Saltar a contenido principal Saltar a navegación principal

Clarín: Tener estudios ya no garantiza un ascenso en la escala social

A igualdad de instrucción, los jóvenes de hogares de estratos medios altos y altos tienen 4 veces más posibilidades de lograr un buen empleo que los jóvenes de estratos bajos. Lo mismo pasa con los sueldos.

14 de noviembre de 2005, 14:53.

Según un estudio de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, hoy en día ya no basta tener estudios para crecer en la escala social. Actualmente, sólo dos de cada diez jóvenes de entre 18 y 25 años de los hogares más pobres del país con estudios universitarios tienen un empleo de calidad o pleno (asalariados y cuyo sueldo supera la canasta básica de alimentos). En cambio, son siete de cada diez los jóvenes de los hogares más ricos con título universitario los que obtienen un empleo de esas características.
La explicación es que cuando la desigualdad y el deterioro social es profundo, como en nuestro país, la formación educativa no logra siquiera equiparar oportunidades. Los jóvenes de los sectores medios-altos y altos de nuestro país, a diferencia de los de hogares de ingresos medios y pobres, cuentan con más estructura familiar que les da apoyo y con una red mucho más amplia de influencias.
Los datos surgen del proyecto UBACYT "Los jóvenes excluidos y las políticas posibles", dirigido por el sociólogo Agustín Salvia (ver Esperando un país...) y codirigido por Fortunato Mallimaci, investigador del Ceil-Piette Conicet y de la UBA, con la participación de becarios del Conicet y de UBACYT. La base del estudio fueron las Encuestas Permanentes de Hogares del INDEC (2003-2004 y primer semestre de 2005). También encuestas propias y grupos de discusión.
"La educación dejó de ser un factor de movilidad social porque no hay más movilidad. Cuando esto sucede se refuerza el papel de las redes sociales familiares", indicó la investigadora del Conicet Claudia Jacinto.
Según el proyecto UBACYT, los jóvenes que viven en los hogares más ricos de los grandes aglomerados urbanos de nuestro país tienen 4 veces más posibilidades de conseguir un empleo de calidad que los sectores de la juventud que viven en los hogares más pobres (más allá del nivel de estudios). La relación es menos desigual respecto de los jóvenes de los sectores medios. Los jóvenes de los hogares más ricos del país tienen 1,5 más oportunidades para conseguir un empleo pleno que los de clase media.
"Los jóvenes más pobres no sólo tienen menos oportunidades de conseguir un empleo mejor remunerado que los de estratos sociales aventajados sino que, aunque tengan un nivel educativo mayor, los de los hogares más pobres tienen pocas oportunidades de aumentar el ingreso que perciben", describió la socióloga y becaria de investigación del proyecto de doctorado, UBACYT, Ianina Tuñón.
A la hora de ejemplificar, los números no dejan dudas. Un joven de entre 18 y 29 años con título terciario o universitario de los estratos más altos de la sociedad gana en promedio unos 1.346 pesos. Pero uno con las mismas características aunque de los sectores más pobres apenas obtiene una media de 344 pesos. En síntesis: lo que gana un joven de un hogar rico casi cuadruplica el ingreso de uno de un hogar pobre.
"La relación entre educación e ingresos está altamente asociada a los puestos de trabajo disponibles en los distintos momentos históricos. La crisis del mercado laboral ha determinado que los jóvenes tengan pocos empleos esperándolos", explicó la investigadora de Flacso y becaria de Conicet Ana Miranda. Y concluyó: "En los contextos de restricción social cobran más fuerza las relaciones laborales."
A esta problemática se suma otro detalle alarmante. Es cierto que hoy son más los que ingresan a la primaria y que finalizan el secundario en comparación con los que lo hacían treinta años atrás.
Pero "estamos viviendo un proceso de polarización de la educación —observa la investigadora Jacinto— y los pobres, en términos generales, acceden a una educación de baja calidad".
Pilar Ferreyra. pferreyra@clarin.com
 
Ser y no ser, ésa es la cuestión
Siempre, en la Argentina, tener una "palanca" —como se decía años atrás— sirvió de trampolín para conseguir buen empleo. Ese contacto solía venir por vía familiar. Pero ahora, desde que la brecha socieconómica se ahondó y la sociedad quedó dividida en dos claras partes —los que tienen y los que no tienen—, el fenómeno se consolidó. Lo dicen los expertos y también el sentido común: los tiempos en los que en nuestro país la apuesta a la educación era un pasaporte a una mejor posición social ya forman parte de la historia. Hoy, la educación ha perdido su antiguo valor como factor de movilidad social. En cierto sentido, en este tema se ha formado una sociedad de castas, en la cual las clases más bajas de la sociedad son las víctimas más frecuentes de procesos sociales de discriminación y de segregación sociocultural. Y al revés.
Eduardo San Pedro esanpedro@clarin.com
 
