En su gran mayoría —un 90%— provienen de países limítrofes y optan por la universidad pública para cursar disciplinas como medicina e ingeniería, y por instituciones privadas para abordar áreas como publicidad o marketing. Esta tendencia se registra tanto a nivel de grado como en los posgrados.
Pero en el caso de la universidad pública, sería errado valorar a esto sólo como un reconocimiento de un alto nivel académico. Si bien en alguna medida persiste el prestigio de los logros alcanzados en otro momento por instituciones como la UBA —la cual supo formar a tres Premios Nobel de ciencia, algo sin par en América latina—, lo cierto es que la calidad de esas instituciones está lejos de alcanzar la excelencia.
Existen, por ejemplo, muchas carreras de grado que no cuentan con una debida actualización curricular ni una cantidad por lo menos razonable de docentes regulares, mientras los posgrados no están articulados en una orientación estratégica.
Aun así, la oferta académica puede tener atractivos para los extranjeros debido a que hay algunas personalidades que todavía dictan clases y por la gratuidad de la enseñanza pública de grado o por los bajos costos de la oferta de cursos privados y de posgrado.
En todo caso, la presencia de estudiantes del exterior da cuenta de la potencialidad de nuestro servicio educativo. Si nuestras universidades logran recomponer su calidad y mejorar las condiciones de la labor didáctica e investigativa, muy rápidamente se podrán percibir los logros y los reconocimientos.
Las universidades locales atraen muchos extranjeros. Las públicas tienen problemas académicos de magnitud, pero conservan prestigio y se benefician con el tipo de cambio. Muestran un potencial que podría aprovecharse mejor.