Como varios de sus colegas, y por falta de oportunidades, emigró a los Estados Unidos en 2005 junto a su esposa y su hijo para dedicarse de lleno a su especialidad, la bioinformática. El Programa Raíces para repatriar cerebros fugados.
¿Por qué volver? “Me movilizaron mucho los afectos –dice el científico– y la idea de volver al lugar donde me eduqué. Acá se puede hacer buena ciencia y construir algo.”
El químico Adrián Turjanski no está acostumbrado a la exposición mediática. Ni a las fotos ni a las entrevistas. Ni a que la presidenta lo mire a los ojos y le diga con cariño “Adrián”. Sin embargo, Turjanski se las banca bastante bien. Hasta parece entrenado: espera la pregunta, mira a cámara, cruza los brazos, no se pone nervioso. Es el repatriado científico número 600 por el Programa Raíces, una red de vinculación de científicos argentinos residentes en el exterior lanzada en 2003 y ahora convertida en política de Estado. Y aunque tanta atención lo marea, responde casi de libreto a la pregunta básica de “¿por qué volver?”. “Me movilizaron mucho los afectos y la idea de volver al lugar donde me eduqué --dice--. Creo que acá se puede hacer buena ciencia y construir algo. No me mueve sólo lo material”
-¿Sabía que usted era el repatriado 600?
–No, me enteré apenas volví al país y me reinserté como investigador de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
–¿Cómo ve la situación?
–Creo que el panorama mejoró mucho para hacer cosas.
–Pero ¿por qué se fue?
–Porque quería tener la experiencia de trabajar afuera y se dio. Me fui al Instituto Nacional de la Salud a las afueras de Washington, Estados Unidos. Eso fue en 2005.
–¿Cuál es su especialidad?
–Siempre me interesaron tanto los sistemas biológicos como las computadoras y pude combinarlo: me dediqué a la bioinformática.
–La bioinformática explotó con el Proyecto Genoma Humano.
–Así es. La secuenciación de ADN genera mucha información. Entre tantos datos me encargo de obtener conocimientos. Las proteínas son muy complejas. Son moléculas que tienen muchísimos átomos y que adquieren una estructura tridimensional para desarrollar sus funciones. Si uno las mira son arquitectónicamente algo precioso. Yo las simulo en computadoras.
–O sea, su laboratorio es la computadora.
–Exacto. También veo cómo una droga interactúa con una proteína. La bioinformática puede ayudar mucho si algún químico orgánico quiere modificar esa droga para que sea más efectiva contra una enfermedad.
–¿Hay proteínas lindas y otras más feas?
–Claro que sí. Algunos me dicen que estoy medio loco porque me paso todo el día mirando proteínas en la computadora.
–¿Sintió la competitividad del sistema estadounidense?
–Tuve la suerte de ser ahí el experto en lo que hacía. Lo malo es que estaba demasiado aislado. También me sentía en una juguetería: golpeaba una puerta y estaba el tipo que había escrito el libro que yo había leído.
–¿Qué fue lo malo de trabajar afuera?
–Siempre me sentí un extranjero. Lleva mucho tiempo adaptarse, no me fue fácil.
–¿Siempre supo que volvería?
–Sí. Tenía intenciones.
–¿Conoció científicos argentinos que no quieren volver?
–Sí, hay mucha gente que aún no quiere volver. Cada uno tiene sus argumentos. Hay gente que consiguió pareja allá, hay quienes ya tuvieron hijos y están los que no tienen vínculos con el sistema científico nacional, que se fueron ni bien terminaron la carrera.
–¿Y qué visión se tiene afuera del científico argentino?
–Se cree que la formación es excelente. Me preguntan si tenemos gente para mandar. Antes los que volvían lo hacía por vocación porque estaba muy difícil regresar. Hoy, en cambio, cuando quise volver ya tenía ofertas de trabajo. Si bien uno se queja, podríamos estar mucho peor.
En el exterior no son unos pocos
El número de científicos repatriados desde 2003 parece grande (son 605 y el número uno fue el matemático Javier Fernández del Instituto Balseiro), pero la cantidad de investigadores criollos en el exterior es mayor: según la ingeniera Agueda Menvielle, coordinadora del Programa Raíces, hay unos 6 mil científicos argentinos trabajando fuera del país. De ellos, se tiene contacto y registro de unos 4.500.
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22 de noviembre de 2024