Por Pablo Ramos
APM/Agencia Taller
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“Del éxtasis a la agonía/ oscila nuestro historial./ Podemos ser lo mejor, o también lo peor,/ con la misma facilidad“, dice la banda de rock Bersuit Vergarabat, en el tema que ya podemos definir como himno “La argentinidad al palo (Se es)”. Los artistas siempre resumen mejor que cualquier analista lo que sucede en su tiempo. Hasta hace pocos años (2001) muchos habitantes de esta bendita tierra estaban enamorados de la convertibilidad entre nuestra moneda –el peso- y el dólar, que una ley fijaba a una paridad de 1 a 1 (un peso igual a un dólar). Los acontecimientos nos pasaron por encima y se devaluó la moneda hasta un 300 por ciento –recordemos que llegó a valer 4 pesos por dólar- estabilizándose hace ya un tiempo en alrededor de 2,90 pesos por cada dólar.
Ahora, tras 31 meses de expansión económica, por lo cual ya no se puede hablar de rebote o reactivación, se vuelve a instalar el tema sobre el valor más conveniente para el tipo de cambio. Pero ¿realmente se instala el tema? Como en cualquier tipo de discusión donde hay en juego importantes intereses, la casi absoluta mayoría de lo que se diga y escriba obedece a estos mismos intereses. Es decir, se trata de operaciones de lobby, sin más que agregar.
Por eso se torna necesario desenmascarar a quienes se encuentran detrás de la pregunta ¿tipo de cambio alto o tipo de cambio bajo?
En principio, una aclaración. En 200 años de estudio de la economía política como ciencia, el capitalismo nunca ha generado un sistema que solucione la totalidad de los problemas económicos. Cualquier política que se mencione tiene sus detractores, cualquier modelo tiene su talón de Aquiles. El capitalismo se guía por ciclos, y las crisis se reiteran siempre porque son inherentes a su esencia. En síntesis, no hay modelo perfecto.
Esto conviene aclararlo porque los argentinos somos muy propensos a enamorarnos ciegamente de una medida económica concreta más que de un programa integral. En términos académicos, nos inclinamos más por la política económica antes que de la economía política. Siempre esperamos la medida, el decreto, la ley que nos haga felices para siempre, sin tener en cuenta que cualquier avance –en toda área- es el producto del esfuerzo, el trabajo y el tiempo.
Por eso, creemos que la discusión sobre el tipo de cambio no es central a la solución a los problemas económicos que atraviesa Argentina y sus vecinos, sino está encuadrada dentro de un programa integral de desarrollo económico y humano.
Volvamos a los intereses detrás de la discusión planteada. ¿Quienes piden un dólar a tres pesos? Aquellos sectores que se benefician a través de exportaciones que se pagan en dólares y costos internos que se pagan en pesos, por un lado, y por otro los abastecedores del mercado interno que compiten con productos importados ahora más caros.
Para el primer caso, nos referimos a los productores agrícolas y mineros. Aún hoy, con retenciones al agro del 20 por ciento y al petróleo y gas natural del 45 por ciento, las exportaciones de cereales, oleaginosas, carnes, lácteos e hidrocarburos son un jugoso negocio. Este año y en 2006, Argentina va a producir 40 millones de toneladas de soja, con ventas al exterior de todo el complejo sojero (porotos, harinas y aceites) por más de 15.000 millones de dólares. Para entender mejor, de cada cinco barcos que parten cargados de cereales u oleaginosas, uno completo queda para las arcas públicas a través de las retenciones.
Ni hablar del petróleo, donde el barril va directo a los 70 dólares, mientras que el costo de producción argentino es –según las autoridades de la empresa estatal ENARSA- de sólo 8 dólares.
Aún con estas retenciones, las exportaciones de productos primarios y manufacturas de origen agrícola (MOA) son altamente rentables. Pero, como se trata de empresas privadas, siempre se busca la mayor ganancia, y por este motivo estos sectores hacen lobby para que el dólar no caiga de los 2,85 pesos, por un lado, mientras que utilizan los canales corporativos para exigirle al Gobierno la eliminación inmediata de los impuestos a las exportaciones o comercio exterior.
