—Ese milagro se corresponde con el desarrollo de un proyecto de país. Existía un modelo que se puede cuestionar en el grado de igualdad que preveía, pero que incorporaba corrientes migratorias y creaba una sociedad con esperanzas de ascenso social. Hubo un proyecto de país formulado con mucha consistencia, en el cual la educación y la salud pública funcionaron como mecanismos de integración; y ambos, como soporte del milagro científico. Nuestro milagro, en buena medida, tenía que ver con la salud pública —los premios Nobel son en biociencia—. Houssay no venía formalmente del hospital público, pero toda la tradición de la facultad de Medicina estaba hecha para alimentar al hospital público, en el marco de ese mencionado proyecto de país. Y la educación hizo que, por ejemplo, César Milstein pudiera ser un estudiante universitario, aun cuando su padre había sido un inmigrante anarquista muy humilde. De alguna forma, quiero mostrar que si él pudo acceder a la Universidad de Buenos Aires fue porque acá se daban las condiciones. Insisto: educación y salud pública fueron dos soportes fundamentales.
Y la salud pública exigía y producía una buena medicina.
¿Cómo se produce la destrucción de esos logros?
—Con el marco opuesto. Nosotros estamos preparando científicos for export. Y se equivocan quienes buscan la explicación en si tenemos una tasa de inversión en ciencia del 0,5 o 1,5% del producto bruto interno, porque cuanto más dinero destinemos, más científicos vamos a exportar. Los criterios de formación, de excelencia y de evaluación de nuestra producción están concebidos para que la gente se vaya. ¿Toda nuestra inteligencia no sirve para darse cuenta de que después de haber hecho el doctorado y el posdoctorado en el exterior, de seguir en contacto con grupos del exterior, que tienen acceso a las revistas de alto impacto, uno empieza a producir, a seguir los temas que ahí se valoran, leyendo los labios de personas de otras latitudes para ver qué tenemos que hacer y decir? Además, ¿cómo vamos a competir con los salarios del hemisferio norte o con los presupuestos que tienen algunas empresas multinacionales para investigación biotecnológica? Formamos investigadores para que todas las grandes compañías farmacéuticas de agroquímicos se alimenten. ¿Acaso hay recursos más baratos que los nuestros? Más aún, a veces pueden ser generosos y dejar que investiguen acá, porque más barato que acá no hay nada. Pero los temas de investigación son los que se imponen allá. Así que, o exportamos nuestros cerebros o exportamos nuestro conocimiento.
¿Cómo se produce el pasaje de una situación a otra?
—La Noche de los Bastones Largos es un momento de quiebre, porque se produce contra una ciencia que se está modernizando y también comprometiendo con un modelo más autónomo, con un proyecto nacional.
Se suele decir que las condiciones de trabajo son siempre peores para las mujeres que para los hombres. Antes de 1966, ¿cómo era el panorama para las investigadoras?
—En la Facultad de Ciencias Exactas creo que tuvimos un buen clima. Las mujeres éramos nuevas y muy poquitas; entonces, lo que hacíamos era seguir el modelo. En el primer mundo hay muchas mujeres que asumen lo femenino como una diferencia y como una responsabilidad, y con todo respeto por el diferente. Pero en Argentina, sumado a este proceso de arrinconamiento de la ciencia, esas posiciones tienen muy poco eco en nuestra comunidad científica femenina. Si los varones son los patrones, cuando sale un paper, la que estuvo haciendo todo el trabajo de rutina y muchas veces dando ideas importantes, no aparece muy destacada.
Sigamos en los años 60, esenciales para la conformación de la política científica argentina, ya que se crea el Conicet, al cual Houssay le imprime un estilo no compartido por todos.
—Houssay estaba inscripto en el proyecto que genera el milagro de la ciencia argentina. Y el Conicet es una cosa seria, aunque nuestra ciencia empieza a estar inmediatamente arrinconada y perseguida. Tiene una pequeña primavera en el 73, cuando nos convocan a todos los que habíamos renunciado en el 66. Pero en el 76 empieza de nuevo una desgracia espantosa. En Exactas llegan los policías revoleando los bastones y diciendo \"no queremos ver un estudiante por acá\". Entonces emigró mucha gente y se conformó una comunidad arrinconada. Cuando llegó la democracia, muchos realizamos esfuerzos para remontar una situación terrible.
Desde la recuperación de la democracia comienzan a advertirse todos los problemas económicos. ¿Los problemas de la ciencia argentina son siempre de financiamiento?
—Obviamente, satisfacen necesidades, pero yo nunca creí en los fondos como el soporte de las so luciones, porque en ciencia primero hay que tener un proyecto. Me gustaría enfatizar que, en este momento, y sin un proyecto claro, más presupuesto es más mercadería for export. Pero, atención, en algunos sectores se percibe una intención muy valiosa de fomentar la relación entre el conocimiento y la producción. Eso me parece bien, pero pertenece más al campo económico. No estoy de acuerdo con la idea que concibe a la universidad como una empresa, aunque sí con la preocupación de que el conocimiento dé frutos en la sociedad. A fines de la década del noventa, la Secretaría de Ciencia y Tecnología tuvo una política absurda, que hablaba de fomentar la universidad-empresa y la ciencia para la producción, mientras estaban todas las persianas bajas y las pymes, destruidas. Lo importante es tener una comunidad científica apta para pensar en nosotros, para pensar nuestro país y para imaginarse la igualdad. Y eso yo no sé si necesita mucho más presupuesto, sino un proyecto.
Entre los cambios que se introducen en la formación de los científicos, aparecen, a fines de los 80 y en los 90, los posgrados. Posgrados, maestrías, carreras de especialización son formaciones académicas aranceladas. ¿No es una forma de sustituir la educación gratuita?
—Desde esos años la universidad empieza a estar coaccionada, al principio con mucha discreción. Uno profundiza bastante su formación enseñando, pero, efectivamente, a partir de los 90, empieza un auge de los posgrados que corresponde a una perspectiva que prima en el mundo sobre la especialización. Es también cuando las universidades privadas participan en una especie de negocio, según el cual la universidad pública produce profesionales y ellas, los posgrados. Y, luego, un poco más lentamente, la universidad pública también fue ofreciendo posgrados arancelados.
Docentes e investigadores universitarios están sujetos a situaciones de precariedad que van desde sueldos llenos de adicionales no remunerativos, hasta incentivos que se pagan si se cumplen determinados requisitos. ¿Qué impacto cree que tiene esa situación salarial?
—Todo el que genera una creciente burocratización de la actividad académica.
Y esta burocratización, ¿tiene algún correlato con la calidad de nuestros investigadores? Porque parece que se premia la cantidad de artículos sin que importe demasiado la calidad.
—¿Sabe una cosa? Prácticamente nadie lee los trabajos. ¿Acaso en el ámbito institucional alguien lee un paper de un investigador? Uno los envía y se pesan. A su vez, los investigadores construyen un discurso, aunque cortito, sobre lo que hacen, y se lee eso, donde figura la primera página de una publicación y los seminarios en los que participó y punto. Pero los papers no sirven para nada, porque en el campo de la ciencia dura nadie los lee. Yo creo que promover su publicación puede ser hasta negativo, porque participa de un proceso de burocratización que no refleja la calidad de los contenidos. Apenas sirven para hacer cuentas.