Nacieron hace diez años, creados por los docentes que acompañaron el proceso de fábricas recuperadas. Otorgan títulos oficiales, pero sus profesores no cobran sueldo. Quieren que el Estado reconozca su labor.
Los bachilleratos populares nacieron en 1998, por iniciativa de un grupo de docentes e investigadores universitarios que acompañaron el proceso de las fábricas recuperadas. Diez años más tarde, ya hay veintitrés en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Tienen el reconocimiento del Ministerio de Educación y otorgan títulos oficiales, pero sus profesores no cobran sueldos. En estos días están haciendo una campaña para que el Estado reconozca su trabajo.
Roberto Elisalde y Marina Ampudia integran el grupo fundador de los bachilleratos. Ampudia es antropóloga; Elisalde, historiador. “En la Argentina hay una larga historia de experiencias autogestionarias en educación. Los anarquistas y socialistas abrieron sus escuelas a fines y principios de siglo XX. Juan B Justo, José Ingenieros, fueron profesores. Más tarde tuvimos las universidades obreras creadas por el sindicalismo preperonista de la década del 30 y después la universidad obrera que impulsó el peronismo. En los ’80, finalizada la última dictadura, se desarrollaron las experiencias de educación popular freyrianas. Cuando estas experiencias autogestionarias encontraron políticas públicas con las cuales articular, lo hicieron, como con el peronismo. Pero hoy esto es algo que todavía no se termina de concretar”, señala Elisalde.
Los bachilleratos populares retoman esa tradición, sumándole elementos de esta época. El 90 por ciento de sus docentes son graduados o estudiantes universitarios; son, a la vez, investigadores, profesores de escuelas de adultos y militantes sociales. Los bachilleratos se definen como una organización social en sí misma, que articula con otras organizaciones sociales: empresas reabiertas por sus trabajadores, movimientos territoriales y sindicales.
Ampudia venía de trabajar en educación para adultos, en escuelas nocturnas, cuando se armó el equipo que fundaría las primeras escuelas, en la metalúrgica recuperada Impa y en organizaciones territoriales de Tigre. “Veíamos que cada vez había más jóvenes que dejaban el polimodal, en un proceso de expulsión. Los chicos llegaban a la escuela nocturna, pero esa llegada era la antesala para que dejaran definitivamente el colegio”, reseña.
–¿Por qué dejan de estudiar?
–Encontramos dos tipos de razones. Problemas de la educación en sí misma, pibes que decían “repetí”, “no entiendo” o “me aburro” cuando les preguntábamos por qué habían dejado. La segunda tiene que ver con la precarización del empleo como un fenómeno que atraviesa toda la vida de los jóvenes, un problema que continúa y que sigue expulsándolos del sistema educativo. Hoy cambió el sujeto de la educación para adultos, ya que el 70 por ciento son en realidad jóvenes.
El avance de los bachilleratos puede contarse en tres etapas. Del ’98 al 2003 el grupo inicial formó el equipo de educación popular y crearon los primeros bachilleratos. A partir del 2003 comenzaron a ser convocados por empresas recuperadas que querían abrir bachilleratos en sus edificios, para que sus integrantes terminaran el secundario y como una forma de vincularse con los vecinos del barrio. Se sumaron después otros actores, como movimientos sociales (hay bachilleratos en galpones del Movimiento Teresa Rodríguez y el Frente Darío Santillán) y sindicales (como Anta y el Movimiento de Ocupantes e Inquilinos, de la CTA). A partir del 2007 lograron el reconocimiento oficial, tanto del Ministerio de Educación porteño como de la provincia de Buenos Aires, como escuelas con capacidad de otorgar títulos.
En la actualidad tienen un promedio de 100 estudiantes por bachillerato y más de 200 profesores entre los 23 bachilleratos. “Trabajamos con más de un docente por clase. Armamos equipos porque la clase siempre es muy heterogénea”, señala Ampudia.
–¿Qué diferencias hay con un bachillerato para adultos tradicional?
Elisalde: –En término de la educación, no proponemos la escuela como lugar de contención, sino de formación, con todos los objetivos del campo académico. La diferencia más fuerte, creo, es cómo los alumnos se apropian del lugar de estudio. Otra es que no tenemos situaciones de violencia entre los jóvenes.
Alumnos y docentes tienen una gimnasia de movilizaciones. Por lo general, participan de las tomas y han realizado también sus propios planes de lucha para lograr el reconocimiento oficial. Con el macrismo gobernando la ciudad, también sufrieron sus consecuencias. Apenas comenzaron con los reclamos para lograr que el Estado pague sus sueldos, en una marcha al Ministerio de Educación les abrieron una causa contravencional por dar una clase pública sobre Callao, cortando la calle. La fiscalía acusó a diez personas; curiosamente, ninguno de ellos estuvo cortando la calle, sino que los procesados son los diez que entraron al ministerio para realizar el pedido.
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