Según datos oficiales, al mismo tiempo que el 45 por ciento de la población carcelaria de la provincia de Buenos Aires recibe enseñanza formal en alguno de sus niveles y modalidades, otro porcentaje similar es el que reincide en el delito luego de ser liberados. Pero de acuerdo con un relevamiento de la UNICEN, sólo el 0,02 por ciento de los que estudiaron en la cárcel vuelve a delinquir. De ahí que hoy esta casa de altos estudios tenga ocho alumnos en esa condición (dos de ellos mujeres), lo que la convierte en la primera experiencia en educación universitaria carcelaria mixta en la provincia de Buenos Aires. José Luis es uno de estos casos, una persona que habla del dolor y del motor de su cambio personal.
“Yo hice casi todos los niveles educativos estando privado de libertad. Completé la primaria, que había dejado en quinto grado, cuando era pibe. Entonces cuando caí detenido me puse a estudiar, dije ‘voy a terminar la primaria’. Después era como que había encontrado algo distinto. Me di cuenta de que era un espacio donde podía hacer otras actividades y a la vez me escapaba un poco del lugar”. Así explica José Luis el cambio que representó en su vida haberse iniciado en el camino de la educación, por el cual continuó –siempre desde el presidio– cursando el nivel medio y luego la universidad.
“Quería estudiar Derecho –dice– porque me parecía que estaba muy relacionado con mi vida”. Sin embargo, para seguir esta carrera debía ser trasladado hasta La Plata, iniciativa poco probable para un condenado con sentencia firme como él. La alternativa fue la Facultad de Ciencias Sociales de la UNICEN.
José Luis afirma que ir a la universidad “no formaba parte de mi vida: estudiar, querer progresar o perfeccionarme en algo no tenía ningún sentido. Yo desconocía no solamente lo que era adquirir conocimiento, sino que aparte del conocimiento, crecés”. Asimismo, define con la voz de la experiencia las caminos que tiene quien está tras las rejas: “Tenés tres alternativas: estudio, trabajo o soy un delincuente más que voy a estar acá congelado hasta que salga y vuelvo de nuevo a lo mismo. Sin el estudio decís: ‘yo voy a pagar lo que me falta y me voy’. En cambio con el estudio te hacés de otras expectativas, ya pretendés otra cosa. Entonces decís ‘¿qué hago?’ Yo estudio porque así voy a tener una posibilidad de ser una persona distinta y puedo vivir de una manera diferente”.
El Servicio Penitenciario selecciona a los posibles estudiantes de acuerdo a su comportamiento en el presidio: “Hay pabellones con buena conducta, hay pabellones con conducta medianamente aceptable y otros con gente que no tiene conducta. En general los que no tienen conducta no estudian. Algunos de los que tienen conducta entre 4 y 6 [mediana] sí, depende como se desenvuelven cuando se los atiende en una audiencia cuando van a pedir por el estudio”.
Para llegar adónde está, José Luis debió sortear más de un obstáculo. Hoy se enorgullece por el trayecto recorrido, pero recuerda los escollos: “Muchas veces tuve que bajar la cabeza ante determinadas circunstancias o determinados momentos en los que decís ‘si reacciono o algo el que pierde soy yo’. Lo digo por los dos lados, por el lado de los presos y por el lado del Servicio”. Con la sapiencia de quien vivió, concluye: “Estás en un mundo donde está siempre latente a suceder algo, es como que decís ‘tengo que ser muy cuidadoso... no es fácil saber como posicionarte ante determinadas circunstancias”.