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Cuento de verano

ANA Y LOS OTROS. (Ídem / Argentina, 2003). Dir.: Celina Murga. Intérpretes: Camila Toker, Juan Cruz Díaz La Barba; Ignacio Uslenghi, Natacha Massera Ana y los otros es un debut notable, sentimental -sin que en este adjetivo haya intención de subestima alguna-, que exuda libertad creativa y en el que su directora no tiene mayores pretensiones que la contar una historia de manera fresca y despojada. Por Sol Ruiz

01 de marzo de 2004, 11:02.

imagen Cuento de verano
Cierta vez oí a alguien decir que los comienzos y los finales de una obra son los momentos más difíciles de resolver para un autor, porque coinciden con los lugares en los que su creación se recorta del mundo. Celina Murga sale indemne del desafío: Ana y los otros empieza de forma alentadora, y termina en luminosa calma y candorosa sencillez. En su contundente ópera prima, la directora resuelve ambas instancias con lucidez y frescura, condiciones que logra mantener, además, durante el transcurso del film.

La anécdota es el viaje que emprende la Ana del título para encontrarse con los otros, esos que dejó en su Paraná natal cuando decidió vivir en Buenos Aires, hace varios años. Nada sabemos de ella ni de su presente. Tampoco importa. Conocemos a Ana de a poco, por su propio discurso y por los diálogos que mantiene con los otros, aunque el espectador sea cómplice sólo de su mirada, ya que la historia está contada desde su punto de vista.

No sabemos, entonces, por qué al terminar el secundario Ana decidió irse de Entre Ríos. Pero sí conocemos la razón por la que vuelve –o cree volver-, aunque Murga –igual que Ana- la haga aparecer casi distraídamente al comienzo del film, intercalada en diálogos aparentemente fútiles. Ana (una excelente Camila Toker) desliza, casi de forma descuidada, su intención de saber qué fue de la vida de su ex novio, Mariano. Con el correr de los fotogramas, este propósito se transforma en verbo. Pero no es más que una excusa: en realidad Ana se busca a ella misma, indaga sobre un pasado que pudo ser suyo, deambula por el paisaje de su patria (parafraseando a Borges admitamos que patria es el lugar donde transcurrió la infancia de cada uno) no buscando a Mariano, aunque eso es lo que parece, sino rastreando sus propias huellas. En cada paso de la búsqueda de su ex amor, hace coincidir las pisadas de él con las propias, en una extraña alquimia que conjuga pasado y presente de ambos.

