La Universidad pública se halla envuelta en una inercia reactiva al cambio, con programas que no se revisan y evalúan, con plantas docentes interinas y con dedicaciones que, si no son ad honórem, son parciales.
Como quedara expuesto días pasados, con las medidas de fuerza de los docentes universitarios, el bajo nivel de financiamiento de la educación superior es una de las razones del declive de nuestra Universidad. Por alumno, en la Argentina se sigue destinando menos fondos que en otros países vecinos como Brasil y Chile. Pero además, casi en su totalidad, los fondos que llegan a las universidades públicas se destinan al pago de salarios y gastos fijos, con lo cual queda prácticamente desatendido el lazo entre la Universidad e investigación.
La rigidez de la Universidad se debe a algunos de sus dispositivos de gobierno, pero también al corporativismo y al burocratismo que se ha ido instalando sobre todo en las universidades masivas.
Por otra parte, salvo algunas universidades privadas de buen nivel, en el ámbito educativo no público la situación no difiere demasiado en calidad y rendimiento de los estudiantes.
Como consecuencia de la crisis del secundario, de la necesidad de trabajar y de los escasos canales que abre hoy un título universitario, los alumnos tienen un muy bajo rendimiento, lo cual lo ejemplifica el hecho de que el 23% de ellos pasó un año sin aprobar una materia.
En consecuencia, la Universidad sufre un estancamiento que le impide promover la ciencia y la técnica en el país.
En plena sociedad del conocimiento, en la medida que esta situación persista, se perderán oportunidades de desarrollo individual y social.
La Universidad pública se halla envuelta en una inercia reactiva al cambio, con programas que no se revisan y evalúan y con plantas docentes interinas. En la medida que esta situación persista, se perderán oportunidades de desarrollo.