Pero quizás son los resultados escolares de sus alumnos los que más alegrías le dieron en los últimos tiempos.
El informe PISA (Program for Intelligence Student Assessment) 2003, que mide el rendimiento educativo de los países de la Organización para la Cooperación de Desarrollo Económico (OCDE) reveló, recientemente, que el sistema educativo finlandés es el mejor del mundo.
Son los primeros en matemáticas, en compresión de textos y en conocimiento científico (junto a Japón).
Todos manejan como mínimo 3 idiomas.
El 65% obtiene un título terciario.
¿Pero cuál es la razón del éxito del sistema? ¿Se invierte más que en otros países?
La verdad es que no. Si bien se invierte un 5,8 por ciento del PBI en educación (en la Argentina es el 4,4 por ciento), esta cifra no explica por sí sola los logros alcanzados.
En Finlandia ser maestro es un título muy valorado por la sociedad y requiere de una una formación profesional de 5 años, donde un tercio de los contenidos son de carácter pedagógico.
Al igual que en la Argentina, el sistema educativo finlandés es público y gratuito desde que un niño nace hasta que llega a la universidad.
Pero, además, es obligatorio desde los 7 a los 16. En esta etapa todos estudian casi lo mismo: el Estado fija el 75 por ciento de los contenidos, y lo restante responde a las inquietudes de los padres, alumnos y maestros de cada escuela en particular.
"Es usual que los maestros se comuniquen a diario por e-mail con los padres para hablar de los hijos", explica Petri Auvinen, un finlandés que trabaja en Nokia Networks en Buenos Aires.
Una vez concluida esta etapa obligatoria, los chicos tienen dos opciones: ingresar al bachillerato o ir a la escuela profesional.
En los dos casos son admitidos según sus calificaciones en el ciclo anterior. Los alumnos son libres de elegir el tiempo que les tomará este segundo período. Podrán hacerlo en 2, 3 o 4 años, según el ritmo individual.
Los que eligen el bachillerato, al final de esta etapa, deben rendir una prueba final común para todo el país, con preguntas sobre tres idiomas ( sueco y/o finlandés y dos a elección aprendidos desde los 7 años) y otro de matemática o ciencias.
Si se ha optado por la formación profesional, se cursará en los llamados "centros de trabajo" mediante un contrato de aprendizaje, que se firma entre el alumno, el municipio y una empresa privada, en donde se compromete en 4 años como máximo a cumplir con un nivel de desempeño esperado.
En las universidades no hay vacantes para todos. Sólo un tercio de los jóvenes cubrirá las plazas después de un examen de admisión.
"No hay lugar para todos los que quieren estudiar. Los jóvenes lo intentan muchas veces —explica Risto Veltheim, embajador finlandés en la Argentina—; es porque no se valora tanto el título de bachiller, todos siempre van por el título que otorga la universidad".
Por esta razón, desde los años 90, el Ministerio de Educación decidió crear las "escuelas superiores". Esto se ideó para canalizar la gran cantidad de alumnos que se quedaban fuera de la universidad.
Este es el caso de Petri Auvinen, quien se reinsertó en 1995 cuando tenía 27 años —luego de viajar por el mundo durante unos cinco—y comenzó a estudiar Electricidad.
Auvinen no se cansa de agradecer la libertad que el sistema le brindó y, al mismo tiempo, el hecho de que la educación no le costó ni un centavo y que pudo regular el ritmo de sus estudios a su conveniencia.
A partir de esta reforma, en la actualidad, otro tercio de los jóvenes permanecen en el sistema educativo. "Se cumplió con uno de los principales objetivos del gobierno, que era subir el número de ciudadanos con títulos terciarios", argumenta Veltheim.