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Clarín: El ABC de la biotecnología, una ciencia que inventa lo imposible

Mientras unos hablan de mejores “razas” de animales y mejores vegetales, otros se alarman por el medio ambiente o la salud. Desde hace tiempo, la biotecnología está entre nosotros. Alberto Díaz, autor de “Bio… ¿qué?”, habla de sus aplicaciones y riesgos.

28 de noviembre de 2005, 13:02.

Alberto Díaz cuenta algo (por lo menos) curioso: Georg Tremmel y el japonés Shiho Fukuhara, dos alumnos del Departamento de Diseño Interactivo del Royal College of Art de Gran Bretaña, propusieron plantar manzanos (u otros árboles frutales) con genes de mascotas queridas en los jardines británicos. Con su “idea loca” bajo el brazo, fundaron la empresa Biopresence y todo se tornó un poco raro cuando les propusieron usar genes de familiares muertos.
Se sabe que los ingleses adoran sus jardines, tanto que llegaron a pagar hasta 40 mil dólares por cada arbolito. Ya lo dijo Joseph Goldstein –Premio Nobel de Medicina de 1985–, los biotecnólogos son como los artistas surrealistas porque buscan “inventar lo imposible”.
Más o menos eso es la biotecnología. Se escuchan muchas historias similares a la de los árboles-familiares en la presentación del libro “Bio… ¿qué?”, el libro de Díaz, director del programa de transferencia e innovación tecnológica de la Universidad Nacional de Quilmes. Desde el primer piso de la Biblioteca Guiraldes, se encarga de poner blanco sobre negro. “La biotecnología no es sólo genética o genética aplicada. (…) Básicamente es el uso de sistemas biológicos y sus partes para producir bienes y servicios. Algunas personas, con menos sutilezas, dicen que es la manera de hacer dinero con la biología”, bromea en el libro.
“Si uno se guía por todo lo que se escucha, creería que estamos frente a un mundo de ciencia ficción y no es cierto. Aún así están pasando cosas raras en la biotecnología…”, admite Diego Golombek, investigador del Conicet y coordinador del área Ciencia y Tecnología del Centro Cultural Rojas. Él dirigió la colección “Ciencia que ladra” de Siglo XXI y disfruta cuando dice “estamos de niños bonitos, el libro de Alberto es el número 15 de la colección”.
¿Y cuándo empezó toda esta historia de mezclar la biología con la tecnología? Aunque con el Proyecto Genoma Humano flota cierta idea de recta final, lo cierto es que la biotecnología vio la luz oficialmente en 1982 con la insulina disponible en el mercado internacional. Esto es así porque se trataba del primer medicamento fabricado gracias a técnicas de ADN recombinante. Y había tenido su principal antecedente en los 70, fundamentalmente con la aparición de la ingeniería genética. “A partir de ese momento se pudo insertar genes de una especie en otra y por lo tanto se pudo programar organismos vivos para que realicen un sinnúmero de tareas”, explica Díaz.
“El nacimiento de la industria biotecnológica habla de su dinamismo: en menos de 10 años se había creado una industria altamente competitiva”, explica en el libro. Y Díaz traduce su idea en datos: la empresa Genentech fue creada por dos personas en 1976 y en menos de 10 años ya tenía casi mil empleados, comenzó a especializar sus productos y Roche había comprado el 70% de sus acciones por 2.600 millones de dólares… Y está tendencia no es exclusiva del primer mundo. “Las empresas que se crearon en el país ‘copiaron’ muy tempranamente los productos y las tecnologías que se desarrollaron en el norte en medicamentos y diagnósticos (algunos ejemplos son Biosidus, PolyChaco, PC-Gen o Pablo Cassará) en salud humana”.
La versión local de la biotecnología está altamente enfocada al campo con el “tambo farmacéutico” de BioSidus o las semillas de Monsanto. Y, casi al pasar, Díaz comenta que los medicamentos son más aceptados que los alimentos modificados. La pregunta del millón es ¿por qué? Buscando aclarar el panorama, Díaz dice que “los remedios nos llegan a través del mago, o sea el médico. Con los alimentos, hay un debate muy River-Boca”. Y Carlos Borro –titular de la Dirección General del Libro y ex miembro del área de Cultura de la Universidad Nacional de Quilmes Editorial, que también participa del proyecto– enfatiza la importancia de un Estado presente a la hora de regular el mercado biotecnológico. “Marx decía que la máquina no era buena ni mala, todo dependía del uso que se le daba. Yo digo que la biotecnología no es buena ni mala, depende de las reglas. ¡Ahí es donde el bueno de Marx todavía no está pasado de moda!”, agrega mientras el resto del panel sonríe.
Mas allá del chiste y mucho más allá de la polémica, lo cierto es que sólo en tres años (de 1995-1998), el área plantada con semillas modificadas pasó de cero a 30 millones de hectáreas, sobre todo en los EE.UU., Argentina y Canadá. “En 2004 se llegó a los 81 millones de hectáreas, el 30% más que en 2003”, agrega. Actualmente hay 14 países con los polémicos cultivos transgénicos en producción agraria. Según Díaz, los megaproductores (o sea con mas de 50 mil hectáreas cultivadas) son: los EE.UU. (59% del toral sembrado en el mundo); Argentina (20%); Canadá (6%), Brasil (6%); China (5%); Paraguay (2%); India y Sudáfrica (1% cada uno); y con menos del 1% están: México, España, Filipinas, Uruguay, Australia y Rumania.
Mientras los transgénicos avanzan, la polémica tiene tres patas: salud, medio ambiente y economía. “Creo que no son un riesgo para la salud; creo que hay un riesgo ambiental que debe ser estudiado y controlado por los estados; y creo que el problema económico se basa en que todo está en manos de grandes empresas que no analizan consecuencias a largo plazo”, explica Díaz. Y cuando todavía flota en el aire la advertencia, alguien recuerda el caso de una mariposa que se alimentó con polen de maíz genéticamente modificado y murió…
 
El mundo de los transgénicos según Brasil
La semana pasada el gobierno de Lula liberó la reglamentación que pone en práctica la Ley de Bioseguridad, sancionada en marzo, y que regula el uso terapéutico de células madre embrionarias y el cultivo y comercialización de productos transgénicos.
Por un lado, la reglamentación confirma el uso científico y terapéutico de células madre embrionarias, procedentes de embriones producidos por fertilización in vitro, y que no fueron implantados por ser considerados inviables o porque fueron congelados por más de tres años. La clonación con fines terapéuticos o reproductivos está prohibida, so pena de tres años de prisión y multa.
Por otro lado, tras la publicación de la regulación, el ministerio de Ciencia y Tecnología comenzó a preparar la instalación de la nueva Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad, cuya principal labor es la liberación para comercialización de los llamados organismos genéticamente modificados y cuya composición generó controversias.
La Comisión –que había sido desactivada luego de sancionada la ley en marzo– estará formada por 27 ciudadanos, de los cuales hay 12 científicos, además de representantes de salud humana, animal, vegetal y medio ambiente, y de organismos gubernamentales. La corporación Monsanto dio la bienvenida a la reglamentación. “Vamos a acelerar los pedidos de aprobación de nuevas variedades transgénicas”, dijo Ricardo Miranda, directivo de Monsanto, al diario Gazeta Mercantil. Esa empresa comenzó a realizar ensayos con nuevas variedades de maíz, soja y algodón genéticamente modificados.
Fuente: AFP
Por Carla Barbuto. Especial para Clarin.com conexiones@claringlobal.com.ar

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