Películas de Chabrol que se exhiben este mes en el cable:
Las dulces amigas (1960)-- sábado 18 – 02:20 – Europa, europa
La mujer infiel (1969)----sábado 25 – 03:40 – Europa, europa
La bestia debe morir (1969)---domingo 19 – 23:35 – Europa, europa
El carnicero(1970)--- lunes 20 – 12:10; 18:40; 23:45 – Martes 21 – 05:15 – Europa, europa
La ruptura (1970)--- martes 21 – 22:00 – Miércoles 22 – 04:55 – Europa, europa
El despertar de la bestia
Nacido en París en 1930, la pasión de Claude Chabrol por el cine nace y se encamina de manera idéntica a la de quienes serían sus compañeros de ruta en la Nouvelle Vague: tras haber estudiado para farmacéutico por algún tiempo (como su padre y abuelo), el hombre pasó sus obligadas temporadas de fatiga visual en la Cinemathéque de Henri Langlois, para luego ingresar junto a sus amigos del grupete en la entonces flamante Cahiers du Cinéma, donde firmó su primer artículo sobre el film Cantando bajo la lluvia (1953). Antes de llegar al primer largometraje, publicó el libro Hitchcock, escrito junto a Eric Rohmer en 1957. Un año más tarde, y gracias a la herencia que le dejó su primera esposa, funda la productora AJYM, a través de la cual materializa su primer film y además produce otros de Rivette, Rohmer, Phillipe de Broca, Jacques Doniol-Valcroze y de su montajista Jacques Gaillard (La ligne droite-1961).
Sorprendentemente, la primera película de Claude Chabrol (y de la Nouvelle Vague) es también la más atípica en su filmografía. El bello Sergioel único de sus films que encuentra puntos de contacto con los fundamentos estéticos que signaron los primeros años del movimiento: utlización integral de decorados naturales, actores no profesionales, una intención por retratar la vida de los personajes con la mayor fidelidad posible (rasgos que componen la largamente discutida influencia del Neorrealismo en la Nouvelle Vague), una cámara siempre fiel al punto de vista de su protagonista y la materialización del guión en el mismo momento del rodaje. Después de hacer películas como primos, Las buenas mujeres o Landrú el así llamado "entomólogo" del cine ingresaría en un período de su obra en el empezó a enfrentarse con ciertas obsesiones que se convertirían en impronta de todo su cine posterior.
Sin aliento
Acercarse a la obra de Chabrol supone un enfrentamiento con la propia moral que impide mirar hacia otro lado. Entre 1967 y 1974, junto al productor André Genoves, Chabrol entrega una serie de películas formidables que constituyen su primera gran etapa (sólo comparable a la que comienza a mediados de los ’80 y se extiende hasta hoy). La mujer infiel, El carnicero, La ruptura, son sólo algunos de los títulos que conforman una seguidilla excepcional de la que pocos directores pueden ufanarse. Esta serie, en su conjunto, revela una conclusión que podría resumirse en que el hombre puede, de un momento a otro y ante una situación límite, convertirse en una bestia, pasar a ser ese brutal asesino sobre el que poco antes sólo leía en la más roja de las crónicas. De la noche a la mañana, por debilidad o por una maldad innata pero contenida, puede convertirse en el ser más ruin, capaz de los actos más bajos.
Tal vez sea La mujer infiel el mejor film que haya realizado Chabrol hasta esa fecha, entendiéndolo como la primera construcción que retrata decididamente los dos tópicos centrales que venían apareciendo en embrión y que se profundizarían a lo largo de su obra: el desprecio por la "burguesía" como modo de vida y la certeza de que el hombre, ante una adversidad extrema que lo lleva a una total pérdida de su dignidad, puede dejar de lado su civilidad y comportarse como una bestia. Y siempre con un lugar para un humor fino e irónico que muchas veces roza el cinismo.
Stéphane Audran (primera actriz fetiche de Chabrol que más tarde sería reemplazada por Isabelle Huppert) y Michel Bouquet interpretan a un típico matrimonio burgués, sirviendo de maqueta para un Chabrol cuyo trabajo en esta etapa se asemeja al de un arquitecto. Al descubrir el marido la infidelidad de su esposa, entra en un estado psicótico que lo lleva a asesinar al amante. El final, en el que la complicidad entre marido y mujer deja el crimen impune (y que podría leerse como una metáfora de las clásicas tácticas burguesas para esconder sus actos más bajos), es sencillamente memorable y merece un lugar entre los mejores de la historia: con sólo una mirada que atraviesa los extensos jardines de la mansión, Hélene termina de asumir la situación y quema la foto de su amante para encubrir a su marido, a quien la policía ha venido a buscar.
