Abre la puerta del local de CONAMURI (Coordinadora Nacional de Mujeres Campesinas e Indígenas) de la calle Yegros al diez mil, a pocas cuadras del centro de Asunción. Tiene cincuenta y cinco años y está cargada de sueños y propuestas en pos de fortalecer la organización de un sector siempre olvidado, los campesinos, y dentro de ellos, la batalla para que el género femenino tenga seguridad social.
-Dado que sólo doce mujeres han recibido este premio, que se otorga desde 1901, ¿Cuál es el sentimiento que emerge al enterarse que es candidata al Nóbel de la Paz?
Realmente yo no lo esperaba entre tantas preocupaciones y actividades que tengo; no entendía muy bien cómo era esta cuestión cuando me llamaron y me comunicaron la nominación. Para mi es un honor que se la concedan a alguien que pertenece a un sector tan relegado y sufrido como es el campesino. Para mi esta nominación significa el resultado de la lucha de nuestro pueblo, yo se la dedico a éste pueblo porque creo que es el producto de la acumulación, no sólo de mi lucha sino de todos los campesinos, después de los tiempos difíciles que hemos pasado en la dictadura y ahora en ésta gestión, que es una dictadura disfrazada de democracia. Porque la libertad que supuestamente se logró a partir de 1989, es muy restringida, ya que continúan los atropellos a los Derechos Humanos y la violencia contra el pueblo. Ojalá que esta nominación sirva para seguir defendiendo a la gente, instando al gobierno para que pare la violencia contra nuestro pueblo y nos escuche.
Para sus compañeras, que la llaman Magui, es un ejemplo porque ha dedicado toda su vida a la lucha. Pasa poco tiempo en la ciudad, ya que siempre está viajando hacia asentamientos, para dar charlas u organizar a las comunidades. Cuando puede va a ver a su familia, en el departamento de Caaguazú, donde la esperan su esposo, su hijo Fidel, que es maestro en un asentamiento campesino muy pobre, y sus nietos. Su segunda hija, Marta, está por concluir su carrera de enfermería en Cuba.
La sede central de CONAMURI es una construcción pintada de amarillo, alargada hacia el fondo y tiene varias habitaciones para alojar a personas de otras localidades o países. Rodeada de afiches que aluden a distintos eventos y organizaciones, Magui está sentada en el salón, lugar de encuentro de las militantes. Detrás de ella hay una vasta biblioteca.
¿Cuándo y por qué comenzó tu participación política y social?
Comencé a militar en mayo de 1971, cuando tenía 21 años, en la Juventud Agraria Católica, conjuntamente con las Ligas Agrarias Campesinas que habían surgido en la década del 60, y que han tenido importantes luchas en nuestro país, pero también han sufrido las más bárbaras represiones y la desarticulación en 1976, por parte de la dictadura de Alfredo Stroessner. Ese régimen cometió atrocidades contra todo nuestro pueblo. Toda mi vida forma parte de la organización y de la lucha. Cuando era chica vivía con mis padres, trabajaba con ellos en la chacra, cultivando la tierra, en el departamento de Caazuagú, donde se mudó mi familia cuando yo tenía tres años, porque nací a 50 kilómetros de la capital. Formábamos una familia muy pobre, la comunidad estaba bastante aislada y no teníamos ni camino. Yo entré en la escuela, pero como era la primera de diez hermanos y varios no podían estudiar, vine a Asunción a trabajar por dos años de empleada doméstica, para ayudar a mis padres. De aquí me fui a Misiones, en el sur paraguayo, ya para incorporarme a la organización del MCP (Movimiento Campesino Paraguayo). Allí comencé a entender mi realidad, la realidad campesina; porque mis padres era y son muy religiosos, entonces todas sus interpretaciones y explicaciones venían de allí: “ser pobre era bueno y al morirse todo el mundo se va al cielo, es decir, que era bueno sufrir”. Pero a mí no me convencía eso, yo buscaba algo más. Me acuerdo cuando vine a Asunción; por primera vez que vi las manzanas, por primera vez vi casas lindas, gente que vive en la opulencia, y desde allí fue más profundo mi cuestionamiento: ¿por qué somos pobres y por qué mi papá se va a la chacra antes de salir el sol y regresa al anochecer y seguimos siendo pobres?. El día que me incorporé a la organización me llevaron a una comunidad para hacer tres días de curso y allí es que me di cuenta quiénes son los que nos mantienen en esta situación de pobreza y explotación, desde ese momento nunca me alejé de la lucha.
¿Cuál es su función dentro de las organizaciones?
Mi organización es el Movimiento Campesino Paraguayo (MCP), fundado en 1980. Nosotros tenemos organizadas a las mujeres en la Coordinación de Mujeres Campesina (CMC), que se fundó en noviembre de 1985 en una histórica marcha, la más grande movilización de mujeres campesinas. Todo ese proceso de lucha de las mujeres del campo e indígenas ha dado pasos interesantes en el país para la conformación de CONAMURI, que es el resultado de esa experiencia de organización y lucha de varios grupos de mujeres y mixtos también. Estuve participando desde el primer momento para la conformación de CONAMURI desde 1999, cuando se hizo la primera asamblea de mujeres y donde se decidió mantener la idea de crear una organización campesina e indígena en Paraguay. Desde 1999 hasta octubre del 2004 estuve ocupando la Secretaría de Relaciones, dentro de la Dirección Nacional, que es colectiva. Ahora represento a mi región en la organización y, a nivel nacional, trabajo específicamente con las comunidades indígenas y con las jóvenes. Estoy tratando de fortalecer a la organización en esas áreas. Estoy también en la Plenaria Popular Permanente, que forma parte del frente popular por la lucha por la Vida y la Soberanía, representando a CONAMURI, que es una instancia más política donde hay organizaciones sindicales, campesinas, estudiantes y partidos políticos de izquierda.
