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Cine nuevo: repensando Argentina (3era parte)

Tercera parte del breve (y no tanto) panorama sobre el cine argentino. Por Gastón Ríos  

02 de mayo de 2006, 12:12.

imagen Cine nuevo: repensando Argentina (3era parte)

Y la nueva ley se hizo

  En muchos momentos de la historia cinematográfica argentina, se sancionaron durante años, leyes que relegaron al cine a la marginalidad económica y expresiva.  La ultima ley, que se encuentra en vigencia hoy en día, supo traer al cine a los primeros planos de la cultura argentina.   Es cierto el cine argentino estuvo en un momento al borde de la extinción, al punto de pasar a ser solo un recuerdo enciclopédico o una pieza de museo. Sin financiamiento publico ni privado, gracias a los avatares políticos del país, y lamentablemente, con absoluto desinterés del público -por lo menos, del argentino.   Profunda crisis económica del país: realizadores productores, actores, técnicos y estudiantes de cine, presionan al Congreso de la Nación para promover cambios estructurales en la Legislación Cinematográfica. Fueron varios años de idas y vueltas y sueños truncos hasta que el 28 de Setiembre de 1994 se aprueba la Ley 24377 de Fomento y Regulación de la Actividad Cinematográfica Nacional. Esto ayudó notablemente al resurgimiento de la actividad cinematográfica y fue determinante para que los nuevos directores pudiesen pensar en rodar algunos metros de celuloide. Se amplía el fondo de fomento notablemente, y también  introduce reformas políticas en el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA).   “Hace dos años preguntaban si el boom del cine argentino era una moda. Hoy podemos decir que el crecimiento se consolida” dice Jorge Coscia, presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audivosuales (INCAA). Parte de la evolución del nuevo cine posee su base material en el nacimiento de esta ley; y parte de su estética (y prácticamente todo lo que lo rodea y comprende) tiene que ver más que nada con la construcción de una nueva mirada sobre los elementos que siempre se encuentran presentes en cualquier cine: la ciudad y la periferia y esa relectura de los espacios menos frecuentes de Buenos Aires sobre todo; y por otro lado, el retorno a la periferia y a filmar en el interior del país; o la recuperación notable del habla frente a la lengua.    La voluntad de contemporaneidad es otro de los factores que caracteriza a esos directores. La voluntad que aparece en sus films es total: es llamativo que ninguno de los directores haya probado su imaginario en una película de época. Se trata de la inscripción total en el presente, o de pensar el pasado sólo desde este presente.   Cada uno de los directores posee un estilo personal, que a la vez se funde con similitudes comunes a todos ellos. Tal vez sean esas afinidades las que promueven a estos directores, de edades disímiles, a conformar una comunidad de talentos atravesada por el compromiso social, en muchos casos sin pretenderlo.     Ese nuevo cine de los ‘60 En la década del ‘50 surgió lentamente y en otro contexto, con preocupaciones parecidas y gracias a la figura del productor independiente, un cine nuevo. Es importante destacar que ayuda a este surgimiento la aparición de un nuevo espectador interesado en temas comprometidos. Ayer como hoy y luego de la guerra, un interés que rebasaba la compulsión esteticista se hace presente tanto en el realizador como en la masa espectatorial. En esa época de cambios, un sujeto renovado se preocupa por lo que ocurre en el mundo, y un espectador argentino se atreve un poco mas allá de lo que sucede a  la vuelta de la esquina de su casa. Un cine de narrativas más complejas resurge. Se comienza a hablar de cine de autor, y es el momento en que la Argentina comienza a interactuar con las vanguardias europeas de posguerra. Este movimiento que reflejó el estado de las cosas se llamó la Generación del ’60. Pretendió temáticas y estéticas mas allá del glamour actoral y la inmediata adhesión del público que proponía Hollywood.   En cierto sentido, lo que más acerca a uno y otro “nuevo cine” se percibe en el hecho de que las obras son motorizadas por una idea de expresión y experimentación, y no meramente industrial. Otra en común: la solidaridad y ayuda entre sus integrantes: uno trabaja en el film del otro y viceversa. Algunos nombres de la Generación del 60’: Rodolfo Khun, René Mugica, Manuel Antín, Leonardo Favio, Torre Nilson, Jorge Cedrón; entre otros.   Todo esto y más, como afinidades estéticas, temáticas y modos de producción resaltan a los ’60 y los ‘90 (o ya deberíamos decir ‘90 /2000) como dos de las épocas más dinámicas de la cinematografía argentina.   