han tenido una menor participación en el mercado de trabajo que se refleja en menores tasas de actividad y mayores tasas de desempleo. Por otra parte, cuando ingresan a la actividad laboral presentan mayores tasas de subocupación horaria y peores condiciones laborales. Además, las mujeres se insertan en ramas de actividad relacionadas a los cuidados (trabajo doméstico, enseñanza, servicios sociales y salud) (DNEIyG, 2022). Estas inserciones ocupacionales se encuentran más precarizadas, por lo que suelen presentar menores remuneraciones y ausencia de derechos laborales como el registro en la seguridad social.
Este acceso al mercado de trabajo se encuentra antecedido por la “brecha de cuidados” (Ecofeminita/OXFAM, 2022; Faur y Jelin, 2013), es decir, por la diferencia que existe entre varones y mujeres en el tiempo dedicado a las tareas domésticas y de cuidados. La mayor dedicación de las mujeres al trabajo no pago del hogar explica gran parte de la dificultad de tener un trabajo remunerado o poder dedicar más horas al mismo [1]. Adicionalmente, las mujeres tienen menos tiempo y oportunidades para educarse, para participar en política y para el ejercicio de otros derechos en igualdad de condiciones (CEPAL, 2021).
Las políticas públicas tienen la posibilidad de compensar o reducir las desigualdades originadas en otros ámbitos, pero también pueden reproducirlas, aumentarlas e incluso constituirlas como tales (Adelantado et al., 2000). Estas políticas no son neutrales al género y, por lo tanto, no incluir esta perspectiva contribuye a reproducir las inequidades y actos de discriminación presentes en las áreas de la vida social, entre ellas, el mercado de trabajo.
Para incorporar esta mirada, entre otros aspectos, es necesario contar con datos e información que indiquen las problemáticas que enfrentan mujeres y diversidades. Entendemos que un sólido diagnóstico en base a datos concretos es crucial para planificar políticas que se orienten a revertir inequidades.
A partir de este enfoque es que se pone a disposición esta breve revisión, análisis y reflexión sobre la evolución de algunos indicadores laborales que muestran cómo ha sido la situación de las mujeres en el mercado de trabajo nacional y provincial en los últimos cinco años.
Los indicadores que se exponen son la tasa de actividad, la tasa de desempleo, la tasa de subocupación y la tasa de no registro en asalariados/as [2]. Estos datos muestran la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, las dificultades a las que se enfrentan y las brechas respecto de las tasas que presentan los varones [3].
La fuente de datos utilizada es la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que realiza el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) de forma trimestral para los principales 31 aglomerados urbanos del país. La información se presenta a nivel nacional y para el aglomerado de Gran Mendoza. Esta fuente tiene la limitación de generar estadísticas binarias respecto del género. Se utiliza la variable sexo para dar cuenta de diferencias de género, aunque entendemos que son conceptos teóricos distintos: el género es una categoría construida social y culturalmente que refiere a roles, comportamientos, actividades y atributos que asigna una sociedad determinada a personas femeninas, masculinas, trans, no binarias, entre otras (UNWomen, s.f.), mientras que el sexo refiere a la biología, es decir, al sexo asignado al nacer (Borisonik et al., 2017).