Luego se encuentran los industriales entre el grupo que pide un dólar alto. Por dos motivos: los que exportan, por motivaciones similares a los expuestos para el agro y la minería de extracción; y los que abastecen sólo al mercado interno debido a que así se evitan la competencia extranjera.
Aunque Argentina no es una gran exportadora industrial, es cierto que las ventas externas de productos manufacturados han tenido un comportamiento singular. Por un lado, gracias a lo que se ha dado en llamar “comercio intraempresas”. En este ítem hay que destacar las ventas del sector automotriz y autopartista. Por ejemplo, en 1989 la firma alemana Volkswagen construyó en la provincia de Córdoba una planta para la fabricación de 200.000 cajas de cambio anuales para abastecer la demanda argentina y brasilera. Hoy, a raíz de la baja de los costos por la devaluación de 2001, se está elevando la producción para llegar al millón de unidades, y abastecer también a las filiales de la Unión Europea (UE). Esto se lo deben al tipo de cambio alto.
Los productores industriales que se dedican sólo al mercado interno, piden un dólar alto para defenderse de la “invasión” de productos importados, de China y Brasil fundamentalmente. Este sector es el que más insiste por un dólar más alto aún que el vigente –algunos de sus voceros dicen que debiera costar 3,10 pesos- aunque ante el avance de la producción oriental poco se pueda hacer en una economía que se reconoce como “de mercado”.
Por último, el sector turístico receptivo de extranjeros –que en los últimos años ha multiplicado la visita a Argentina- aunque en silencio, pide también por un dólar alto.
Como contrapartida, los sectores que claman por un tipo de cambio más bajo están un poco más “enmascarados”. Los economistas más ortodoxos, defensores de lo realizado en la década del 90 –cuando no funcionarios durante ese período- ligados a los sectores financieros y un importante número de periodistas dedicados a la economía, son sus mayores voceros. ¿Pero a quienes representan?
Podemos mencionar como los principales impulsores de la revaluación del peso a las empresas extranjeras de servicios, a los organismos internacionales, los acreedores externos y –con menor capacidad de lobby- a los importadores, a los que deben sumarse el sector de la sociedad argentina que el genial Arturo Jauretche definió como la “tilinguería”, y que días atrás fueron mencionados por el ministro de Economía Roberto Lavagna como “los que ganan en pesos y gastan en dólares en Punta del Esta (Uruguay) o Miami (EE.UU.)”.
¿Por qué las empresas de servicios de origen extranjero? Por dos motivos principales: durante la convertibilidad del peso con el dólar, las compañías que brindaban servicios públicos tuvieron altísima rentabilidad gracias a los precios altos y al valor del peso. Ergo, eran muy rentables en dólares.
Además, en su carácter de empresas de servicios, dependen del mercado interno; es decir, no pueden -como las industrias- aprovechar el cambio de condiciones para exportar porque lo que venden no es transable. Hoy, aunque todas volvieron a reportar ganancias, esas utilidades son en pesos, que vale la tercera parte de lo costaba un lustro atrás.
Luego ubicamos a los organismos multilaterales de crédito, que para Sudamérica son el fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). ¿Por qué piden un peso revaluado? Porque así cada peso que recauda el Estado nacional significan más dólares, que es la moneda en la cual se le deben honrar los compromisos. A un dólar más alto, menos capacidad de pago.
En esta sintonía se encuentran los acreedores externos. Para ejemplificar, la Tesorería argentina va a tener un superávit de 15.000 millones de pesos, que en su mayoría se van a destinar al pago de los compromisos con el FMI. Esa cifra equivale a un poco más de 5.000 millones de dólares debido al valor del dólar; si se dejase revaluar el peso, se podrían pagar más dólares.
