—Apunto a la formación. Creo que el problema grave de las universidades contemporáneas es su desvinculación de la realidad. Tienen dificultades de adecuación con la velocidad del cambio social y tecnológico. Nuestros médicos, específicamente, necesitan mejor y mayor información sobre la evolución tecnológica, mejor preparación en la atención primaria, mayor vinculación directa con los enfermos y con las nuevas patologías de las enfermedades crónicas. Mucho más enfoque comunitario y mucho más cuidar que curar.
—¿Cree que esta carencia se soluciona fijando un cupo de ingreso a las facultades de Medicina?
—Nunca hablé de cupo. Yo dije lo que digo siempre: que ingresen los que están en condiciones de ser bien formados. Sobre todo en Medicina porque, entre muchas otras responsabilidades, los médicos nos dicen quién está en condiciones de trabajar y quién no, quién está loco y quién está cuerdo, quién está muerto y quién está vivo, y eso es mucho poder social. Sostengo que el cupo debe fijarlo la posibilidad de enseñar y no una restricción. Y sé que en ningún país del mundo se pueden formar bien a 5.000 estudiantes como tiene hoy la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Y además, sin ningún tipo de evaluación.
—¿A qué se refiere?
—La ley de Educación Superior estableció la obligatoriedad de un mecanismo de acreditación y evaluación para las universidades, como existe en todo el mundo. Es la CONEAU y depende del Ministerio de Educación. Y la única universidad argentina que no está en la CONEAU es la UBA.
—También sostuvo que en el país hay exceso de médicos.
—Y es cierto. En la Argentina hay un médico cada 292 habitantes y la tendencia es un incremento muy fuerte. No hay país que banque esto. La relación en el mundo civilizado es de un médico cada 400 habitantes. Yo no quiero que nos pase lo que sucede en Italia o en España donde hay, respectivamente, 55 mil y 35 mil médicos que no trabajan de médicos. Nosotros ya tenemos subempleo, mal empleo y mala calidad de la atención, y no podemos seguir empeorando. Yo tengo la responsabilidad de que nuestros médicos sean buenos y los necesarios y no la tarea de quedar bien con los estudiantes. Por otro lado, no quiero menos matrícula sino más diversificación. Por ejemplo, necesitamos más enfermeras y más técnicos.
—¿Cuál es el compromiso actual del Ministerio de Salud con la formación académica?
—Con los decanos de todas las facultades de Medicina del país —salvo el de la UBA— estamos trabajando en la elaboración de un posgrado en Medicina Comunitaria Social, que es el nuevo perfil de médicos que queremos para llevar adelante el Programa Nacional de Salud.
—Si este Plan responde a las necesidades del país ¿cómo cree que debe compatibilizarse con la autonomía universitaria?
—Los consejos nacionales de cualquier país civilizado, en nuestro caso el Consejo Federal de Salud que integran los ministros de Salud de todas las provincias, trabajan con las universidades y les dicen qué tipos de recursos quieren y cuántos. Esto es lo que estamos intentando hacer en la Argentina, y todas las universidades que trabajan con nosotros manejan su autonomía pero nos escuchan. El problema es que la UBA no participa en ningún tipo de conversación.
—¿Cómo evalúa la posición de la UBA?
—Hoy (por ayer) el decano de la Facultad de Medicina, Salomón Muchnik, dijo que la planificación del recurso humano la hacen ellos. Si esto es así, creo que la autonomía universitaria de la Reforma del 18 hoy es de un conservadurismo feroz. Más que autonomía es autismo.