Con matices diversos, las ilusiones y temores de Mara se repiten en cada uno de los 2.000 chicos que, este año, se inscribieron para rendir el curso de ingreso de ocho meses al Colegio Nacional de Buenos Aires y a la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, las casas de enseñanza media de la UBA que, con más de cien años de historia, se convirtieron en los secundarios públicos más legendarios de la Argentina.
El desafío es grande: de los 2.023 aspirantes que se anotaron a principios de año, sólo 800 lograrán una vacante (400 en cada colegio). Y lo harán tras ponerle el cuerpo, durante casi un año, a una \"batalla\" punto a punto que dejará afuera a más del 60% de los inscriptos.
\"El curso demanda un gran esfuerzo por parte del chico y de la familia. Por eso tenemos un 10% de deserción en las primeras clases y otro tanto cuando advierten que el puntaje no va a alcanzar\", cuenta Gustavo Zorzoli, coordinador general del Curso de Ingreso para ambos colegios. Las estadísticas indican que un 20% tira la toalla a medio camino. De hecho, a esta altura sólo siguen en carrera 1.675 alumnos.
\"Antes había un examen único, pero después nos pareció que un curso anual era más justo, porque había más oportunidades y se ofrecía apoyo en la preparación\", repasa Horacio Sanguinetti, rector del Colegio Nacional de Buenos Aires desde 1983.
\"La modalidad del ingreso ha ido cambiando. Hubo de todo\", dice, y recupera anécdotas imperdibles. \"Durante el peronismo, en lugar de rendir examen había que presentar un aval de la CGT, y en tiempos del Proceso había que cumplir un \'\'perfil\'\' de familia: venían los padres e hijos de la mano, prolijitos, y se les preguntaba a los chicos quién era su mejor amigo —que debía ser el papá— y cosas por el estilo. También hubo momentos de mucho acomodo. Por eso, los papás ahora firman un papel, que dice que si intentan pedir algo usando influencias la solicitud será publicada. ¡Y lo hago!\" (ver El mito...).
Actualmente, el ingreso es anual, obligatorio y gratuito. Se cursa en paralelo a 7° grado (o EGB3), todos los sábados de 8 a 13: matemática y lengua en el primer cuatrimestre, y geografía e historia, en el segundo. Hay tres evaluaciones por materia, y cada una suma 50 puntos.
Desde 1996, se unificó el curso para los dos colegios (aunque hay que optar por uno al momento de la inscripción). Lo que no varió es su dificultad: es tan exigente que el 60% de los aspirantes busca apoyo en academias o institutos privados, que cobran unos 230 pesos por mes. \"Con el curso buscamos igualar las oportunidades y que no entraran sólo aquellos que pudieran pagar. Aun así, no pudimos erradicar el mal de las academias\", dice Abraham Gak, rector del Pellegrini.
El cupo y el filtro del ingreso han tenido más de una crítica, pero los directivos los defienden. \"Hay una limitación concreta: por cada 3 chicos que se anotan, tenemos lugar para 1. Pero, además, es necesario emparejar, para mantener el nivel y cumplir nuestro objetivo, que es formar buenos ciudadanos\", explica Gak.
Ser alumno, ser egresado, ser docente. El hecho de \"pertenecer\" a estos colegios tiene, desde hace décadas, un valor social y cultural en sí mismo. Y esto hace que el ingreso sea, para algunas familias, algo mucho más serio que la elección de un secundario. \"Hay padres que transmiten mensajes muy pesados: si no entrás, no sos nadie; si fracasás, fracasamos todos. Es mucha presión\", cuenta Zorzoli. Y no exagera: son frecuentes las descomposturas en pleno examen y hubo chicos que llegaron a escanear el boletín para falsificarlo y mostrar a sus padres otra nota.
\"Por eso explicamos que el curso es un espacio de formación, con valor en sí mismo. Ingrese o no, el chico va a adquirir herramientas que le van a servir adonde vaya\", dice Zorzoli. No son escuelas para cualquiera. Pero no porque pesen los apellidos o manden las billeteras. Tampoco, porque sean territorio exclusivo de superdotados. \"Es más importante la actitud que la aptitud. El que se anota sabe que debe romperse el alma. Acá se viene a enseñar y a aprender, no hay lugar ni para la indisciplina\".
Según las estadísticas, el 90% de los ingresantes son de Capital, abundan los escoltas y abanderados, más del 50% tiene o tuvo familiares en alguno de los dos colegios y la proporción de varones y mujeres y de egresados de primarios públicos y privados se reparte en partes iguales.
