Ante el inminente inicio del ciclo lectivo, una especialista analiza las alternativas que posibilitarían reformar el sistema educativo y hacer frente a nuevos tiempos.
En los últimos tiempos, las palabras crisis, fracaso, bajo rendimiento, estudiantes que no estudian, padres que no acompañan, pruebas con resultados negativos, son algunas de las expresiones que se utilizan para referirse a los resultados que obtienen los alumnos.
Muchos son los diagnósticos, los números y las estadísticas que se publican respecto de las dificultades de las escuelas para alcanzar los estándares de calidad establecidos. Frente a tantos datos que desde hace mucho tiempo se vienen repitiendo, uno podría preguntarse: tenemos los números, que son claros y necesarios, ¿y ahora qué hacemos?
Frente a esta realidad es posible desde la gestión de la educación optar por diferentes modalidades de acción: sentarse a esperar que un nuevo año transcurra para volver a medir los estándares de calidad, paralizarse aterrorizados porque todo está tan mal que es imposible generar algún cambio, recordar con nostalgia tiempos pasados en los que estudiar y ser buen alumno formaba parte de los ideales de la juventud, o mirar el presente, tomar conciencia y empezar un viaje hacia la real transformación de la educación como instrumento poderoso para concretar los cambios que la sociedad necesita.
Utilizaré la metáfora del viaje para analizar y aportar algunas puntas de debate, que aproximen la comprensión de la complejidad de la trama en la que se ancla, esto que hemos dado en llamar “fracaso escolar”.
Cuando un sujeto resuelve realizar un viaje, lo primero que deberá elegir es el destino, a dónde quiere ir. Definir el lugar hacia dónde debe empezar a caminar la educación sitúa a quienes deben decidirlo frente a una gran incertidumbre, en la que se enfrentan pares antagónicos tales como: igualdad/diversidad; prescripción/deliberación; transmisión/construcción; inclusión/exclusión, entre otros. Lo importante es tomar conciencia de que el destino de los niños y jóvenes es responsabilidad de los adultos en general y de las autoridades educativas en particular, quienes no pueden permitirse titubeos o respuestas fuera de tiempo. Es necesario, de una vez, imponer la dirección del camino que se busca recorrer, con políticas claras y construidas desde los emergentes que hoy están dando cuerpo al “fracaso escolar”.
También es importante preguntarse con quiénes se realizará el recorrido. Es aquí donde los gestores de la educación tienen la oportunidad de sumar a todos los actores sociales, que seguramente podrán aportar desde diferentes ámbitos y perspectivas nuevas miradas, que contribuirán y enriquecerán la comprensión del complejo problema que hoy preocupa a la sociedad en su conjunto, convirtiendo de este modo a la educación en ejemplo de participación democrática.
Imaginar un viaje implica decidir si se usará un mapa o se confiará en las posibilidades de descubrir nuevos caminos usando un GPS. En educación es necesario que los responsables de orientar el tránsito por los diferentes niveles garanticen la existencia de un mapa general que posibilite la movilidad de los alumnos dentro del sistema educativo provincial y nacional. En el caso particular de la educación en nuestra provincia, sería bueno encontrar las razones por las cuales los docentes están leyendo y trabajando con los documentos de la “transformación educativa” que se elaboraron para llevar a la acción la Ley Federal de Educación. Cabe preguntar, ¿y la Ley Nacional de Educación, que es la que nuestros legisladores votaron por considerarla superadora de la anterior?
¿Se estará iniciando un nuevo recorrido con un mapa viejo?
Permitamos a los educadores utilizar su GPS para tomar las decisiones e implementar las estrategias que sus contextos particulares requieran. Esto se logrará sólo si realmente las autoridades y los padres confían en la profesionalidad de los docentes.
Y si los docentes se comprometen y se responsabilizan del rol que les ha tocado jugar en este viaje, que es nada más ni nada menos que “la educación como fuerza del futuro”.
Es hora de elegir el medio de transporte: podremos subirnos a un 2CV o a una Ferrari, lo importante es confiar en que en ambos llegaremos al destino. En educación quizá haya muchos 2CV y muy pocos Ferrari. Es responsabilidad de los hacedores de la educación ofrecer nuevas y diferentes oportunidades según las necesidades de los contextos y los sujetos a quienes están dirigidas, entendiendo que todos tienen el derecho de avanzar según sus modos particulares de funcionar.
Lo importante en educación es reconocer estas diferencias de ritmos y estilos de enseñar y aprender, que seguramente mostrarán una gran variedad de velocidades. Es fundamental saber de dónde se parte y a dónde se quiere llegar porque, si no, se corren serios riesgos de volver al pasado o avanzar sin saber bien por qué. Las planificaciones y los diseños para guiar el proceso de aprendizaje deben ser entendidos sólo como hipótesis posibles que se corporalizan en el hacer en la institución y en el aula. Es hora de que docentes y directivos tengan espacios reales para compartir las narraciones de sus prácticas de enseñanza, para esto será fundamental la documentación de la acción en los más variados y posibles lenguajes, sólo así será posible construir innovaciones que permitan aproximar estadísticas diferentes.
Para finalizar, comparto con los lectores una reflexión de un gran maestro de la educación latinoamericana, Alfredo Furlán, quien en el cierre de un congreso internacional de educación expresó: “¿Es esperable actuar a plena luz? Nunca habrá plena luz. Aunque se produzcan rupturas... debemos seguir discutiendo al mismo tiempo que tratando de situarnos en un conjunto más grande. Mientras mantengamos el nombre de ‘educación’, tendremos derecho de apostar y de preguntarnos... ¿quién apuesta más?”.
*Licenciada en Psicopedagogía, magíster de la UBA en Didáctica e investigadora de la UNCuyo.