El uso y manipulación que se le ha dado al caso Campanini, en Mendoza y en el resto del país, ha sido notable y sorprendente. Tanto aquellos medios decididamente opositores a la administración de Celso Jaque como los que militan su causa lo tomaron para defenestrar o para ensalzarse.
Pocas veces hemos visto, en varios años de oficio (23 en mi caso particular), cómo un hecho desgraciado y, por supuesto, impactante, como fue la agonía del guía Federico Campanini, ha sido utilizado, manipulado y tergiversado tanto por los medios como por abogados, particulares y periodistas en general, de la forma en que ha ocurrido en esta oportunidad. Pero el trato superficial, irresponsable y poco profesional que hemos hecho –muchos– desde los medios sobre este hecho no ha sido el primer caso, ni tampoco será el último, lamentablemente.
Recuerdo uno a mediados de los noventa. Por esos años, el menemato arrasaba con su poder y pocos periodistas, como Jorge Lanata, se animaban a hacerle frente. Él lo hacía y con éxito. De ahí su enorme prestigio, quién lo duda. Una noche en su programa se ocupó de un “sorprendente caso de corrupción en Mendoza”, según lo presentaron, y durante una hora su equipo periodístico se despachó con que en Mendoza el gobierno de turno gastaba “¡seis millones de dólares!” –gritaban escandalizados– en producir moscas. Y se agarraban la cabeza en aquel famoso y prestigioso programa de televisión que El Gordo conducía los domingos a la nochecita. Nunca explicaron, porque quizás no lo sabían (más imperdonable todavía), que las moscas no eran las comunes, sino las del Mediterráneo y que se esterilizaban para evitar su multiplicación y proteger así la fruta de carozo y pepita.
El periodismo porteño es, generalmente, poco riguroso, fabulador y da muestras diarias de su escaso apego a la precisión y el profesionalismo. Como en todas las cosas, hay profesionales que rompen ese molde, y aprovecho para sugerir el buen artículo escrito por Mariano Blejman el jueves en la contratapa de Página/12, líneas que, confieso, me inspiraron a romper el molde habitual de esta columna, alejarme por una semana de los asuntejos políticos del momento y compartir con ustedes esta impresión. Blejman acusa, también, al periodismo basura y a sus notas de baja estofa.
Y el uso y manipulación que se le ha dado al caso Campanini, en Mendoza y en el resto del país, ha sido notable y sorprendente. Tanto aquellos medios decididamente opositores a la administración de Celso Jaque como los que militan su causa lo tomaron para defenestrar o para ensalzarse. Poco hubo de un criterio medido y profesional. Cuando no todo se hizo tan mal ni todo tan bien.
Comparto el sentimiento de Blejman y cierto grado de contradicción –vuelvo a él–, cuando en su artículo revela lo que le cuesta defender a la policía, y mucho más a la mendocina, al ponderar el trabajo de la patrulla de rescate que intentó sacar con vida a Campanini de la cumbre. Dos años atrás estuve en el cerro y, más allá de la preparación física y mental que necesité para llegar a Berlín (esa fue mi cumbre, a casi 6.000 metros), no lo podría haber hecho sin el apoyo de esta gente que hoy se cuestiona, tanto policías de la patrulla como refugieros, guías y andinistas que allí arriba te dan una mano. Quiero evitar ser autorreferencial. Pero los he visto trabajar y me he favorecido de su actitud para hacer una comida o calentar agua con 26 grados bajo cero a casi 6.000 metros, cuando todo te funciona a media máquina.
El famoso video en donde se ve a Campanini tirado por una cuerda ha permitido ratificar la particular característica que como sociedad alimentamos día a día, eso de soltar livianamente todo tipo de impresiones sin darnos la oportunidad, siquiera, de conocer de qué se trata. Los medios electrónicos, con sus sistemas de mensajes de texto, sus contestadores telefónicos o los foros en los digitales, son la muestra acabada de esto. Sacando del análisis a quien aprovecha el anonimato para decir lo que se le ocurra, en general, como sociedad, solemos llegar a conclusiones muy livianas de todo lo que sucede, lo que no nos permite, a mi modo de ver las cosas, crecer, ir hacia adelante y no retroceder.
Esa característica, casi una enfermedad, puede que sea la causa de por qué Mendoza no logra darse una discusión seria sobre su futuro en los próximos años. O, cuando se da, como ocurrió con el gran flagelo que nos agobia, el de la inseguridad, con aquel trabajo de varios meses que se hizo desde la Universidad Nacional de Cuyo, no se aplica y queda guardado en un cajón de algún despacho oficial.
El caso Campanini puede ser aprovechado, en especial y primeramente por el Gobierno, para corregir el rumbo en varios frentes y para, específicamente, potenciar y mejorar lo que se hace en Aconcagua. Y, paradójicamente, el video que alguien difundió con un variado ramillete de objetivos ocultos podría transformarse en un elemento de reacción y motivación en muchas áreas que el Gobierno de Jaque está necesitando.
El dramático “¡vamos, culiao!” de los guías hacia Campanini refleja la desesperación del grupo frente a lo que se les viene: la noche, el frío atroz, el cansancio, las piedras, la nieve, el hielo y la altura y hasta la propia muerte si no se mueven con rapidez para salir de la ruta de los Polacos, en donde se encuentran. Sin embargo, al sacarse de contexto, alimentó las críticas destempladas de una prensa atraída por los escandalos y el sensacionalismo y, como está dicho, poco formada e informada sobre los asuntos de los que debe informar, precisamente.
No estaría nada mal que el gobierno de Jaque tome el grito de los rescatistas como el símbolo de un grito de buena parte de los mendocinos que le piden reacción y acción. Pero no sólo a Jaque. Ese grito desesperado bien puede dirigirse a los dirigentes opositores y sus propuestas, siempre en el mismo pantano y hacia los medios, hacia nosotros, los periodistas, por creernos lo que en verdad no somos.
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22 de noviembre de 2024