\"El curso a veces no es justo, pero es el sistema menos malo. El sorteo me parece aborrecible: Sarmiento no entró al Buenos Aires porque perdió. El azar no puede reemplazar el esfuerzo. Y, cuando no hubo ingreso, el 40% dejaba a mitad de año porque no se bancaba la exigencia\", dice Sanguinetti. Y asegura que tampoco le tiembla el pulso ante las voces que hablan de elite. \"Formamos una elite intelectual y moral, sí. Acá se valora el saber y la conducta, nada más\".
Cómo juegan las ilusiones e intereses de los padres
Gisela Untoiglich (*). Psicóloga. Investigadora UBA
La elección del secundario es un proceso complejo en la vida de una familia. Se ponen en juego deseos, anhelos y proyectos de cada uno de los padres y los del niño (que ya no es tan niño como para ser subestimado, ni tan adulto como para tomar sus propias decisiones). Por eso, al pensar en el Nacional de Buenos Aires o en el Pellegrini, suele ocurrir que la elección no está tan ligada a los intereses y posibilidades del chico sino a la continuidad familiar dentro de esas instituciones. En estos casos, la presión que se ejerce sobre el chico suele ser complicada: si no puede responder a las expectativas parentales, puede vivir esa situación como un fracaso personal.
Es difícil para los padres encontrar la distancia óptima entre acompañar a su hijo e involucrarse de modo personal, como si fueran ellos mismos los que aprueban o desaprueban no sólo el ingreso a un colegio sino su esencia de padres. Por eso, es necesario darse el espacio para preguntarse a qué intereses responde esta elección y, también, si el chico, más allá de su capacidad, está en condiciones emocionales de sostener la presión de ser evaluado durante ocho meses, mientras elabora el duelo de terminar la primaria y dejar atrás la infancia. (*)Coordinadora del Posgrado de Psicopedagogía Clínica del Centro Dos.
El mito del temido acomodo
\"Acá no hay hijo ni amigo ni presidente que valga. No existen los privilegios\", asegura Gustavo Zorzoli, coordinador del ingreso para el Buenos Aires y el Pellegrini. \"Los exámenes se imprimen acá y a los chicos no les toma su profesor. Ni siquiera los evalúa dos veces el mismo docente. Todo es anónimo y nos manejamos con códigos y sobres cerrados\". Tanto es así que, el año pasado, quedó afuera el hijo de un alto funcionario porteño. Y, el último sábado, la secretaria de Educación de la Ciudad, Roxana Perazza, cortó clavos como cualquier otra madre esperando a su hijo en la puerta del Pellegrini.
Experiencias en el país
Otras universidades públicas tienen sus colegios secundarios. En el caso de la Universidad de La Plata, en 2003, se anotaron 3.600 chicos para ocupar 550 vacantes en sus cuatro escuelas. No hay cursos ni exámenes: se ingresa por sorteo. Por eso, cada año a fines de noviembre, aspirantes y padres desbordan la Lotería bonaerense para conocer los resultados.
De la Universidad de Tucumán dependen seis escuelas. Cinco son secundarias, y en todas se dictan cursos de ingreso obligatorios y se rinden exámenes eliminatorios. Las materias básicas de son Lengua y Matemática. Entre todas, este año aprobaron alrededor de 500 aspirantes.
La Universidad Nacional de Córdoba (UNC) tiene dos escuelas secundarias: la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano y el Colegio Nacional de Montserrat. Los aspirantes rinden un examen que deben aprobar obteniendo —al menos— un 40% en las pruebas de matemática y lengua. Luego, el cupo de 256 se completa por orden de mérito sobre el puntaje surge del promedio de los exámenes.
La alternativa del ILSE
Hasta hace seis años, el Instituto Libre de Segunda Enseñanza (ILSE) era la segunda opción para los que no entraban al Buenos Aires o al Pellegrini. \"Recibíamos el descarte, y así no lográbamos desarrollar una identidad ni estimular un sentido de pertenencia. Por eso decidimos hacer el curso de ingreso a la par de los colegios, para recibir un alumnado convencido de su elección\", cuenta Vilma Saldumbide, rectora del ILSE.
La institución, con 112 años de historia, también depende de la UBA en lo académico pero tiene financiamiento propio (los alumnos pagan 160 pesos mensuales). Desde 1996, el curso de ingreso es anual y se cursa los martes y sábados. \"Tiene el objetivo de ir integrando a los chicos a la cultura de la escuela y de emparejar. No es sólo un filtro\", agrega. Cada año se anotan unos 500 chicos y entran 206. El curso de ingreso cuesta 320 pesos.