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Clarín: Disturbios en la marcha estudiantil de París contra la nueva ley laboral

Una multitud copó la capital francesa en protesta por la precarización de los contratos de los más jóvenes. Padres y profesores se sumaron. Hubo duros choques con la polícía y algunos incidentes.

Las nuevas Marianne francesas no tienen la cara de Catherine Deneuve sino una masa de rulos engomados y raftas que se agitan al viento. Las nuevas caras de la República marchan por miles por el boulevard Montparnasse bailando el rap contra el "contrato primer empleo" (CPP) que han decidido enterrar con la movilización callejera. Besos, abrazos, romances, cantos y un eslogan de combate que aclara que no se sienten descartables: "No somos Kleenex".
 
Medio millón de estudiantes manifestaron por las calles de París ayer bajo una sola consigna: "No a la precariedad laboral". Mañana quieren repetir la marcha y apuestan a conseguir el millón y medio de personas. Una cifra que —de solo pensarlo— intimida al gobierno en un año preelectoral y debilita aún más al primer ministro Dominique de Villepin, el padre del cuestionado contrato laboral para jóvenes, que permite dar empleo durante dos años y despedir sin indemnización a personas de hasta 26 años.
 
"Como en el 68. Revolucionario pero a nuestra manera y en el siglo XXI", como describe Fran»cois, futuro filósofo y estudiante en la Sorbona. El uniforme: gorros, jeans y polleras superpuestas. Una moda predecible de los jóvenes burgueses bohemios. Hasta que llegó a la marcha la "banlieue", los jóvenes que se levantaron en noviembre pasado, en su primer gesto de solidaridad con los universitarios.
 
Los Mohamed, Rachid, Leila y Bassan aterrizaron con sus clásicas capuchas, sus foulards musulmanes, sus zapatillas de marca y sus tamboriles musicales nigerianos. Muchos habían sido protagonistas del estallido social en los suburbios de París y en los primeros días se desinteresaron del conflicto estudiantil. Para ellos, el contrato de Dominique de Villepin era mejor que nada o la policía del ministro del Interior, Nicolas Sarkozy. Fue la lectura de la prensa y la juventud de sus "partenaires" generacionales lo que los hizo cambiar de actitud y unirse a la protesta.
 
Ellos eran excluidos sociales, generalmente sin estudios universitarios o discriminados por portación de nombre o código postal, a los que originalmente el premier De Villepin quería beneficiar con el polémico contrato y recortar un desempleo juvenil del 40%. En la marcha habían reforzado su identidad: tenían el 93, el 95, el 94, su código postal estigmatizado en Francia y sinónimo de suburbio, estampado con pintura en sus caras.
 
Cuando la violencia degeneró al final de la manifestación, apuntaron a ellos como a los responsables de los ataques con botellazos, las pedradas a la policía y el incendio de un kiosco frente al Bon Marché, el shopping más chic de París.
 
"No es un problema de banlieu sino una problemática laboral. Todos estamos contra la precariedad. No hay otra alternativa que anular el CPP y deben unirse todos", explicó Thierry, un negro estudiante de Sorbona y parte de un corralito de seguridad de los manifestantes. Los otros protagonistas fueron los liceístas. Con 16 y 17 años manifestaban por primera vez y sentían que su conciencia social se despertaba. "Si quiero un trabajo, seré precaria. Nunca podré tener un crédito, un departamento o independizarme de mis padres. Viviré peor que ellos, que eran inmigrantes argelinos", explica Fawzia (17), con sus inmensos ojos negros recargados de delineador.
 
Los profesores y los padres se sumaron a la marcha. Defendían a sus alumnos y a sus hijos con poderosos argumentos. "Ahora es a ellos y después serán nuestras pensiones. Todo un modelo está amenazado en Francia y por eso debemos marchar a defenderlo. La consigna de los jóvenes es correcta: retiro del CPP o huelga general indefinida", explicó la profesora Alice, que da clase en la combativa Universidad de Nanterre, un símbolo "rojo" en el Mayo del 68 francés.
 
La policía había acordado en una reunión entre el ministro Nicolas Sarkozy, los estudiantes y los sindicatos organizadores que no tendría una presencia ostentosa. Cumplieron cuando la manifestación partió y siguió por el boulevard Montparnasse. Hasta que todo se desbordó en Sevres Babylone, la estación de subte frente al histórico Hotel Lutecia.
 
Cuando los manifestantes vieron a los policías antidisturbios que parecían disfrazados de Robocop, comenzaron a arrojarles las botellas de cerveza que venían tomando. Ellos respondieron cargando y con un gas lacrimógeno vomitivo, que hizo estragos en manifestantes y curiosos. Varios resultaron heridos por las botellas voladoras y los restaurantes de las cercanías se volvieron enfermerías precarias para el servicio de urgencia de París. Miles de manifestantes seguían anoche cerca de la Sorbona en duros enfrentamientos con la policía. Más de 30 heridos fueron atendidos en los cafés de los alrededores.
 
A pesar de la marcha, el premier De Villepin no quiere ceder. Su estrategia "es darles tiempo a los franceses para que comprendan la utilidad de esta medida". Pero el gobierno busca una salida elegante, sin vencedores humillantes ni vencidos humillados. No quieren que el precio sea la renuncia del premier mientras los sindicatos lo acusan de haber usado el CPP como un instrumento electoral en su campaña a las presidenciales del 2007.
María Laura Avignolo PARIS CORRESPONSAL  mlavignolo@clarin.com 

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