Formalmente impecable, la película se estructura en dos segmentos fácilmente reconocibles, divididos por una bisagra igualmente identificable: la que marca el paso del discurso a la acción. En la primera parte, Ana se reencuentra con viejos amigos, conocidos, compañeros y hasta pretendientes. Habla con ellos sobre las relaciones, el amor, su historia junto a Mariano. Se trata de un fragmento totalmente discursivo -cuya cita a los diálogos de Röhmer es obvia-; una serie de escenas sin orden visible, casi inconexas, aunque la suma de ellas sí tiene sentido. En la segunda parte, el verbo que define a Ana ya no es hablar, sino buscar. Llega la acción; y la trama toma rumbo definido. Siempre tras Mariano y tras ella misma, viaja a Victoria en auto y describe un periplo claramente kiarostamiano. Pero las alusiones al director francés y su par iraní no se agotan en ellos; si de algo no quedan dudas es de que Murga sabe cómo imponer a las citas su propio estilo e imprimir una identidad que se respira en cada fotograma. Otra referencia podría ser Sábado, de Juan Villegas (que Toker protagonizó y en la que Murga ofició como asistente de director); en sentido estricto en cuanto a los diálogos, aunque en aquélla estos denotaban vacío existencial y en Ana... dilemas, ensayos, pareceres sobre las relaciones humanas. Hay una cita más, en este caso, una referencia explícita; en un diálogo entre Ana y Diego, un ex compañero y –se adivina eterno- enamorado. Él dice que la última película que vio “fue una francesa, una romántica, ésa (en la) que ellos están muy enamorados y él se tiene que ir a la guerra. Ella queda embarazada y al final se termina casando con otro. Él vuelve después de muchos años y se reencuentran pero ya es tarde”. No menciona el título del film, pero se refiere a Los paraguas de Cherbourg (1964), de Jacques Demy. Murga explica que la elección de dicha alusión “fue bastante espontánea, necesitaba una película romántica que permitiera a los personajes hablar indirectamente del amor”. Será tarea de la propia Murga bucear en su mente para descubrir por qué, si el tema a aludir era un amor frustrado, se decidió por el musical francés y no por Con ánimo de amar, por citar una de las miles de películas que abordan dicho tópico. Tal vez sea porque Ana, al igual que Geneviéve (Catherine Deneuve) se va de su ciudad y regresa años después, para comprobar, luego de un fugaz y casual encuentro con Guy (Nino Castelnuovo), que en ninguno de los dos quedan rastros de ese amor que se profesaron en el pasado. Ana le dice a Diego: “A mí no me gustaron ni los personajes ni la película. Es más, me molestó bastante...”. Cuándo éste le pregunta el motivo, ella contesta “porque los personajes abandonan ese amor difícil en nombre de lo que se supone de lo que tiene que ser. Como si el amor apasionado o puro fuera algo que hay que dejar”.... “No puro de pureza, sino de puro amor” aclara un segundo después. Ana no entiende la resignación el conformismo ni la cobardía en el amor (“ellos no hacen nada por estar juntos”, dice refiriéndose al descorazonador final del film). Por eso se lanza con valentía a buscar al que tal vez sea el suyo.

En el camino aparece un niño, Matías, de quien se hace amiga. Dicho encuentro será sustancial para la búsqueda de Ana (la de Mariano pero también la de su propia identidad) y posibilitará la clausura de ésa, y también el final del film. Esperando el regreso de Mariano, que viajó por unas horas a Gualeguaychú, Ana y Matías establecen un vínculo fugaz pero que calará hondo en ella. Relacionándose con ese niño Ana se conectará con su propia infancia, encontrará el modo de acercarse a Mariano y dará fin a su viaje. Intenta enseñarle a Matías cómo acercarse a la chica que le gusta tal vez buscando el modo de acercarse a Mariano, pero actúa del mismo modo que el chico –escondiéndose- cuando tiene cerca a su amor. Se establece entonces, un juego de indentificación y proyección sumamente interesante en Ana, que encuentra a su propia niñez en la de Matías, por eso no es casual que sea él quien posibilite el encuentro de su viejo amor. Vemos, entonces, que la búsqueda de su novio de la adolescencia es sólo un motor; el verdadero desafío es encontrarse a sí misma. Sin desestimar la relación que los unió en el pasado, podemos inferir que en la instancia presente Mariano es un pretexto, como podría serlo la búsqueda de un familiar, un viejo amigo, un antiguo profesor, un perro, un lugar o un objeto preciado (esto es evidente en las elecciones formales de Murga: nunca vemos a Mariano directamente; no podemos acercarnos y lo hacemos de a poco, como Ana, primero escuchando sobre él, luego oyendo su voz en una vieja filmación; finalmente viéndolo a lo lejos). Encontrando lo que busca, Ana encontrará su identidad. Sobre ese eje Murga trabajará otros temas como el amor, la incomunicación, la soledad, el presente como consecuencia del pasado, el miedo, la inocencia, el coraje. Y abordará una paradoja: el precio de alcanzar la madurez tiene directa relación con la conexión con el niño que algún día fuimos. Para convertirse en adulta, Ana debe reconocerse en la niña que fue. O mejor: para vivir el presente, hay que animársele al pasado.

