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Clarín: Cuando las armas las carga el arte

Más que el calor del soplete están mis ojos, mis palpitaciones, mi alma", decía Eliana Molinelli, artista plástica mendocina fallecida el año pasado. Hasta el 4 de diciembre, el Museo Sívori muestra una antología donde están presentes algunas de las esculturas que la artista presentó a modo de proyecto a favor del desarme, propugnado desde el Ministerio de Justicia de Mendoza en colaboración con la ONU. La campaña auspiciaba la entrega de armamento de la población civil a cambio de comida y entradas a la cancha.

30 de noviembre de 2005, 11:13.

Natascha Debrian, hija de Molinelli que llevó adelante la exposición, cuenta que "cuando descargaron esa cantidad impresionante de armas derretidas, escoltadas por la policía, rompieron la vereda del taller de mi madre; los vecinos salían a mirar, un lío impresionante".
Hay una imagen de Eliana Molinelli que recorrió el mundo: se trata de la foto de una escultura en la que la artista ha mantenido la forma casi completa de las armas para formar una figura-víctima a la defensiva que apunta al espectador con la cabeza gacha, al tiempo que muestra su tronco de vidrio; transparencias desesperadas de un cuerpo precario que se defiende como puede y se define así de ambivalente: vidrio y acero. Hay también un homenaje a María Soledad Morales. Sin saber de que se trata, uno mira un cuerpo vaciado de mujer sobre algo que parece un tobogán dislocado, fuera de uso, invertido; luego de la revelación del nombre del trabajo, esta visión se adentra como una astilla de fierro en lo más íntimo del corazón, porque evoca el tiempo de una siesta de niños o de jóvenes, horas extravagantes de un tiempo de jazmines, abortado por la política de los ejércitos del miedo. Molinelli, aguda, denuncia así a esos estratos sociales a los que ningún gobierno es capaz de desarmar. También está el Adán expulsado del paraíso, a quien se lo puede hacer aletear con solamente apretar un mecanismo que lo sostiene del sexo y da impulso a sus alas, y más esculturas, sentadas en el jardín del Museo, debajo de los árboles viejos. Sus últimos trabajos esculpidos enuncian, de manera feroz, una dialéctica del dislocamiento de los cuerpos: manos arrancadas que se adentran en el corazón de un organismo traslúcido; huellas de un mundo en descomposición sobre el mapa de un cuerpo.
Magdalena Rodríguez. ESPECIAL PARA CLARÍN

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