El jinete tiene sus predilecciones por la historia de la ciencia, y es por eso que se encuentra con Diego Hurtado, doctor en Física, que se dedica al estudio de estos temas como una forma de encarar nuevas políticas maduras y conscientes para la ciencia local.
–Usted trabaja en la Universidad Nacional de San Martín y se dedica a la historia de la ciencia argentina...
–Con un enfoque institucional y social.
–Yo soy más epistemológico: como no me gusta la empiria, prefiero las ideas.
–El mundo de los arquetipos.
–Exacto. Y ahora cuénteme quién es usted y qué hace.
–Soy director del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia de la Unsam. Lo que yo vengo haciendo en términos de investigación dentro de este centro es historia social de la ciencia y la tecnología en la Argentina con proyección hacia América latina. Sobre todo me interesan los casos de Brasil, México y Venezuela. Además de eso, soy profesor titular de historia de la ciencia en la Universidad e investigador del Conicet y, por un período de medio año, decano interino de la Escuela de Humanidades de Unsam.
–Ahora hable, si le parece, de cosas que a usted le interesan y que puedan interesarme a mí.
–Muy bien. Primero que todo, yo plantearía: ¿por qué hacer historia social de la ciencia y la tecnología de países en desarrollo como la Argentina? Como siempre, interesa mirar el pasado para explicarnos el presente, para descifrar políticas científicas, cuestiones de diseño institucional... Una buena justificación para explicar por qué la investigación en nuestros países presenta tantas deficiencias puede ser la debilidad histórica de las políticas científicas. Incluso, yo diría, la falta de expertise en nuestro país, nuestra región, en la formulación de políticas de mediano plazo para la ciencia y la tecnología. Si yo tuviera que borronear un diagnóstico, diría que una razón es la falta de comprensión de las dinámicas institucionales, como prácticas del pasado fosilizadas, como lugares donde se cristalizan conductas, asimetrías, relaciones de poder.
–¿Y entonces?
–Las políticas, bien entendidas, deben ser capaces de actuar para modificarlas de manera afín a lo que necesita la sociedad, en un sentido, yo diría, “progresista”: consolidar algunos aspectos y no otros, etc. Los países emergentes son exitosos en su capacidad de inventar las instituciones que necesitan. Cuando salimos de la dictadura, por ejemplo, lo que enfrenta nuestro país son patrones institucionales con un fuerte contenido de autoritarismo y todo el esfuerzo de los seis años de Sadosky en la SECyT fue desmontar esa maquinaria de control ideológico que había construido el Estado totalitario. En el ’89 se produce algo como un contraataque, y yo le diría que hasta bien entrado los noventa esto persistió y todavía hoy quedan rémoras. Estamos hablando de seis o siete años de patrones autoritarios (los de la dictadura) que después se tardó más de 20 años en desmontar. Piense que la dictadura empezó a multiplicar los institutos del Conicet, y los subsidios pasan a asignarse a las instituciones, lo cual provoca una convergencia de poder terrible en la figura del director. Otro aspecto fue que se separó la investigación de la Universidad.
–¿Y la CNEA?
–La CNEA también tuvo en ese momento una estructura de tipo autoritario que permitió que se aprobaran proyectos que en democracia no se hubieran aprobado. Es impensable que en un contexto democrático se hubieran podido invertir 4500 millones de dólares sólo en el área nuclear, como ocurrió durante la última dictadura. La lección contradictoria, típica de países pobres, es que el área nuclear tuvo un desarrollo notable durante aquel período... A ver, quiero decir esto... una de las debilidades que uno nota en las políticas científicas en América latina tiene que ver, por ejemplo, con el carácter epistémico de la tecnología.
–A ver cómo es eso...
