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Clarín-Domingo 12: "La educación es rentable socialmente: crea un país"

Parece muy complejo unir hoy en las universidades masividad y calidad. Se puede gestar un nuevo modelo que las contemple y que esté más atento al compromiso con la sociedad que a las reglas del mercado.

13 de junio de 2005, 13:17.

De la misma manera que el politólogo Norberto Bobbio decía que la deuda pendiente de la democracia era la igualdad, usted repite en sus artículos que es la educación. ¿Cuánta responsabilidad tiene el sistema político?

—No diré que educación y democracia es una redundancia, pero algo de eso hay, ¿no cree? En realidad, la educación es un proceso, como la democracia, permanentemente abierto, que involucra a toda una sociedad que apuesta por una serie de valores. Por lo tanto, nunca educar es una tarea individual ni simplemente transmitir contenidos. Con esto quiero decirle que la apuesta no es sólo de la dirigencia política sino de todo un país y exige la creación de una serie de condiciones, en principio presupuestarias, pero infinitamente más amplias.

¿Por ejemplo?

—Todo un país debe confiar en que transmitir educación y valores democráticos es rentable socialmente. No hay mejor inversión que la educación. Permítame ser enfático: la educación crea un país. No hay otro camino para producir una verdadera transformación de la sociedad.

Uno suele escuchar, por ejemplo, "rentabilidad, alumno-producto, universidades competitivas" y se pregunta si no hay demasiados términos del mercado contaminando ideas en educación.

—Tiene usted razón. Hay que estar atentos a las demandas sociales y no confundirlas con las demandas del mercado. Comparto que la palabra rentabilidad está muy contaminada y es en cierto modo peligrosa, pero también es peligroso no entender que lo social tiene una eficacia o es productivo para la construcción de algo. Tal vez hemos pecado, quienes creemos en estos asuntos, de poco pragmatismo, de poca capacidad de concreción de nuestras ilusiones. Y aunque la palabra rentabilidad tiene sus bemoles, sin embargo está señalando que apostar por lo social —por la integración social, por la equidad— es también prácticamente muy efi caz. La rentabilidad no sólo ocurre en el mercado. Admitamos la palabra rentabilidad, pongámosle comillas si quiere, pero no olvidemos que es importante ser prácticos, eficaces y realistas, porque si no, seremos nuevamente avasallados por quienes no teniendo estos valores, sí son realistas.

¿Estar atentos como educadores a las demandas de la sociedad implica también pronunciarse políticamente? Se lo pregunto porque he leído opiniones suyas muy contundentes sobre la guerra de Irak: "es una guerra antiuniversitaria", ha escrito.

—Yo creo que es indispensable pronunciarse políticamente, tanto para un docente como para la comunidad universitaria en pleno. El pensamiento es siempre pensamiento político. Sabemos que el compromiso político, el compromiso por la construcción de una polis, de una ciudad, es indispensable. Y hay tareas, como la de educar y la de formar parte de la conducción de una universidad, que exigen la responsabilidad de dar cuenta pública de lo que creemos y pensamos. Desconfío de quienes dicen que tienen un pensamiento apolítico. Los que tienen un pensamiento apolítico suelen tener un pensamiento político a favor de valores no confesables. Que, en general, suelen ser valores de mantenimiento de una situación dada. Cuando uno está callado, lo que está haciendo es colaborar con el mantenimiento de lo que hay.

Respecto de mantener o no lo que hay, se habla permanentemente de la necesidad de adecuar la Universidad a las exigencias actuales de masividad y calidad. ¿Cuál sería el mejor modelo posible?

—Déjeme enumerar algunas de las que considero palabras clave en ese modelo: la Universidad debe ser emprendedora, innovadora, investigadora, involucrada con su sociedad y su medio ambiente, capaz de asegurar inserción laboral, evaluadora y evaluable, con planes de formación dinámicos y comprometida políticamente (no de manera partidaria, sino con el sistema democrático), cooperadora e igualitaria. No sé si todas estas palabras conforman un modelo, pero creo que propician un modo de encaminarse hacia él. Se trata de rasgos o características que definirían un carácter, un modo de ser.

No incluyó en su enumeración el tema del financiamiento...

—Es que la financiación no es una seña de identidad sino el gran desafío. El modelo de financiación de la Universidad pública debe establecer un sistema de distribución de fondos públicos con criterios transparentes y objetivos. La financiación debe ser suficiente, eficiente y equitativa. Suficiente, para que la Universidad sea eficaz en la consecución de los objetivos que se establezcan. Eficiente, para que se promueva una mejora en la asignación interna de los recursos; y equitativa, para que genere un sistema de igualdad de oportunidades para todos los estudiantes del sistema público universitario. Esos objetivos deseados —que la financiación sea suficiente y que incentive la eficiencia en el gasto— deben concretarse para todas las universidades públicas por igual y, al mismo tiempo, deben permitir que cada una desarrolle sus políticas específicas para abordar su futuro. Ese futuro será mejor o peor según se incluya en los criterios de financiación el costo de estructuras y de gestión que supone para la Universidad la actividad investigadora, que es uno de los principales indicadores de su excelencia.