La mujer infiel encuentra una descripción de "la vida burguesa" que no oculta el desprecio que su director siente por ella: hipócritas, inescrupulosos y cómplices de una construcción ficticia sustentada en una aburrida vida familiar a todo confort, los burgueses de Chabrol son seres miserables de los que, afirmarán las películas siguientes, es necesario defenderse. No es casual que en casi todos sus films los problemas tengan una resolución inexorablemente violenta.
El siguiente hito de Chabrol es El carnicero, primera ocasión en que el realizador se preocupa por la compleja psicología de un personaje más que por su función y supervivencia en un ambiente determinado. Con estos dos antecedentes, todo estaba listo para lo que será una suerte de primer manifiesto chabroliano: La ruptura ,acaso la más furiosa de sus películas. Todo está mal aquí: Stéphane Audran es una ex bailarina de cabarute, casada con un joven escritor de familia bien. Despreciada por sus suegros y maltratada por su marido neurótico, la muchacha- a quién Chabrol defiende y cuida en todo momento- decide dar fin a la historia cuando el hombre, en un arranque ultraviolento, se la agarra con el pequeño hijo del matrimonio y lo manda al hospital (primera, impresionante escena de la película en la que Jean-Pierre Cassel levanta al pibe del cogote y lo tira contra una pared como El Increíble Hulk). Desde aquí, este Chabrol, más irritado (y más malo) que nunca, describe los miserables y crueles ardides que idea el suegro para apropiarse de su nieto y dejar a su nuera en la peor situación posible. El burgués es visto aquí como hijo dilecto de Maquiavelo, subrayándose su inescrupulosa capacidad de hacer lo que sea por dinero, para obtener o mantener el poder o simplemente por el mero hecho de ganar la contienda (el empleado del ricachón llega a drogar y abusar de una pequeña para armar una treta en perjuicio de la Audran). El retrato parece focalizarse en la difícil supervivencia del "proletario" en el salvaje mundo "burgués". Esto se repetirá en films posteriores como Un asunto de mujeres y, por supuesto, La ceremonia.
La siguiente etapa de la obra de Claude Chabrol (conformada por títulos como Les magiciens o Les liens du sang), la menos fructífera (con la notable excepción de Violette Noziere -1978), será omitida en esta nota para pasar a la que, creemos, representa lo mejor de su filmografía.
La consolidación de un estilo
"Alguna vez dije que alcanzaría mi verdadera dimensión a los sesenta años. Ahora tengo sesenta y siete, estoy un poco retrasado..."
C.C., tras el estreno de No va más.
Chabrol miente. La última etapa de su cine, desde Pollo al vinagre(1985) hasta la fecha, señala la culminación de un camino casi siempre ascendente en la afirmación del auteur como un verdadero clásico contemporáneo. No es ninguna sorpresa que en No va más el hombre haya dejado fuera de un primer plano las obsesiones que habían marcado toda su obra anterior para hacer un film completamente inusual, tanto por su historia como por su tono (incluso por su carácter autobiográfico, según palabras del propio realizador). Sin embargo, la depuración narrativa de esta película no es otra cosa que una consecuencia del in crescendo al que hacíamos referencia más arriba.
Desde el díptico conformado por la citada Pollo... e Inspector Lavardin –ambas marcadas a fuego por el inolvidable personaje encarnado en Jean Poiret que titula a esta última-, el cine de Chabrol ha adquirido una precisión que no atenta contra su crudeza en la exposición de la más oscura naturaleza del hombre.
Gradualmente, el furioso carnicero se ha convertido en el más eximio de los cirujanos. Francotirador certero, su blanco está más claro que nunca y debe ser atacado: en La ceremonia, por primera vez los "proletarios" dejan de padecer el mundo "burgués" para lanzarse decididamente hacia él. Si en films como La ruptura toda la acción era en defensa propia, ahora ya no se necesita una excusa: el enemigo es bien conocido y debe ser aniquilado, aún cuando sus agresiones provengan de su natural forma de vida y no de una actitud deliberada.