–La tecnología tiene doble carácter dual. Por un lado, puede ser utilizada tanto para fines pacíficos como para fines bélicos. Por el otro, desde una perspectiva más social, produce beneficios y riesgos. Esa doble dualidad el Primer Mundo aprendió a manejarla. Por ejemplo, el programa nuclear norteamericano se da a conocer al mundo con la explosión de dos bombas atómicas, pero enseguida lanzaron “Atomos para la paz”. Es como decir al mundo: si bien esto comenzó con dos bombas atómicas sobre poblaciones civiles, tuvieron “beneficios colaterales”: Atomos para la paz. Fue una jugada política, y desde una perspectiva histórica uno puede desmitificarlo. Y acá, por ejemplo, el mayor desarrollo nuclear se produjo durante la dictadura (lo cual, visto desde una perspectiva social, es algo tremendo), pero por otro lado hay un producto que se puede rescatar o, resignificar. Los países del Primer Mundo, muchas veces cínica e hipócritamente, aprendieron a manejar este Jano bifronte que es la tecnología. La ciencia moderna es el producto del capitalismo y nace con este componente de... violencia. Como decía Foucault: es imposible producir saber sin relaciones de poder. Esta es la contradicción más básica que hay en la producción de conocimiento, y creo que los países latinoamericanos deberían empezar a manejarla de una manera no cínica ni hipócrita, sino crítica. Hace falta ser menos romántico, menos utópico...
–Claro, porque el discurso predominante es que la producción de conocimientos por sí misma garantiza todo.
–Exacto. Es el discurso iluminista, que presupone la neutralidad del conocimiento, la inevitabilidad del progreso, el carácter ético a priori del científico. Una de las razones por las cuales hay que estudiar historia social e institucional es para poder alterar de manera históricamente compatible las cristalizaciones de poder que se dan en los lugares donde se producen conocimientos. Porque las instituciones tienen sus historias, sus hábitos, sus tradiciones. Intervenir sobre eso puede ser muy traumático...
–¿En qué medida los programas de investigación en Argentina derivan de núcleos generados en el Primer Mundo? Creo que los países desarrollados tienen dos políticas básicas con respecto a los que están “en vías de desarrollo”. Una es la captación de gente (y me gustaría que usted me dijera si es una política explícita). La otra es que los grandes programas de investigación derivan partes a sus sucursales (latinoamericanas, en este caso).
–Yo le diría que, por un lado, organismos internacionales (BID, Banco Mundial, ONU, OCDE, OMC) imponen agendas: no es importante el Chagas, pero sí el sida; no es importante la irrigación, pero sí la nanotecnología. Incluso, podría decirse que conceptos como el de hightech tienen un alto contenido ideológico. La agenda internacional, entonces, impone una línea de investigación. Pero por otro lado, está la Argentina, con sus propios problemas, sus inquietudes, sus tradiciones, sus necesidades, sus instituciones, sus hábitos políticos y culturales. Parecería ser una pulseada entre lo global y lo local.
–¿Y quién gana?
–Mmmm.... en esta pulseada, nuestras instituciones están demostrando no entender muy bien cómo moverse. ¿Cómo una política científica puede, a la vez, mantener la competitividad de sus científicos a nivel internacional, con los temas de punta definidos por las prioridades epistémicas del Primer Mundo, y a la vez trabajar sobre agendas propias, impuestas por su propio panorama político y cultural? Este es un desafío que no está ni siquiera formulado de manera clara. ¿Hay que desarrollar la nanotecnología? Sí, por supuesto. ¿Y es necesario tener un programa espacial? Claro. Hoy estamos tirando al cielo cohetes cuyo desarrollo empezó hace 5 años, cuando los cohetes se empezaron a diseñar y fabricar en nuestro país en los años sesenta. ¿Qué pasó con los otros 30 años? Bueno, hay una serie traumática de episodios vinculados a las relaciones internacionales de nuestro país fracasadas, básicamente por presiones internacionales que abortaron ese desarrollo. En energía nuclear perdimos la década del 90. Hoy el INTA tiene serios problemas de protección de la propiedad intelectual de lo que producen sus laboratorios. Todas estas preguntas y problemas tienen que ser insumos para marcar direcciones a la formulación de políticas. ¿Por qué hacer historia? Bueno, para entender por qué nuestro plan espacial recién está empezando a ensayar cohetes para que un día podamos poner en órbita nuestros satélites.
–¿Vale la pena tener un cohete lanzador?
–No lo sé. Habría que hacer una evaluación... para responder ese tipo de preguntas se necesita saber hacia dónde queremos ir como país.
–¿Le parece si seguimos la próxima vez? Me quedé con ganas de hablar de las relaciones entre los países dentro del continente y me quedé, también, sin lugar en la página.
–Me parece perfecto. Hasta la próxima.
La UNCUYO fue sede del Foro Energético Nacional
22 de noviembre de 2024