“La idea es conseguir un material que después de ser utilizado, se degrade en un tiempo relativamente corto como, por ejemplo, treinta días”, explicó Silvia Miyazaki, quien conduce la investigación desde el laboratorio del Área de Agroalimentos. Cuando fue creado, el plástico era considerado un invento revolucionario porque estaba pensado para durar. Sin embargo, hoy en día el nivel de contaminación es tal que el objetivo de los estudiosos justamente pasa por todo lo contrario: ver la forma que cada vez dure menos. El 40 por ciento del plástico que se usa en la Argentina es material de empaques. Los precintos, diferentes tipos de hilo, el nylon y los envases más variado tienen un uso efímero, pero una vida centenaria.
Claro que, de adoptarse la receta de la UBA, todo podría cambiar. Los investigadores argentinos hallaron la fórmula para obtener distintos tipos de plásticos teniendo como insumo principal a los remanentes agroindustriales y la mano de obra la aporta una bacteria. Pese a que hasta el momento el proceso se ha realizado solo en el laboratorio, el know how ya está disponible para transferirlo a escala industrial. El plástico está constituido por compuestos químicos formados por la combinación de moléculas en unidades estructurales repetidas, que reciben el nombre de polímero. "El proceso de degradación comienza cuando el polímero es enterrado, mientras esté en contacto con el aire es totalmente inerte y puede conservarse durante años. Tiene la misma durabilidad que el plástico común", asegura Miyazaki, que trabaja con becarios del Conicet y en colaboración con científicos de la Comisión Nacional de Energía Atómica y con grupos de Alemania, Japón e Italia.
El trabajo del equipo de investigadores lleva ya más de diez años. A principios de los 90, el área de Agroalimentos de la UBA comenzó su ardua búsqueda de un sustituto plástico más saludable para el ecosistema. Algo para reemplazar a aquel que tuvo su origen en 1926, cuando el Instituto Pasteur de Francia utilizó la bacteria Bacillus megaterium para producir poliéster. Durante los tres primeros años los investigadores se dedicaron a recolectar distintas bacterias por todo el territorio argentino para seleccionar el microorganismo que "trabajara mejor" y que, además, fuera totalmente inocuo. La bacteria elegida fue Azotobacter chroococcum.
El paso siguiente fue poner la "fábrica" en funcionamiento. Para ello, se hizo un cultivo con el microbio, alimentándolo con fuentes carbonadas y minerales. A diferencia de los seres humanos, la bacteria necesita estar bajo condiciones de "estrés" para actuar con mayor eficiencia. "Sólo cuando se provoca un disturbio en el crecimiento de la bacteria, se interrumpe su camino metabólico y se desvía a la formación de un poliéster", dice la doctora Miyazaki. ¿Cómo se logra? "Por ejemplo, la falta de oxígeno o nitrógeno provoca que la bacteria acumule el poliéster como materia de reserva. En un período de cuatro días almacena un 80 por ciento de su peso", agrega la especialista.
Luego, los investigadores rompen la pared bacteriana para extraer el poliéster acumulado, lo purifican y lo calientan para transformarlo en plástico. “Una vez que tenemos el material fundido, observamos la cantidad de esferulitas, que son pequeños centros que tiene el polímero que indican el estado de rigidez. Esto sirve para saber el uso que se le puede dar, para hacer una bandeja o una película", ejemplifica la investigadora, que ahora trabaja en la posibilidad de regular la flexibilidad, rigidez y resistencia del polímero. "En distintos ensayos, encontramos que nuestros materiales tienen propiedades semejantes a las del polipropileno", destaca Miyazaki y lo da como un dato clave de la investigación. “Por ser inocuos para el organismo se podrán utilizar como parches o hilos de sutura en cirugías”, dice. Y las fábricas no tendrán de que preocuparse pues según los investigadores los polímeros biodegradables se podrán moldear con las mismas maquinarias que se emplean para producir los plásticos convencionales.