No debería sorprender que el
reciente ascenso de la biología al estatuto de la más sexy de las ciencias de
la naturaleza se deba a su deslizamiento hacia una de las más delicadas
ciencias de la técnica. Es decir, al éxito con que logró convertir a su objeto,
la vida, en un híbrido de ciencia, tecnología y lo que queda de lo que alguna
vez llamamos naturaleza. Menos sorprende aún que a este trío se sume con
intenciones más o menos lúdicas, didácticas, ornamentales o críticas, el arte.
Cosas que pasan: el retoño ha sido bautizado bioarte, y a punto de cumplir diez años –desde la publicación de su
manifiesto en la revista Leonardo-, tiene ya una trayectoria en su
radicalización del anhelo de fusión entre arte y vida. (…)
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