Luego de este asesinato y en ocasión del Primer Encuentro Feminista de Latinoamérica y del Caribe que se celebró en Bogotá de 1981, se declaró el 25 de noviembre como "Día Internacional de la Eliminación de la violencia hacia las mujeres". En 1999 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) le otorgó un carácter oficial a la declaración.
Para conmemorar esta fecha a continuación se transcriben las palabras de la profesora Rosana Rodríguez, miembro del Instituto de Estudios de Género (IDEGE) de la Universidad, dedicadas a la memoria de las hermanas Mirabal, símbolo de lucha y resistencia antitrujillista.
En memoria de las tres mariposas. Rosana Rodríguez
La violencia contra las mujeres es:
“Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino, que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción y la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada” (Naciones Unidas, 1993. Declaración sobre la Eliminación de la violencia contra la mujer).
El 25 de noviembre, Día internacional de la No violencia contra las mujeres se conmemora en homenaje a las hermanas Mirabal. Conocidas como las tres mariposas, por su nombre secreto en la resistencia a la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo, en la República Dominicana, uno de los tiranos más brutales que haya conocido América Latina.
Patria, Minerva y María Teresa se transformaron en un símbolo de la libertad en todo el mundo, luego de que fueran brutalmente asesinadas a garrotazos por los sicarios de Trujillo, por formar parte de un movimiento de resistencia contra el régimen.
El 25 de noviembre de 1960, sus cuerpos fueron encontrados en un acantilado en la costa junto al jeep que las transportaba, haciéndolo parecer un accidente. Esta tragedia contribuyó a despertar la conciencia en la población, seis meses más tarde, un grupo de conspiradores ajusticiaron al caudillo, poniendo fin a treinta años de abusos, torturas, asesinatos y corrupción. A partir de este acontecimiento comienza el proceso de reinstauración de la democracia en ese país.
Es en honor a estas tres valientes hermanas, heroínas de la lucha clandestina antitrujillista, que se declara el 25 de noviembre como el Día Internacional de la No Violencia Contra las Mujeres, durante la celebración del I Encuentro Feminista de Latinoamérica y del Caribe realizado en Bogotá, en 1981.
En ese Encuentro las mujeres denunciaron la violencia tanto a nivel doméstico, como la violación y el acoso sexual a nivel de estados, incluyendo la tortura y los abusos sufridos por las mujeres prisioneras políticas. En el año 1999 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprueba la propuesta y le asigna carácter oficial, con el apoyo de 60 países.
Estas tres mujeres con un coraje especial, estudiosas dedicadas, se comprometieron con la libertad política de su país, oponiéndose con firmeza a una de las dictaduras más opresoras y duras que sufrió Latinoamérica. A causa de su incansable actividad rebelde, fueron encarceladas, torturadas y brutalmente asesinadas.
Dice Minerva: “Toda mi vida he tratado de irme de casa. Papá siempre se quejaba de que, de sus cuatro hijas, yo debería haber sido varón, pues había nacido para andar libre. Primero quise ir al colegio, luego a la universidad. Cuando con Manolo (su marido) y yo empezamos en el movimiento clandestino, yo era quién viajaba entre Monte Cristi y Salcedo, conectando célula con célula. No podía soportar la idea de vivir encerrada en una sola vida” (Álvarez, Julia, 1994: 252).
De este modo Minerva relata la vida que eligió, una vida en libertad, vida razonable para un varón pero inadmisible para una mujer. Sus comportamientos deben corresponderse con los adecuados para su sexo. De una mujer se espera que sea madre y esposa, cuidadora del bienestar físico y emocional de su familia. Para los varones, en cambio, ha sido creado el mundo público, del saber, las ciencias, el trabajo y la política. Esta estructura de jerarquías que se trasmite en los procesos de socialización es una estructura patriarcal que ha favorecido la desigualdad de las mujeres. Bajo los supuestos de las leyes de la naturaleza, a las mujeres se les ha expropiado de sus derechos como personas, del derecho a su propio cuerpo, a su sexualidad, a su salud, a su bienestar, a su participación social y política, obligándolas a recluirse en el hogar. Despojadas del valor simbólico y económico de su trabajo como cuidadoras, educadoras, sanadoras y garantes de la trasmisión de valores sociales y culturales, las mujeres, aún así, se han rebelado mediante múltiples estrategias a cumplir con la obligatoriedad de un mandato injusto y arbitrario, y se arriesgaron a cuestionar lo incuestionable.
La incorporación inconsciente de las relaciones de dominación-sumisión social propias del sistema patriarcal, establece las relaciones de poder como única forma de vincularse varones y mujeres, que implican desigualdad y que son siempre violentas porque suponen el predominio y la valoración de los deseos, necesidades, intereses, creencias, etc. de los varones sobre las mujeres. La violencia masculina consiste en colocar a las mujeres bajo el poder real y simbólico de los varones. Todos los discursos y todas las religiones legitiman que las mujeres deben estar en manos de los varones al igual que sus destinos, pues ellos saben lo que es justo y legítimo. Así es que todas las sociedades, más o menos han creído y reforzado la idea de que las mujeres son inferiores a los varones.