Es llamativo que dos procesos creativos de tal relevancia para la historia cinematográfica argentina se encuentren como dos extremos de un período plagado de injusticia, persecución, exclusión y marginalidad, aunque la crisis ya sea el invitado natural del país ubicado más al sur. Ya sea en épocas de autoritarismo como en democracia, los lugares comunes donde cayó la vida de los argentinos en ese infame intersticio fueron la pobreza, el engaño, las consecutivas mordazas,  la falta de organización y la ausencia total de una política de planificación cultural que propiciara un mejor fomento, entre otras aberraciones. ¿Podríamos decir que el campo de producción cinematográfica se contrae o expande según las condiciones materiales sociales? Es en esos períodos, cargados de desafortunados acontecimientos sociales, que se asfixia la actividad creativa, pero no se mata.   La Argentinidad en la pantalla de plata   “Dicen que el Nuevo Cine Argentino es el de los últimos diez años. Y mi primera película tiene algunos más (ríe)... Creo que el Nuevo Cine no es uno solo; es el de muchos directores viejos y nuevos haciendo películas piolas, con géneros y temáticas diferentes. Pero no siento que pertenezca a un grupete de directores.”   María Victoria Menis, Directora de “El cielito” Diario “Los Andes” de Mendoza, 18 de Septiembre de 2005   El nuevo cine argentino es una mezcla de varias pautas socio-culturales o la mixtura de causalidades de los grandes movimientos con los que no fueron: el impulso mediático que ayudó y el espanto predecesor que acrisoló la fuerza creadora del cambio son cardinales a la hora de buscar un origen.   Es cierto que toda la sociedad argentina pidió una explicación luego de un acontecimiento que golpeó las fibras más íntimas de su ser social, y también es cierto que ni los intelectuales, ni referentes sociales de cualquier ADN exhiben hasta hoy una explicación coherente post Menematum. Mientras que también es cierto que el cine argentino de la última década ha propuesto sin querer una serie de imágenes que, como todo relato, irrealiza lo real, pero al mismo tiempo revela.   Se ha dicho de este nuevo cine argentino que no trata de dar ninguna respuesta a lo sucedido y a lo que sucede; pero en la mera mostración de hechos como la desocupación, la pobreza y la corrupción se otorgan una serie de pautas para que el espectador, hasta el más ingenuo, reconstruya lentamente una idea  frente al caos que fue.   Es extraño que una década después, el sueño no se haya hecho añicos por  desencuentros políticos, económicos y sociales de un país en crisis permanente. Existe un pequeño puñado de publicaciones que apuestan a la progresiva caída del “nuevo” cine argentino aduciendo un estancamiento estético y una corta mirada que sólo yace en los cánones de la realidad más antipática sin poder desviar aunque sea un poquito sus ojos hacia el sexo y el humor. Por suerte hemos comprobado que no es tan así: ni tan pesimista, ni tan hilarantes. “…El estado promueve pero no se inmiscuye en los contenidos de lo que se filma, tenemos un cuadro que augura un enorme futuro para la cinematografía local”, supo decir en una oportunidad Jorge Coscia, presidente del INCAA. Si bien no existen las grandes comedias disparatadas, el humor se ha hecho presente en varias producciones; y en otras de mayor tensión dramática, el humor se encuentra presente en todo momento –claro, al modo argentino: impregnado de ironía y picardía. Más aún: es posible que de ahora en más, la conexión con el público sea cada vez más fuerte. Ya dijimos que el “nuevo” cine no pretendía desembolsar respuesta alguna  frente a la crisis,  pero su postulado empapado de realidad y la negativa total a emplear falsas posturas estéticas ha logrado una especial valoración del público, especialmente de los jóvenes.    Si en el principio fueron “Rapado”, “Mundo Grúa”, “La Ciénaga”, “Pizza, birra y faso”, “Bolivia” y más, hoy después de diez años el “Nuevo cine argentino” -como la prensa lo bautizó- promete más “explicaciones sin querer explicar”. Así lo demuestran “Los guantes mágicos” del ya histórico Reijtman, “La niña santa”, “Buena vida delivery” (notable), “Extraño” de Loza (el cine según Bazin), “Un año sin amor” y hasta una buena explicación –claro, sin querer serlo- de la tragedia aeronáutica de la línea LAPA por probada negligencia: “Whisky, romeo, zulú”.   ¿A esta altura deberíamos decir Nuevo cine rioplatense? ya que se han acoplado a la “movida” directores uruguayos como Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll que revitalizan indiscutiblemente el costado más realista del cine (remitirse a “Whisky”, donde el movimiento de cámara es un pecado).  Y ya en este último año hemos asistido a pequeñas gemas de inacabable preciosismo realista en “El cielito” y al mismo tiempo: “La más bella niña” de Llinás, “El Carapálida” de Mendilaharzu y “1999” de Masllorens, que componen parte del Nuevo Cine Mudo Argentino (sí, mudo), sin mencionar dos últimas producciones de proyección internacional como son “El Aura” de Bielinsky  e “Iluminados por el fuego” de Tristán Bauer, que vuelve sobre un tema casi escondido en la cinematografía argentina: la guerra de Malvinas. Es que en el país más al sur, todavía queremos saber de qué se trata y qué pasó aunque, por supuesto, casi sin querer.  

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