¿Todos los recursos deben provenir del Estado?

—No sólo del Estado. El nuevo modelo de Universidad también debería hacer hincapié —mostrando el espíritu emprendedor que mencioné— en la captación directa de recursos financieros a través de sus propias iniciativas, lo que le permitirá adecuarse a las demandas de la sociedad, aumentar su autonomía respecto a las políticas de los poderes públicos y reducir su dependencia de los mismos.

Respecto de la independencia o la sujeción a los poderes políticos, España —y el resto de la Unión Europea— enfrenta opciones de hierro referidas a la integración. Al sistema universitario de cada país miembro se le pide ahora, por el llamado Programa de Bolonia, que esté "homogeneizado" para el 2010 con los del resto del bloque regional. ¿Cuáles son los costos de no perder el tren de la integración?

—Lo primero que hay que evitar es que el espacio europeo se pliegue sobre sí, se cierre. Lo segundo que hay que evitar es que este espacio europeo sea la pura reproducción de algún espacio existente en algún otro lugar; por ejemplo, el norteamericano. Yo creo que el sistema norteamericano ha producido muy buenas universidades, pero, globalmente, entre las doscientas mejores universidades del mundo, hay más europeas que norteamericanas, sin desconocer que hay un grupo selecto de norteamericanas que están a la cabeza. En el tema que usted marca hay también una concepción de la educación.

¿En qué sentido?

—Podemos hacer una educación de formación de elites o de ciudadanos y ciudadanas, que extienda y vertebre toda la sociedad. Soy partidario de hacer compatibles ambas, pero creo más en la segunda. Y para ello, Europa tiene que aprender a conformarse en el respeto de su diversidad, homogeneizar sería un disparate. Coordinar y vertebrar las diferencias siempre es positivo. Pero si la unión consiste en algo así como el arrasamiento de nuestras singularidades, sería dramático. Yo espero de todo corazón que eso no ocurra.

¿Usted mantiene alguna de sus cátedras o la tarea de rector de la Universidad le ocupa todo el día?

—¡Claro que sigo dando clases! Cuando me iba a presentar como candidato a rector, una de las mayores alegrías de mi vida fue que mis estudiantes me dijeron que si dejaba de dar clase no me votaban. "De profesor, te queremos. De rector, no sabemos lo que serás", me advirtieron. Así que me comprometí a que si era electo, seguía dando clases. Y todas las mañanas doy Metafísica y Pensamiento Francés Contemporáneo. Me resulta emocionante ver que están allí y que nunca suena el teléfono en clase. Ellos me hicieron ese regalo. Yo soy un profesor que hace de rector. No soy otra cosa.

Copyright Clarín, 2005

Analía Roffo / aroffo@clarin.com

El rector mediático

Hermano de Iñaki Gabilondo, el periodista radial de mayor prestigio en España, Angel —que conduce la Universidad pública en donde estudió Felipe, el príncipe de Asturias— bromea consigo mismo: "Me llaman el rector mediático". Y algo de razón hay, porque nunca se priva de opinar con contundencia.

Criticó duramente en su momento la guerra en Irak y aconsejó que las universidades públicas no derivaran fondos para la investigación en temas militares.

No rehúye hablar de José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno español: "Lidera un gobierno desigual, con ámbitos en los que las decisiones son más certeras y claras, y otros con ciertos déficit. Pero, respecto de la situación de la que veníamos, ha sido muy positivo recuperar la ilusión de determinada ética social y de voluntad de progreso en valores de convivencia. España corría el riesgo de volver a modelos sociales demasiado convencionales. Pero Zapatero es joven y audaz, y cree realmente en que se puede vivir de manera más tolerante y abierta", explica.

"Cree también en las universidades y eso nos ayuda mucho. Nos falta mejorar la educación primaria y secundaria, pero ese reto está también en la agenda del gobierno".

Señas particulares

Español, 56 años.

Doctor en Filosofía y catedrático de Metafísica y Pensamiento Francés Contemporáneo, fue decano de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid.

Se desempeña como rector de la misma Universidad desde 2002.

Participó en mayo del Primer Encuentro de Rectores de Iberoamérica, organizado en Sevilla por el portal Universia del Grupo Santander.

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