Transparente y sereno, Chabrol alcanza aquí su mayor grado de sutileza y detallismo, pudiendo verse i>La ceremonia como una reformulación de todo su cine, como lo fuera El dinero para Bresson. Lo que no es en absoluto azaroso: la obra de Claude Chabrol se asemeja a un recorrido que, aún con sus varios altibajos, ha sido siempre progresivo y ha procurado reunir nuevos elementos y dar una nueva dimensión a los que ya se hacían presentes en sus películas. En esta etapa, resulta evidente que el hombre ha trabajado en todos los casos con un material que realmente le interesó (lo que ha sido determinante en toda su filmografía y donde debe buscarse la causa de sus fracasos estéticos en algunos films, especialmente los posteriores a la "etapa Genovés"). En La ceremonia, Chabrol encuentra los personajes más fascinantes con los que se haya cruzado y los acompaña con un tratamiento cinematográfico que se traduce en lo mejor que el hombre haya filmado alguna vez. Un asunto de mujeres (1988) es quizás el más revolucionario de sus films. Acostumbrado a plantear sus inquietudes desde micromundos particulares (en general, sus películas transcurren en pequeños pueblos y en el seno de una familia o de una comunidad reducida: esto se da en El bello Sergio, El carnicero, Pollo..., El infierno, sólo por citar algunos ejemplos), esta vez Chabrol decide cuestionar directamente a las instituciones, tomando la historia de una mujer (Isabelle Huppert: la mejor actriz francesa de todos los tiempos en una de sus más memorables interpretaciones) que para subsistir necesita practicar abortos. Cuando el negocio empieza a prosperar, la señora le toma el gustito a esto de tener dinero hasta que es descubierta y ejecutada por la Justicia, que necesita un fallo ejemplificador para sostener "la moral" (que, claro está, es una moral burguesa). Pesimista como de costumbre, Chabrol parece sostener que, tal como están las cosas, un pobre siquiera puede considerar la posibilidad de salir de la más absoluta miseria sin ser castigado.
Después de Pasiones en Clichy (1990; adaptación de la novela de Henry Miller y Madame Bovary (1991; fiel transposición de la obra de Flaubert que es una de sus películas más convencionales), se produciría un nuevo hito en la filmografía del furibundo entomólogo. Se trata de Betty, cinta que representa una nueva dimensión en ese otro Chabrol que se preocupa más por las complejas e irresueltas psicologías de ciertos personajes (como en El carnicero, Pasiones... y la posterior El infierno) que por sus clásicos desenlaces sangrientos. Desde "Le Trou", un restaurant situado en Versailles donde podrían encontrarse todos los personajes del septuagenario director, se describe la vida infernal de Betty, una ninfómana- alcohólica que no consigue evitar hacer todo aquello que irremediablemente la hunde cada vez más. Con un ojo clínico, Chabrol describe el derrotero de una Betty que, miope e inconsciente, avanza tambaleante, desconcertada, destruyendo todo lo que toca.
El infierno (1994) fue el antecedente inmediato de La ceremonia. Esta vez, Chabrol se la agarra con los celos devenidos en paranoia, mediante un alterado François Cluzet que se vuelve loco cada vez que se imagina a su mujer Emmanuelle Béart (mejor que nunca, en serio) revoleando la chancleta con algún vecino del pueblo. Chabrol acompaña su locura, haciéndonos llegar a una total desconfianza de las imágenes. Es tan lograda la construcción fílmica de los puntos de vista que llega un momento en el que verdaderamente no podemos saber qué es lo que en realidad está sucediendo.
Algunos interrogantes y una certeza
¿Por qué es importante, cuarenta años después de la Nouvelle Vague, la figura de Claude Chabrol? Una primera respuesta podría señalar que se trata del más prolífico cineasta francés en actividad (52 películas en 42 años). También se lo podría considerar por ser, junto a Rohmer, el único bastión accesible que queda entre los más célebres del movimiento (muerto Truffaut y encerrado Godard en su inagotable círculo experimental).
Sin embargo, hay una cuestión esencial que no pocos sátrapas omiten al referirse a sus películas: saludable y vigente, la obra de Claude Chabrol es dueña de una singularidad que no encuentra comparación en la actualidad del cine.
El estreno de La ceremonia trajo consigo una supuesta revalorización que en el mejor de los casos fue tardía: asumiendo que La ceremonia es en efecto una obra maestra y además el máximo punto en la obra de Chabrol, ¿constituye realmente una sorpresa? ¿No es acaso la culminación, la derivación natural de su cine? ¿No resulta evidente que es la más pesimista de sus películas, que ya eran muy pesimistas? ¿Qué son sus personajes sino una suerte de versión depurada de aquellos que retrató durante las cuatro décadas anteriores? ¿No obliga esta película a revisar una obra de absoluta vigencia? ¿No tiene Chabrol, a esta altura, la solvencia de un clásico?
Con un cine vivo que no se agota en sí mismo, queda claro que, mientras se mantiene joven a fuerza de filmar, mientras escarba e indaga, mientras no deja de sacar a la luz lo más oscuro, lo sórdido, lo cruel, lo desgarrador, a fuerza de ironía y con la más exquisita sutileza, Claude Chabrol sigue hundiendo su preciso bisturí con un pulso que nunca tiembla.
Claude Chabrol, cuarenta años después, sigue revolviendo en la basura.
Texto extraido-y revisado- de Filmonline n° 42 - Dossier Nouvelle Vague"
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1 de noviembre de 2024