El ingreso a la Universidad Nacional de La Plata ha producido la apertura de un debate que, por lo menos en la Argentina, está inconcluso.
Es una realidad que en cualquier sistema de ingreso que se utilice los perjudicados son los jóvenes ya que la formación recibida es considerada por todos los educadores como deficiente, ya que en general no les permite superar determinadas condiciones de ingreso. Si éste no es eliminatorio, la educación deficiente termina siendo una de las causas del abandono, que es generalizada en los primeros años de las carreras.
No pretendo establecer recetas, pero sí marcar lo esencial frente al problema del ingreso: encontrar una política educativa acorde con las demandas de hoy y de mañana.
Queda en claro que la barrera ante la puerta de la Universidad produce resultados dramáticos. Pero también es una realidad que la selección dentro de las universidades no siempre permite romper con las desigualdades educativas que con la aplicación de la Ley Federal de Educación se han agravado tanto.
Es un hecho también que ha crecido la demanda por ingresar a la Universidad. Padres y jóvenes advierten la necesidad de capacitarse para construir un futuro mejor y todos los sectores coinciden en que el conocimiento es la riqueza más preciada en el mundo de hoy.
La solución no pasa por imaginar mecanismos con resoluciones, decretos, ordenanzas ni fallos judiciales. El camino consiste en fijar políticas masivas de igualdad de oportunidades educativas, asumiendo como ejes principales:
La capacitación docente y la jerarquización de su tarea por reconocimiento y salario.
La revisión de todos los contenidos con articulación en los últimos tramos de la enseñanza media con los requerimientos universitarios.
La implementación de sistemas de becas desde el nivel medio para garantizar la continuidad educativa; en este aspecto será necesario establecer prioridades de acuerdo con los proyectos productivos de la Nación.
Soy defensor del ingreso irrestricto y la Universidad gratuita, pero debemos mejorar la posibilidad de permanencia y éxito en el sistema, tanto como garantizar la calidad de la enseñanza impartida. En el mundo de hoy —tan proclamado como del conocimiento— no podemos darnos el lujo de defraudar a nuestros jóvenes.
Si la selección la haremos dentro de la Universidad, como comparto, debemos garantizar buenos resultados. Para lograrlos, es necesario dejar de lado las políticas de soluciones parciales y acelerar todos los cambios necesarios, comenzando con la Ley Federal de Educación, unánimemente rechazada en la actualidad.
Pero también Gobierno y universidades deben comprender que para garantizar la formación con calidad de nuestros jóvenes con vocación de ciudadanos democráticos, solidarios, emprendedores y capacitados para desarrollar sus saberes y preparados para su capacitación continua, es necesario garantizar el financiamiento de una educación masiva, de calidad, con relaciones docente-alumno apropiadas, ambientes de estudio adecuados, formación docente continua, bibliotecas apropiadas y actualizadas, laboratorios completos y con posibilidad de ser usados por los estudiantes. En suma, hay que asegurar todos los componentes que favorecen una educación apropiada para los tiempos que vienen.
Debe quedar claro que si la riqueza de las naciones está en las capacidades de sus habitantes, no hay duda de que debemos tener más estudiantes en las universidades. Lo podemos hacer con el número actual de instituciones, con un objetivo claro: masificación con calidad. También podríamos lograrlo con mayor número de universidades públicas y, por lo tanto, con menor número de estudiantes en cada una.
Sabemos que muchos especialistas rechazan estas opciones, como también algunos políticos e incluso sectores de las mismas universidades. Pero todos confirman —y declaman— la necesidad de tener ciudadanos con capacidades múltiples y calificadas. Busquemos entonces la forma, dándoles la oportunidad a todos.