La aplicación de la Ley de diferimiento impositivo en los años ´90 generó inversiones en el sector olivícola que se tradujeron en un importante aumento de la superficie implantada con olivos, la introducción de nuevas variedades y una mejora de la tecnología agropecuaria en el sector.
El incremento en la demanda de plantas obligó a los viveristas a introducir técnicas modernas de producción masiva de plantines y a importar nuevas variedades, arriesgando el patrimonio fitosanitario del país con la introducción de plagas cuarentenarias. Esto condicionó a los responsables de los viveros a la producción de plantas de calidad y sanidad controladas. Para ello se hizo necesario programar aplicaciones frecuentes de plaguicidas, generando un ambiente tóxico en el que trabajan los operarios de estos viveros.
¿Qué nivel de toxicidad genera la producción de olivares en el centro-oeste del país?, la zona por excelencia de esta industria en la Argentina. Responder esta pregunta fue el objetivo de un grupo de investigadores de la facultad de Ciencias Agrarias de la UNCuyo, que realizaron una encuesta a los ingenieros agrónomos encargados de algunos viveros de Mendoza, San Juan, La Rioja y Catamarca. A ellos les consultaron sobre las plagas o enfermedades que controlan, qué plaguicidas utilizan y con qué frecuencia, para determinar el riesgo de contaminación ambiental y de intoxicación de los operarios que trabajan con las plantas. El resultado: algunos productos son muy nocivos para el suelo y para las personas que los manipulan.
Qué se midió, qué se encontró
Para calcular los indicadores de riesgo, el equipo de investigadores –liderados por la ingeniera agrónoma Marta Susana Del Toro- se aplicó el coeficiente de impacto ambiental de plaguicidas (CIAP) que considera el riesgo del trabajador rural, el riesgo ambiental y el riesgo del consumidor, aunque éste último no fue considerado. Igualmente, Del Toro apuntó que “los consumidores pueden estar involucrados si compran plantas tratadas y las tocan con las manos, no por consumo como alimento”.
Como bien detalló la ingeniera de la UNCuyo, las variables para calcular el CIAP incluyen la medición –en cada plaguicida- de su toxicidad crónica, toxicidad dermal, toxicidad en abejas, aves, peces y artrópodos benéficos, su persistencia en suelo y en la superficie de la planta y, por último, la potencial pérdida de suelo tras el tratamiento. Cabe destacar que todos los viveros auditados para conocer la calidad de plantas que producen y si los vegetales se encuentran dentro de los estándares de calidad están inscriptos en el INASE (Instituto Nacional de Semillas).
“En general, los productos con mayor CIAP son los plaguicidas de amplio espectro de acción, como son los insecticidas organofosforados y los carbamatos, que son altamente tóxicos para la fauna benéfica, la fauna acuática, las aves, mamíferos y el hombre”, aseguró Del Toro acerca de lo que encontraron tras el estudio. Por ejemplo, los productos con metidation, clorpirifos y dimetoato, muy usados en viveros por su bajo costo, están entre los organofosforados que contaminan.
Como bien aclara la investigadora consultada, aún no se ha determinado fehacientemente qué consecuencias para la salud de una persona tienen estos contaminantes al manipularlos, “pero ya hay trabajos que hablan que el clorpirifos puede producir roturas de cromosomas y se dice que los piretroides son disruptores endócrinos. El mayor problema lo tienen los obreros, que no siempre están con las ropas de protección puesta”, advierte Del Toro.
¿De qué manera se puede bajar la contaminación con plaguicidas en estos viveros? Según la agrónoma, estos se lograría “haciendo difusión entre los viveristas del manejo de tecnologías menos contaminantes”, como así también “del uso de plaguicidas de bajo impacto ambiental y banda toxicológica verde (poco peligrosos)”.