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Bolivia y sus mujeres en lucha

Las condiciones de vida de las bolivianas se encuentran entre las más deprimidas de América Latina. Sin embargo participan en todos los frentes de lucha democráticos.

E n Bolivia, la presencia y participación de las mujeres en la construcción nacional y en el conflicto social ha sido permanente desde los levantamientos indígenas del siglo XVIII. Tras la independencia, sus luchas estuvieron ligadas a proyectos globales de transformación y cambio social dentro del sector subalterno. Históricamente, su acción política ha sido por la afirmación de sus derechos ciudadanos, derechos humanos, de resistencia contra las diferentes dictaduras y hoy, por la soberanía de sus recursos naturales. Sin embargo, la identidad de las mujeres y sus demandas no han sido incorporadas totalmente al sistema político, al cultural, de salud y educación.

Según un estudio realizado por Ivonne Farah, investigadora de FLACSO-Bolivia, en los últimos 20 años la participación de la mujer en el mercado de trabajo se duplicó, pero su masiva presencia se ha dado en los sectores menos productivos y actividades menos rentables. En las ciudades donde se realizó la investigación, tres cuartas partes de las mujeres trabajadoras están dedicadas al comercio y a los servicios y sólo una sexta parte en el sector productivo.

En el conjunto de la economía urbana, menos de una tercera parte de los trabajadores asalariados son mujeres. Dos tercios de la fuerza laboral femenina está inmersa en el empleo informal, fundamentalmente como trabajadoras por cuenta propia o trabajadoras domésticas y sólo un tercio cuenta con un empleo formal, ya sea como obrera o empleada.

Como en la mayoría de los países de América Latina el ingreso promedio de las mujeres que trabajan sigue siendo menor que el de los hombres. El de la mujer, es el sector donde existe mayor desocupación, subempleo, bajos salarios, explotación y abusos laborales.

El nivel educativo de las mujeres ha mejorado lentamente pero se encuentra todavía por debajo del de los hombres, situación que las diferencia claramente de las mujeres de la gran mayoría de los países latinoamericanos, donde ese nivel se elevó sustancialmente en las dos últimas décadas.

Los niveles de analfabetismo disminuyeron aunque en las zonas rurales todavía la mitad de las mujeres es analfabeta y sólo hablan su idioma nativo.

Las antiguas deficiencias en el sistema educativo y debido a las diferencias culturales y socioeconómicas existentes, hicieron que el desarrollo educativo se haya constituido en una estratificación de la población de tipo piramidal: una ancha base de los hombres y mujeres que no accedieron a la escuela o no llegaron a la secundaria (61 por ciento), un tronco compuesto por los que adquirieron estos estudios (22,6 por ciento) y una cúspide estrecha de los que alcanzaron los estudios superiores (cerca del 8 por ciento).

En esta pirámide educativa las mujeres registran proporciones más desfavorables en todos los niveles: el bloque de las que no accedieron o no superaron la primaria es del 64,8 por ciento, mientras en los hombres es del 56,5 por ciento; el 19,7 por ciento llegó a secundaria sin seguir a estudios superiores (en los varones un 25, por ciento)) y el 7,3 por ciento logró acceder al tercer nivel (el 10,2 por ciento en los hombres).

De esta forma, las mujeres constituyen el 70 por ciento de las personas sin ningún nivel de instrucción y sólo el 44 por ciento de las que tienen algún grado del nivel medio.

Los indicadores de salud también se sitúan entre los peores de la región, con el agravante de que el sistema atraviesa una crisis generalizada desde mediados de los años ochenta.

A comienzos de los años noventa, la mayor parte de la asistencia sanitaria dependía en Bolivia del apoyo de la cooperación internacional. La alta mortalidad infantil y materna se corresponden con una escasa cobertura de sistemas de salud reproductiva, en un país donde destaca el bajo uso de medios eficaces de control de la fecundidad al lado del nivel más alto de América Latina en cuanto a natalidad no deseada.

Es de imaginar que si la pauperización de la mujer boliviana en los ámbitos de educación y salud tiene esas magnitudes, la incorporación a posiciones de poder, es casi nula, a pesar de su participación y protagonismo en las luchas sociales.

Los antecedentes nos llevan a 1968, cuando una mujer ocupó una cartera ministerial y sólo en 1990 otra participó en el Gabinete. Luego, la accidentada lucha por la restauración democrática, con dictaduras y fraudes electorales, puso en 1979, en la Presidencia de la República -en forma interina- a Lydia Gueiler, dirigenta de gran trayectoria en la Revolución de 1952.

Sin embargo, en el gabinete actual no hay mujeres, y ni tampoco una mujer ha ocupado una magistratura en la Corte Suprema de Justicia. Por lo menos, en el Poder Legislativo, lentamente las mujeres han ido ocupando bancas, así como en los Concejos Municipales democratizados desde 1985.

En este sentido, los sindicatos mineros y campesinos, eje de los procesos políticos y sociales de los últimos cincuenta años, han contado con un apoyo extraordinario en los Comités de Amas de Casa y las organizaciones de mujeres campesinas, que no han logrado la aceptación de su capacidad política autónoma ni el reconocimiento del derecho a voto en las organizaciones nacionales.

No solamente luchan por una Bolivia unida y soberana sino también por una región con las mismas características, movilizándose activamente contra el ALCA (Area de Libre Comercio para las Américas) y los TLC (Tratados de Libre Comercio), que quieren imponerse en la región Andina.

Pamela Damia

desde La Plata
APM/Agencia Taller

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