En 1910, la II Conferencia Internacional de la Mujer, reunida en Copenhague, proclamó el 8 de marzo como “Día Internacional de la Mujer” por iniciativa de Clara Zetkin, militante socialista. Se eligió el 8 de marzo en conmemoración de las luchas de las mujeres obreras en reclamo de mejores y más justas condiciones de trabajo.
A lo largo de los cien años transcurridos desde entonces los diversos movimientos de mujeres y feministas han ido incorporando nuevas demandas de justicia, igualdad y libertad para habitar un mundo mejor, un mundo donde quepan todas las personas, varones y mujeres, blancas y negras, indias y mestizas, donde la pobreza no sea una condena, como lo es hoy para la mayoría de las mujeres, donde la violencia de cada día no devore sus vidas, donde sean posibles diversas y múltiples maneras de ser, habitar, interpretar y actuar.
Si bien hemos avanzado bastante en estos años, aún queda mucho por hacer.
Rememoraciones en torno del 8 de marzo
Por Alejandra Ciriza, Directora del IDEGE
Tráele un recuerdo bueno, uno de esos que sirven para ver hacia delante y lejos, uno que le haga levantar la mirada y andarla largo y hondo. Dile que mire hacia delante, no al día siguiente, no a la próxima semana o al año entrante. Más adelante, más allá. No le preguntes qué ve. Sólo mírala mirar hacia delante.
Subcomandante insurgente Marcos
México, marzo del 2000
Me gusta comenzar a escribir acerca del 8 de marzo recordando las palabras de un varón, Marcos, el Subcomandante Insurgente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, escritas en algún lugar en las montañas del sureste mexicano, también a propósito del 8 de marzo. Traer a la memoria sus palabras cuidadosas sobre y para las mujeres un 8 marzo, el día en que se conmemora el día Internacional de las mujeres no es, para mí, solamente un ejercicio de memoria sino también una forma de interpelar, de invitar a otras a recordar, de compartir con ellas la memoria, a sabiendas de que sólo se puede, como dice Marcos, mirarlas mirar hacia delante, lejos, largo y hondo.
Como la mayor parte de las conmemoraciones el día internacional de las mujeres es una suerte de nudo de confluencia y dispersión de múltiples significaciones, una fecha en torno de la cual se tejen y destejen recuerdos y olvidos. El modo como se entrelazan esos recuerdos y esos olvidos depende del presente, pero también del pasado y de cómo miramos hacia lo por venir.
Mucho tiempo ha transcurrido desde la huelga de las obreras neoyorquinas, en 1908, en que 129 operarias murieron carbonizadas en una fábrica textil de Nueva York. La protesta se realizaba en reclamo por la disminución de la jornada de trabajo y desató, como respuesta, la orden de quema del local con las trabajadoras dentro. Dos años después Clara Zetkin proponía ante la Conferencia de Mujeres Socialistas el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer en memoria de aquel brutal acontecimiento. El 8 de marzo, en los albores del siglo, parecía haber nacido con la marca de la lucha de las mujeres trabajadoras por sus derechos, ligada a sectores específicos, a los duros combates por derechos laborales y mejores condiciones de trabajo. La imagen de un 8 de marzo mexicano fotografiado por la inolvidable Tina Modotti parece reafirmar la inscripción de la fecha en una tradición de socialismos y obreras, de rememoración de una parcialidad: la de las mujeres trabajadoras.
Un 23 de febrero de 1917, es también, aunque suene paradojal, uno de los 8 de marzo. Ocurre que era 23 de febrero según el calendario juliano que entonces regía en Rusia, pero 8 de marzo en el calendario gregoriano en uso en otros lugares: en esa fecha, digamos, un 8 de marzo, las mujeres de San Petersburgo salieron a la calle. Entonces los soldados rusos muertos en la guerra superaban los 2 millones, y las mujeres, demandando por pan y paz, constituyeron un importante factor que precipitó la caída del zar, que fue forzado a abdicar. El gobierno provisional que lo sustituyera otorgó a las mujeres rusas el derecho de sufragio.
A lo largo de los muchos 8 de marzo que han jalonado la historia de las mujeres la fecha fue llenándose de significaciones no necesariamente continuas, no necesariamente compatibles, sino más bien variadas y múltiples, ligadas a hilos de memoria fragmentarios y dispersos, discontinuos, como la historia discontinua de los movimientos de mujeres.
Si a comienzos de este siglo el 8 de marzo estaba indudablemente unido a las tradiciones de lucha de la clase obrera, desde mediados de siglo, y fundamentalmente a partir de la década de la Mujer, inaugurada en México en 1975 y de las cuatro conferencias mundiales sobre la mujer, convocadas por las Naciones Unidas y por los foros paralelos de Organizaciones No Gubernamentales, el día Internacional de la Mujer se ha constituido como fecha para la realización de conmemoraciones diversas. Conmemoran el día de las mujeres los organismos del estado, pero también las organizaciones no gubernamentales, se llevan adelante esfuerzos en favor de los derechos de las mujeres trabajadoras, pero también la agenda incluye derechos sexuales y reproductivos, acciones en contra de la violencia, pedidos en favor de mujeres condenadas a prisión, mutilación o muerte, como la nigeriana Safiya o campañas en favor de los derechos de las mujeres violadas en las guerras interétnicas de la antigua Yugoeslavia.
Indudablemente el horizonte se ha ampliado. Horizontes de clase y de etnia, horizontes etarios y políticos: hoy el 8 de marzo interpela a más mujeres, convoca a escenarios mundiales, incluye demandas diferentes de las iniciales, interpela a otras sujetas y sujetos. Pero también es claro que, así como la convocatoria se ha ampliado no pocas veces muchos significados se han difuminado tras gruesas cortinas de olvido.
Es por esto saludable traer a la memoria lo acontecido en algunos 8 de marzo, rememorarlo a sabiendas de la inutilidad de los esfuerzos en procura de la unanimidad.
Probablemente pocos movimientos sean tan reacios a la uniformidad como el de mujeres. Extenso, tanto como el planeta, variopinto, tanto como nosotras mismas, incluye a mujeres de sectores populares y a mujeres ilustradas y emancipadas, a políticas, ligadas a aparatos partidarios y movimientistas, a feministas “modernas” y “posmodernas”, a socialistas y liberales, a hindúes y latinoamericanas, a norteamericanas y afganas, a hetero y homosexuales. Es verdad que, habitado por la irreductible diferencia y también por las desigualdades entre nosotras, las mujeres, el día internacional de las mujeres puede convocar fácilmente la imagen del mosaico, del abanico, de la dispersión y la fragmentariedad. Sin embargo también convoca, precisamente por esto de internacional la imagen de un movimiento sin fronteras.
Tal vez de eso se trate para mí en este 8 de marzo en que intento interpelar a otras muchas para mirar hacia adelante, de compartir una mirada hacia delante pero también hacia atrás, de recuperar, a pesar de las muchas diferencias entre las mujeres un pasado que puede pertenecernos a todas, a todas aquellas que deseen recordar que las primeras luchas de las mujeres lo fueron en procura de derechos, de justicia, de paz.