Magui conoció algunas detenciones además del exilio y retornó al país en forma clandestina en 1975. Trabaja incansablemente en el caso Silvino Talavera, el niño que falleció a causa de agrotóxicos en 2003, articulando espacios de discusión, paneles, debates, denuncias, búsqueda de recursos y apoyo en la Corte Suprema de Justicia y el Parlamento. Coordina con la Dirección Nacional de CONAMURI en ésta tarea intensa y específica y desde hace dos años que acompaña el caso, según ella, porque no tiene hijos pequeños y puede estar más tiempo en la capital y desplazarse por cualquier lado.
¿Cuál es su opinión sobre el caso Talavera, ahora que se expidió el tribunal dándole dos años de prisión a los empresarios sojeros germanobrasileños Lauro Laustenlager y Herman Schlender, siendo éste el primer y único caso de condena en Paraguay?
Es un caso complicado y problemático, de mucha presión tanto desde nuestra parte para con el Estado, como de los empresarios sojeros como Monsanto, que luchan para que éste caso quede impune. En Paraguay han ocurrido cientos, miles de muertes por agrotóxicos, que nunca se han llegado a la justicia.
¿Qué papel juega el Ministerio de Salud?
No hace nada. Sería muy interesante que se hiciese un recuento de las gestiones anteriores, aunque no sabemos si tienen datos, porque cuando comienzan las denuncias y las presiones de las organizaciones, ellos comienzan a minimizar la cuestión y los documentos informan síntomas de tipo “dolores de estómago”, “diarreas”, “vómitos”, pero las causas del por qué no están especificadas. En cambio la gestión actual no puede hacer caso omiso porque somos muchos más lo que presionamos y tenemos mucho más apoyo y recursos para difundir la problemática situación. Pero el Ministerio es la única institución que puede dar datos sobre esto; ojalá haga una investigación, pero es muy complicada la situación porque allí hay gente que apoya el cultivo de la soja transgénica y con ellos es muy difícil acordar, para cambiar la situación y que todos conozcan el porqué de las muertes.
¿Qué experiencia quedó después de éstos dos años de lucha por condenar a los responsables de la muerte de Silvino?
A pesar del dolor, la experiencia fue muy interesante en el sentido de que hubo una participación masiva durante todo el juicio, tanto de la parte querellada como de las organizaciones campesinas del departamento de Itapúa (donde ocurrió el hecho). Fue interesante porque el juicio acercó a varios técnicos especializados en toxicología, médicos que atendieron a Silvino y otros que no. Entonces todo el juicio fue un gran debate y circuló mucha información y se vislumbraron las contradicciones. Ni los jueces ni los fiscales estaban preparados para este juicio, en el que el tema central era la muerte por causa de agrotóxicos. Fue educativo hasta para los sojeros, aunque ellos llevaban a un grupo grande de campesinos y productores brasileños al tribunal para utilizarlos como presión, sin embargo ellos salieron pensando y aprendiendo que los agrotóxicos matan y son peligrosos para la salud del ser humano. Los sojeros decían que CONAMURI y otras organizaciones hacían una campaña en contra del cultivo de la soja para condenarnos, pero finalmente se concientizó a la gente. Ahora estamos enfrentando otra realidad, la apelación de los sojeros, en segunda instancia y no sabemos cuál va a ser la decisión del tribunal. En éste país puede ocurrir cualquier cosa, por ejemplo que los condenados (cultivadores de soja transgénica) salgan absueltos de culpa y pena, que le bajen el tiempo de la condena.
¿Cómo ve la situación de los campesinos, y en particular de los niños en las zonas rurales?
Mal. Viven en las peores condiciones porque no tienen asegurada la alimentación para su buen crecimiento, no tienen baños higiénicos, con agua, y eso genera enfermedades. La mayoría carece de calzado, vive entre los animales, el perro, el chancho, las gallinas y los patos todos juntos en la casa; no tienen abrigo. Así viven los niños en este país donde hay tanta pobreza por la falta de distribución equitativa de las riquezas. El futuro es incierto. No estamos seguros si alguno va a poder estudiar, hay mucha desnutrición avanzada y lo poco que el campesinado produce, alimenta pero no es suficiente porque hay que diversificar la alimentación. Nadie se preocupa por el sector campesino, por desarrollar su capacidad de producir, para que conozcan los valores nutritivos de cada alimento y así mejorar su condición de vida. La gente no sabe y no tiene la culpa, nunca nadie se ha preocupado ni desde el Estado ni de los medios de comunicación, para cambiar la situación. La propaganda está hecha en pos de crear más dependencia económica. Entonces la gente también va perdiendo el interés por la falta de apoyo y de créditos .Además, hay una cuestión importante que es la descomposición del medio ambiente, las plagas que se van reproduciendo y cada vez con más resistencia y en cuanto a los agrotóxicos hay un desequilibrio cada vez más grande.
¿Qué es la paz sino bregar por el bienestar de todos y en todos los aspectos de la vida humana? Hacer ésta pregunta implica un reconocimiento y una conciencia formada de tal manera que todos sepan quienes son los que hacen que en una sociedad haya una brecha tan grande entre ricos y pobres, y quienes son los que intentan borrar las distancias.
Magui Balbuena representa, a todas luces, al 50 por ciento de población campesina existente en Paraguay, que busca un futuro más justo.
Pamela Damia
pdamia@perio.unlp.edu.ar
APM/Agencia Taller
Enviada Especial a Asunción