Cada plano, cada encuadre y cada línea de diálogo están al servicio de contar esta historia sencilla. Afortunadamente, no hay en la realizadora afán de deslumbrar con virtuosismos formales que no sean el correlato exacto de lo que se cuenta. El trabajo con planos (medios, en su mayoría) y paneos hace que durante casi todo el film la noción de una cámara presente casi desaparezca. Hay una excepción: el travelling desde el interior del auto, cuando Ana deambula por las calles de Victoria. A diferencia de lo que sucede en los múltiples paneos, en esta toma la presencia de la cámara se hace tangible, y –seguramente al contrario de lo que la directora pretendió- el espectador, en lugar de acomodarse en el lugar del personaje, toma distancia de él debido a la evidente intrusión del lente. Tal vez se manifieste como artificio porque el travelling aparece como una excepción formal y no como un elemento constitutivo del lenguaje de la autora, como en el caso de Kiarostami. Pero es una elección mínimamente objetable dentro de una obra plena de aciertos. Murga “cuenta” una historia en el sentido más feliz del término y no necesita vuelos estilísticos pretenciosos para hacerlo. No explica ni enjuicia personas, comportamientos, atmósferas y costumbres de provincia: las muestra. No hay una sola nota discordante en el tono del film: es melancólico y pleno de nostalgia, pero dichoso. Los rubros técnicos son correctos y la labor del montajista, Martín Mainoli, pone en evidencia un hecho plausible: en el corte final se dejó lo que se quiso, no lo que se pudo. Murga delega con inteligencia y se hace cargo de lo se supone capaz de hacer con solvencia. Se vislumbra, por ejemplo, una convincente directora de actores en ella. En cuanto a ellos Toker, misteriosa y sutil, es una elección afortunada. Pero el hallazgo del film, en cuanto a personajes entrañables se refiere, es el chico que encarna a Matías, Juan Cruz Díaz La Barba. Fresca y absolutamente encantadora, su intervención constituye uno de los momentos más adorables del cine del último año.

Ana y los otros es un debut notable, sentimental -sin que en este adjetivo haya intención de subestima alguna-, que exuda libertad creativa y en el que su directora no tiene mayores pretensiones que la contar una historia de manera fresca y despojada. Su final es bello y esperanzador: en un plano lejano –otra vez Kiarostami- , Ana toca el timbre de la casa de Mariano. Él abre la puerta y ella entra. No compartimos la mirada con Ana, ya no nos pertenece. La observamos sumergiéndose en el presente o en el pasado, jamás lo sabremos... porque ahora nosotros también somos los otros. Refiriéndose al irremediablemente triste desenlace de Los paraguas de Cherburgo, Daniel decía: “Es un amor trágico. Tiene que terminar así”. Se adivina un final diferente para Ana y Mariano.

FESTIVALES Y PREMIOS
. Cine en construcción (Toulouse, marzo 2003).
. Festival de Cine Independiente de Buenos Aires- Sección Oficial (marzo 2003). Premio Especial del Jurado.
. 51° Festival de San Sebastián – Selección Horizontes (Setiembre 2003).
. Festival de Río de Janeiro (octubre 2003).
. Mención especial en el Festival de Venecia, donde se exhibió en la sección Semana de la Crítica.
. Premio FIPRESCI a la mejor película latinoamericana del 2003.

BIOFILMOGRAFÍA DE LA DIRECTORA

Celina Murga (Paraná, 1973) estudió Dirección de Cine en la Universidad del Cine, donde también se desempeñó durante dos años como jefa de trabajos prácticos de la cátedra de Dirección. En los últimos años ha trabajado como asistente de dirección en cortos publicitarios y en largometrajes como El fondo del mar, de Damián Szifrón; Sábado, de Juan Villegas; El descanso, de Ulises Rossell/Andrés Tambornino y Rodrigo Moreno; y Solo por hoy, de Ariel Rotter.

FILMOGRAFÍA COMO DIRECTORA:
2003 – Ana y los otros (largometraje).
2001 – Una tarde feliz (cortometraje).
1998 - Interior Noche (cortometraje).
1996 – Frío afuera (cortometraje).

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