TENDENCIAS : OPINION
Esperando un país con futuro
Hoy el deterioro laboral continúa castigando más a los jóvenes que a otros grupos sociales de nuestro país. La mayoría de ellos viven en hogares pobres sufriendo discriminación social. Para amplios sectores juveniles la educación técnico-profesional es una credencial inaccesible o de poco valor.
En la actualidad, la mayor parte de los jóvenes tienen sueños, pero no parecen tener futuro. Castigados por su sobrecalificación, deben devaluar expectativas o buscar nuevos rumbos.
Durante la mayor parte del siglo XX la Argentina brindó el espacio para una amplia movilidad ascendente, cuyos principales protagonistas eran jóvenes jugados a un proyecto de vida y de país. El paso por el sistema educativo y la posterior inserción en una carrera laboral eran un recorrido posible. Pero eso pasó a ser historia.
Los jóvenes disponen de mucho más capital educativo que sus progenitores. Sin embargo, enfrentan escasas oportunidades de movilidad y un futuro incierto, cuando no hostil. Esto se debe a la ausencia, desde hace treinta años, de un proyecto estratégico de nación que ofrezca a los jóvenes libertad, progreso e igualdad de oportunidades ciudadanas.
El problema no es la falta de condiciones favorables ni de conciencia oficial, sino la inexplicable ausencia de una política hacia los jóvenes.
Agustín Salvia. Investigador del Conicet/UBA-UCA
 
TENDENCIAS : TESTIMONIO I
Con la necesidad de seguir creyendo
Mariana Giuli tiene 25 años, es licenciada en Relaciones Internacionales y confiesa que hoy lucha "entre las ganas de vivir en la Argentina y el cansancio por la falta de perspectivas".
"Toda mi vida busqué dar lo mejor de mí misma, aprender, perfeccionarme, superarme cada día y —fundamentalmente— defender mis principios de ética, integridad y honradez", contó a Clarín.
Egresada de la Universidad de la Policía Federal en 2002, con medalla de oro al mejor promedio, es autora de ensayos, poesías, cuentos y una novela en colaboración. Domina el inglés, francés y portugués y también estudió Ceremonial y Protocolo y Periodismo.
"Sin embargo —se quejó—, aún no pude insertarme en el mercado laboral. Choqué repetidas veces ante la frustrante frase: 'Tu perfil es demasiado elevado para la posición que ofrecemos', ¡y yo sólo pido la posibilidad de comenzar! ¿No es la excelencia a lo que deberíamos apuntar?..."
"Necesito seguir creyendo que la gente capacitada tiene lugar, que se puede llegar por uno mismo y no siempre con el respaldo de algún 'padrino' o influencia. Son las personas honestas y no los 'mediocres piolas' quienes harán de nuestra Patria un lugar mejor", señaló.
Y dejó para el final una frase esperanzada: "Tal vez sea una utopía. Porque acaso tener principios en esta época no resulte demasiado rentable o práctico. Pero quiero seguir capacitándome y aprendiendo. Y deseo trabajar. ¿Será mucho pedir?"
 
TENDENCIAS : TESTIMONIO II
"No alcanza sólo con las ganas"
A los 25 años, Roberto Castaño dice que en su vida hay una heroína sin la cual su historia sería otra: su mamá, Rosa. La mujer trabajó en casas de familia y en cuanto trabajo fuera necesario para que el hijo pudiera estudiar.
Roberto, nacido en Lanús y criado en el barrio Centenario, de Banfield, es el primer universitario en la familia. Sueña que su título de licenciado en Trabajo Social le abra más puertas, aunque hasta hace poco debió desempeñarse en otros trabajos para pagar sus estudios.
Muy cerca de la graduación, luego de años de trabajar en el sector envoltorios de una empresa, encontró lo más parecido a su profesión que pudo encontrar. Desde hace 6 meses trabaja en una delegación del Ministerio de Trabajo en Banfield, atendiendo los casos de desocupados que gestionan un subsidio. "Ahí está la diferencia, porque alguien de una familia de buen pasar sólo debe preocuparse por el estudio y, encima, logra los mejores puestos", dijo Roberto a Clarín.
Desde chico recibió el mandato de estudiar de su mamá, Rosa, y de su papá, Antonio, al que perdió cuando tenía 14 años. "También me impulsan mis hermanos, en especial mi hermanita Carmen", contó.
Roberto —casado con Ivanna, estudiante de Economía en la UBA— logró hacer su carrera en la Universidad de Lomas de Zamora. Pero lamenta que muchos compañeros, a causa de dificultades económicas, hayan abandonado. "Lo ideal sería un sistema de becas que les permitiera estudiar; no ésas de 300 pesos por las que deben trabajar diez horas", señaló. "A quienes venimos de familias de pocos recursos se nos hace el doble de difícil. Dicen que bastan las ganas, pero no es cierto. Y después, con el título en la mano, nos faltan los contactos."
Pese a tantos obstáculos, Roberto quemó sus naves dejando el trabajo que tenía y se jugó a encontrar algo afín a su carrera. "En Trabajo aplico no sólo lo que aprendí en la universidad sino también la solidaridad que mamé en mi casa."

Contenido relacionado