De este modo la violencia es aprendida socialmente, no es innata ni biológica, ni está registrada en la genética del varón, es una forma de ejercer el poder mediante el empleo de la violencia física, psíquica, económica o política. La violencia contra las mujeres nace de un sistema de relaciones de género anclado en la organización social y la cultura que a lo largo de la historia ha establecido que los varones son superiores a las mujeres, y tienen diferentes cualidades y por ello deben ejercer diferentes roles. Estos roles estereotipados asignan la dominación, el poder y el control a los varones y la sumisión, la dependencia y la obediencia a las mujeres.
Nuevas modalidades del patriarcado
Pero algo ha cambiado, muchos podrían decir que estamos en condiciones de igualdad, sin embargo, la violencia contra las mujeres no ha decrecido. Como sostiene Amelia Valcárcel lo que estamos presenciando es una violencia igualitaria, dado que los varones vivencian situaciones de igualdad como ataques a su virilidad, de modo que asumen en fratía con su género, la responsabilidad de poner a las mujeres en su sitio (Valcárcel, Amelia, 2008: 24). Segato y Amorós en la misma línea, sostienen que toda expresión de autonomía por parte de las mujeres, es comprendido como una pérdida de los considerados “naturales” privilegios masculinos, que sumado a la ilusión de disminución de sus beneficios, ventajas y placeres ante el avance de las mujeres, que abandonan su rol tradicional de pasividad y obediencia y buscan desarrollar su libertad, provocan una reacción violenta de mayor intensidad por parte de los varones (Segato, Rita, 2005; Amorós, Celia, 2008).
Se trata de inscribir en los cuerpos de las mujeres, un mensaje ejemplificador para todas las mujeres, promovido por las comunicaciones en el contexto actual de globalización. Entonces, si la justificación de la vieja violencia contra las mujeres era su inferioridad, ahora es la condición de igualdad la que provoca la ira del maltratador, es su autonomía, su capacidad para poner fin al ciclo de violencia que vivía con su pareja, o por el sólo hecho de controlar y disciplinar cualquier conductas que se desvíe de su rol “natural”. Por otra parte, en toda sociedad, señala Segato, se manifiesta una mística femenina, de culto a la maternidad, valoración de la virginidad, la pasividad y docilidad femenina. El quiebre del orden instituido es significado como una amenaza a la integridad masculina.
La violencia se refiere a todos esos actos o amenazas que, tanto en el hogar como en la comunidad, incluyendo los actos perpetrados por el estado, producen daño, miedo e inseguridad en las mujeres para desarrollar cualquier aspecto de su vida en libertad. El miedo es esa trampa mortal, que explica las dificultades de las mujeres para buscar ayuda.
María Teresa, 17 de marzo de 1960 escribe en la cárcel, sobre ese miedo que la paraliza:
“Lo peor es el miedo: cada vez que oigo pasos por el corredor, o el ruido metálico de la llave al dar vuelta en la cerradura, siento la tentación de meterme en el rincón como un animal herido, y gimotear. Pero sé que si hago eso me entrego a una parte baja de mi ser, que es menos que humana. Y es lo que ellos quieren, sí, eso es lo que buscan” (Álvarez, Julia, 1994: 69).
Esta historia no ha dejado de repetirse, a cada instante en algún lugar del mundo, una mujer mueren a causa de golpes y maltratos infligidos no sólo por integrantes de las fuerzas armadas y de seguridad, sino también por funcionarios públicos, maridos, convivientes, amantes o exparejas. La violencia contra las mujeres requiere de un análisis profundo de sus estructuras, de las nuevas modalidades que habilita el patriarcado moderno, que descarga su horror sobre las mujeres como una estrategia de reafirmación de identidad patriarcal.
Romper el silencio sobre la violencia contra las mujeres y pasar a la denuncia y a la acción no es fácil. El carácter cíclico de la violencia da cuenta de que estas formas de maltrato no provienen de agresiones casuales entre iguales sino de ataques sistemáticos de parte de quienes tienen más poder: los varones.
Las mujeres en situación de violencia se encuentran con miles de obstáculos para salir de la agresión, que son eminentemente sociales y estructurales, como la falta de respuestas institucionales, las presiones legales y religiosas a favor de la reconciliación, el peso de los mandatos sociales sobre las mujeres para que cedan en sus proyectos personales a favor de lo que el agresor le pide. Como hemos señalado, la violencia se mantiene y se legitima socialmente, es producto del sistema patriarcal y del sistema sociocultural de género. Por ello es central, para erradicar la violencia contra las mujeres, tomar conciencia de los estereotipos y prejuicios sexistas, y de los procesos y medios a través de los cuales se produce su transmisión. Transformar el beneplácito, la complicidad y el silencio ante la violencia debe ser un compromiso para toda la sociedad. Promover otros modelos de relación, atender las demandas de las mujeres y garantizar la erradicación de toda forma de violencia es una obligación del Estado.
Bibliografía citada:
Álvarez, Julia (1994): “El tiempo de las mariposas”, Buenos Aires, Editorial Atlántida.
Segato, Rita (2005): “Las estructuras elementales de la violencia”, Buenos Aires, Prometeo.
Amorós, Celia (2008): “Mujeres e imaginarios de la globalización", Rosario, Homo Sapiens.