Entender a los importadores es sencillo: con un peso barato se hace muy difícil importar. Sería el grupo más “sensato” entre los “lobbystas”.
También habíamos mencionado a los “tilingos” como los defensores de un dólar bajo. Paradójicamente, este sector es el más indefendible de todos, ya que no priva en ellos ningún criterio económico, sino una gama que va desde lo clasista hasta lo esnob.
Estos son los sectores que se encuentran detrás de la puja por el precio del dólar.
Hasta aquí mencionamos quiénes están detrás de cada una de las posiciones antagónicas del “debate”. Ahora vamos a tratar de explicar en forma desapasionada qué significa un tipo de cambio alto o bajo.
¿Qué sucede cuando una economía tiene un tipo de cambio alto? Ese país se vuelve barato para los extranjeros; es probable que aumente el turismo hacia esa nación y que se incrementen las exportaciones. También puede llegar a atraer inversión extranjera con destino a la exportación, ya que los costos de producción son menores. Si ese país es acreedor, aumenta sus acreencias. Las remisiones de utilidades de emigrantes y empresas hacia ese país tendrán un valor mayor, por lo que las familias y los accionistas estarán de parabienes. Las “commodities” o materias primas subirán de valor porque tiene un precio internacional, y si la nación es exportadora de las mismas mejorará sus utilidades.
Hasta aquí los beneficios, pero no todo son rosas. Un tipo de cambio alto vuelve caro todo lo que es externo; menos residentes pueden viajar al exterior y se encarecen las importaciones. Además, algunos productos o insumos que no se producen en el territorio y deben ser importados llevan hacia arriba a los precios. Si el país es deudor –como es nuestro caso- se incrementa la deuda porque se necesitan más unidades de la moneda nacional para honrar los pagos. Las empresas de origen extranjero reducen sus ganancias, y el país deja de atraer inmigrantes, y se puede agrandar la brecha tecnológica.
¿Qué sucede, entonces, cuando el tipo de cambio es bajo? La respuesta previsible: todo lo opuesto. El acceso a productos importados se facilita, abaratando la adquisición de tecnología que no se produce internamente. Muchos residentes cuentan ahora con la posibilidad de viajar al exterior por placer, negocios o estudios. La economía encuentra facilidades ahora para pagar sus deudas, a la vez que el monto de la misma baja. Tiene un efecto positivo sobre los precios, al ingresar al mercado productos más baratos. Los extranjeros residentes y las empresas de origen foráneo estarán de parabienes, ya que la remisión de utilidades se incrementa.
Como contrapartida, se dificulta exportar, y muchas empresas pueden pasar a convertirse en importadoras. Disminuye la cantidad de visitantes al país. Las acreencias disminuyen, y las empresas pueden llevar parte de la producción al extranjero, donde los costos son menores. Y se vuelve más fácil endeudarse en moneda extranjera que bajo el signo local.
Como observamos, ninguna de las posiciones está exenta de inconvenientes. Pero durante un proceso de crecimiento es preferible un tipo de cambio alto que uno bajo, porque ¿para qué quiere un país débil una moneda fuerte? Además, de mantenerse el camino, la moneda local tiende indefectiblemente a revaluarse.
Esta es la postura que ha adoptado el gobierno argentino, aunque el presidente Néstor Kirchner no creía en la necesidad de devaluar la moneda hace unos cinco años, cuando era gobernador de la provincia de Santa Cruz. Ahora, tras casi tres años de crecimiento, y de la mano de su ministro Roberto Lavagna, sostienen a rajatabla que Argentina va a tener durante muchos años un dólar alto.
Pero, para no caer en esta discusión sobre una medida monetaria puntual, vamos a destacar que, con dólar alto y bajo, la pobreza afecta a 15 millones de argentinos, y que el sector más rico tiene un ingreso 33 veces superior al 10 por ciento más pobre. Dentro de una estrategia para superar estos indicadores es viable y hasta necesario discutir sobre el tipo de cambio. Si se remite a una puja por quién gana más, es un sinsentido.