Viviana Figueroa y la chica de las fotos sólo tienen en común el cabello larguísimo. Es renegrido y lustroso, enmarcando la cara oscura de ojitos achinados, típicos de los omaguaca. En las fotos está blanco de talco y enredado en serpentinas, por obra de la chayada que le organizó su comunidad en Ocumazo, para celebrar que se había convertido en la primera abogada indígena de la quebrada de Humahuaca, y la segunda en todo el noroeste.
Fue en febrero, el martes de carnaval. El 20 de octubre de 2004 había rendido su última materia en la UBA, Sociología Crítica, ya que cursó la orientación en derecho internacional público. En la fiesta estuvieron las 300 familias del pueblo. Viviana agradeció a la Pachamama y a quienes la habían apoyado en su comunidad. Hubo tamales, papas andinas y cuatro novillos asados. La chicha de maíz y de maní llenó los vasos. Y la comparsa Los Alegres de Ocumazo animó el baile.
El viernes, cuando recibió su diploma, puso a su pueblo en el mapa. Un pueblo sin agua potable, al que la electricidad llegó hace un par de años, aunque no a todas las casas. Con seis o siete hijos por familia, que no avanzan más allá de la escuela primaria —construida por la comunidad—, porque la secundaria más cercana está en Humahuaca, a 18 kilómetros de ripio por un camino sin colectivos.
Un pueblo indígena sin título de propiedad. Cuyos miembros acordaron que nadie puede sembrar más de lo que necesita para vivir —maíz, papa, ajo, algo de huerta—, para que el agua de la vertiente alcance para todos.
Ambrosio Figueroa (60) fue peón golondrina. Levantó cebolla en Bahía Blanca, uva y tomate en Mendoza, tabaco en el sur de Jujuy. Juana Flores (54), su mujer, trabajó como cocinera en restaurantes de Humahuaca. Analfabetos, se preocuparon por que sus hijos estudiaran.
"Mirta (33), niñera, de 8 años ya ganaba su comida y su ropa —cuenta Juana—. Hugo (31), de 10 años limpiaba en el restaurante. Claudio (34) iba con mi papá, que tenía muchos caballitos y ovejas. Viviana (27) cosechaba verdura en Uquía. Así les he criado yo, trabajando. En el verano se hacían su plata para las zapatillas. En el tabaco, trabajando yo con mi marido, hemos juntado la platita para una casita en Humahuaca".
Allí vivieron los hermanos mientras hicieron el secundario; los varones se recibieron de técnicos torneros en Maimará. "Siempre tuvimos el aprender como objetivo. Y cuando estudiamos, planteamos nuestra identidad", subraya Viviana. Recuerda, por ejemplo, un documental sobre Capla, "una comunidad que quedó deshabitada, por lo que se perdieron muchas técnicas".
"En 5º año, la profesora de inglés, en vez de alentarnos, nos dijo que de los 30 alumnos sólo tres tenían la oportunidad de ir a la universidad, porque sus padres eran profesionales. A mí no me nombró", cuenta Viviana. Pero ya desde los 14 años había decidido ser abogada: "Pensaba que quien no conoce sus derechos, no puede ejercerlos. Que a los indígenas nos hacían de todo, porque no conocíamos los mecanismos".
Su hermana Mirta vivía en Buenos Aires desde 1990. "En Humahuaca no había trabajo y un primo le buscó una patrona —explica doña Juana—. Ayudaba a sus hermanos con ropa". Viviana terminó el colegio y, antes de anotarse en la UBA, se fue a cosechar cebollas a Bahía Blanca. "Con eso me compré el Código Civil", comenta.
Trabajó como niñera, como empleada doméstica y limpiando estudios jurídicos; salvo en 1998, gracias a una beca del INAI. Mientras estudiaba, colaboraba con las comunidades de su zona. En 2000 ganó, entre 5.000 postulantes, la beca que otorga la ONU a 8 miembros de comunidades de todo el mundo para el Programa de Formación en Derechos Humanos a Líderes Indígenas.
Recién entonces, por una nota en Clarín, se enteraron en Ocumazo de que Viviana cursaba abogacía. "Volvía todos los veranos, trabajaba con las comunidades, hacía talleres, pero no contaba nada: era mucha responsabilidad, no sabía si lo lograría". Sus hermanos no se quedaron atrás: Mirta es maestra, Hugo sigue ingeniería mecánica y Claudio estudia electrónica en un terciario.
Desde 2000, Viviana es ayudante de la cátedra de Derechos Humanos. En 2003 le sumó una ayudantía en Derechos de los Pueblos Indígenas, cuya creación impulsó. Y desde 2004 tiene otra en Recursos Naturales. Todas ad honorem, y en un mes concluye su beca de investigación en la facultad.
"Voy a tener que buscarme un trabajo", asume. Porque gratis es, por supuesto, la tarea que hace en la Asociación Juventud Indígena Argentina para ayudar a los chicos a cursar al menos el secundario, capacitar a los dirigentes en derechos humanos, y acercarles información sobre programas nacionales para comunidades indígenas.
Su obsesión es también su sueño: armonizar los derechos indígenas con el sistema jurídico nacional, "para que se hagan efectivos y ningún juez los desconozca. También deben conocerlos los pueblos indígenas, y ser protagonistas de los cambios. Pero es un trabajo de toda la sociedad —agrega—. Se los considera pobres, se los toma como un grupo vulnerable y se aplican medidas para subsanar la pobreza; y no se considera su riqueza y su identidad".
Omaguaca, un pueblo que resistió
¿Los omaguaca son un pueblo kolla? Vale la pena despejar la confusión. Eran el grupo étnico dominante en la quebrada de Humahuaca, y preparado militarmente debido al carácter estratégico de ésta.
En la primera mitad del siglo XV, los incas extendieron su control político-administrativo, bajo tributo, hasta la actual Catamarca. El noroeste argentino, el norte de Chile y Bolivia integraban el Kollasuyo, es decir, la provincia sur del imperio incaico o Tawantinsuyo, palabra quechua que significa "las cuatro provincias". Los omaguaca resistieron, por lo que hay pocas huellas de la presencia inca en la quebrada.
"No había una etnia llamada kolla, sino una unidad administrativa llamada Kollasuyo —explicó a Clarín el antropólogo Mario Rabey, ex decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Jujuy—. El nombre incaico se generalizó hacia fines del siglo XVI, cuando se consolidaron los españoles, quienes se manejaron con lo que les decían los administradores del imperio incaico, para los que ésa era una zona kolla".
Sibila Camps. scamps@clarin.com
Clarín-Domingo 28: El sueño de una chica kolla: sus padres no saben leer y ella se recibió de abogad
A Viviana Figueroa nadie le creía cuando decía que iba a estudiar en la universidad.