Qué universidad necesita la Argentina?« En realidad, para comenzar, habría que preguntarse si la Argentina necesita una universidad. Aunque resulte ocioso, tal vez convenga recordar la importancia que tienen las universidades para el desarro llo social. Lo expresó muy bien el escritor Luis Brito García al afirmar: "El lugar que una sociedad asigna a sus universidades coincide misteriosamente con el lugar que esa sociedad ocupa en el mundo". Hoy nos interrogamos si una universidad es una institución destinada a la formación profesional para satisfacer las demandas de un mercado laboral en transformación, si su objetivo prioritario es producir conocimiento de avanzada, seguir cumpliendo la función de introducir a la cultura a los jóvenes dirigentes, o si está llamada a influir más directamente en la evolución social.
La universidad tiene la función irrenunciable de cultivar y proponer hacia afuera ciertos valores que le son propios. Su misión es civilizar al nuevo milenio, y para lograrlo es preciso convencer a la sociedad de que la educación encierra valores propios y de que no sólo es la clave de valores económicos.
La Argentina está lejos de asignar el papel de liderazgo que les corresponde a sus instituciones de educación superior. Ello se manifiesta en la magnitud de los fondos que el Estado asigna para su funcionamiento. Hay que convencer a la sociedad argentina de que resulta preciso animarse a dar un osado salto hacia el futuro, duplicando o triplicando la inversión educativa, como lo han hecho los pueblos que avanzan. Es un espejismo imaginar que tendremos una universidad seria y competitiva y, por lo tanto, una sociedad que comparte esas características, sin docentes dedicados a la tarea de investigar y enseñar recibiendo una remuneración decente, sin bibliotecas actualizadas y laboratorios bien provistos, sin estudiantes motivados.
Como también nos han despojado de la perspectiva histórica, olvi damos que en su esencia la universidad es una institución de ideas. Al declinar la trascendencia social de la idea, la universidad decae como espacio que la representa. Vivimos en un mundo que es cada día más de cosas y menos de ideas.
La amenaza externa a la universidad está representada por este impulso a cosificarse. Hay signos de ese peligro y debemos esforzarnos para revertirlos. En primer lugar, las características de la formación que llevan a la especialización precoz, un debilitamiento del rigor científico a pesar de lo que declamamos, el desinterés por todo lo que no se considera económicamente útil, que pueda producir beneficios de inmediato.
Se instala con fuerza avasalladora la concepción de que para justificar su existencia la universidad debe exhibir resultados mensurables y comercializables. No advertimos que resulta imposible aplicar la lógica de las empresas a un producto tan difícil de definir como un estudiante educado, un profesor talentoso o un conocimiento significativo.
Sólo si reinstalamos la idea de que la educación pertenece a la idea del ser y no a la del tener revertiremos esta tendencia actual que busca convertir a la educación superior en un sector más del mercado de bienes y servicios. En esta dirección, a las instituciones que conocíamos como universidades sólo les quedará el nombre.
Cuando queramos identificar las palancas del cambio social sobre las que puede operar la universidad, no deberemos mirar afuera y lejos. Bastará mirar hacia nuestras modestas aulas y laboratorios. El actor del cambio posible está allí: es la mente de nuestros jóvenes. A ellos deberemos proporcionarles las herramientas intelectuales que les permitan trascender el injusto mundo de inmediatez en el que vivimos.
Clarín: El mercado no debe guiar a la Universidad
Guillermo Jaime Etcheverry. Rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA)