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El ALCA que no brilla

Washington abandonó la idea de negociar con todo el bloque americano. Ahora busca firmar acuerdos bilaterales.

E n 1994, y durante la presidencia de George Bush padre, se realizó la Cumbre de las Américas en la ciudad de Miami, donde el padre del actual mandatario estadounidense llamó a la construcción del Área de Libre Comercio para las Américas, “desde Alaska hasta Tierra del Fuego”, en palabras del jefe de Estado.

Por entonces, se pensaba llegar a su pleno establecimiento durante este año. Sin embargo, no se avanzó demasiado. Cuando surgió esta propuesta, eran épocas donde los pensadores nos hablaban del “Fin de la Historia”, y en plena obediencia a los postulados del “consenso de Washington”, y donde el neolibrecambismo no tenía muchas voces en su contra.

Las administraciones que se encontraban al frente de las naciones latinoamericanas impulsaron este proceso de neocolonización, y la propuesta norteamericana fue definida como una panacea para la región.

Pero el tiempo pasó, y la historia continuó. La década de los 90 dejó el tendal y las promesas de paz y seguridad se las llevó el viento como a una hoja en el otoño.

En medio, surgieron nuevos gobiernos al sur del río Grande, que en vez de recibir con los brazos abiertos cualquier propuesta surgida en la Casa Blanca, se oponían. Primero fue el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) quien primero se opuso. Luego, con la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela, se sumó Caracas. Y usaron como estrategia dilatar en el tiempo el arribo a consensos de cómo debía implementarse el área de libre comercio.

¿Cuál fue la reacción de Washington? Cambió su estrategia de negociar en bloque por firmar acuerdos en forma bilateral país por país. Se reeditaba así la mitología judía de David y Goliat.

Así, y a los apurones, Estados Unidos firmó tratados bilaterales con los países de América Central y República Dominicana (Central American Free Trade Agreement – CAFTA), con Ecuador, Colombia, Perú, a los que se les debe sumar Chile, en pleno proceso de acuerdo.

Estos tratados abordan tanto temas estrictamente económicos como de gestión gubernamental, legislación laboral y medioambiental, propiedad intelectual, recursos energéticos, salud y educación. En esta discusión asimétrica, Estados Unidos sólo permite a sus contrapartes introducir algunas correcciones, pero sin abordar ninguna concesión sobre los temas sensibles.

Esto obedece a una estrategia mundial de Washington, la de no sentar antecedentes “benévolos” que puedan ser exhibidos en futuras negociaciones. Esto significa que las propuestas estadounidenses no contemplen asuntos de gran importancia para el intercambio comercial en el continente. Como ejemplo, su diplomacia se opondrá con firmeza a permitir el uso sostenido de “cuotas de proyección” para la industria del cine u otras de índole cultural, aunque sus contrapartes latinoamericanas posean mercados muy pequeños para los monstruos de Hollywood. Pero de fondo está su discusión con la Unión Europea -por sobre todo Francia- que podrían argumentar a favor de implementar similares medidas.

A vuelo de pájaro, se puede observar una América latina “atlántica” que se opone al ALCA, y una equivalente “pacífica” que lo impulsa. En el primer bloque se encuentran –además de Cuba- Venezuela y el MERCOSUR (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay); en el segundo, América Central, República Dominicana, Colombia, Ecuador, Perú y Chile. Con Canadá y México ya tiene en vigencia un tratado conocido como el NAFTA (Northern American Free Trade Agreement) o Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, con la salvedad de que su objetivo es sólo comercial. Ni hablar de avanzar en otras áreas, como la inmigración. De esto saben mucho los mexicanos.

Veamos cada caso. América Central es considerada por Washington su “patio trasero”. Esto no es ninguna novedad. Pero mientras Estados Unidos se garantiza su zona de influencia, estas pequeñas naciones sólo obtienen la esperanza de recibir mayor cantidad de jubilados como turistas y que las bananas ingresen sin aranceles. De liberalizar la circulación de personas, ni hablar.

Luego tenemos a Colombia. Bogotá recibió 3.300 millones de dólares en ayuda mayormente militar en los últimos seis años por parte de Estados Unidos dentro del plan que lleva el nombre del país cafetalero. Pero los dos problemas que se buscaban solucionar, la insurrección guerrillera y el tráfico de cocaína, en vez de disminuir, parecen incrementarse.

Ecuador se encuentra en un estado de cuasi-anarquía. Ya nos hemos referido a su caso, a su dependencia total a las exportaciones de bananas y petróleo –aunque no es un gran productor mundial- y de los envíos de los ecuatorianos que emigraron la colocan en un estado de extrema debilidad diplomática. Y la crisis institucional no parece tener visos de solución.

Perú tiene en Hugo Toledo un presidente con un nueve por ciento de adhesión. Los especialistas creen que esa nación va a seguir los pasos de Bolivia en breve. Su economía no crece ni se diversifica. Y sus posibilidades de venderle a Estados Unidos no variarán con ningún tratado comercial.

Chile es la única nación que puede salir beneficiada. Primero, porque tras la dictadura de Augusto Pinochet, ese país tiene la economía más abierta del continente. Y porque su crecimiento económico se basa en la exportación de cinco productos: minerales, pesca, madera, frutas y vinos. Por lo que el mayor o menos ingreso de otras producciones no la afectaría demasiado.

La América atlántica que mencionábamos más arriba es la que se opone con mayor firmeza. En principio, el MERCOSUR buscó negociar como bloque, pero la posición de Brasil de defensa de sus intereses hizo que no se avance más.

Cuando el ex presidente de Uruguay, Jorge Battle, ya se despedía de la Casa de Gobierno pretendió negociar un acuerdo con la Casa Blanca, pero no tuvo mayor éxito. Además, Estados Unidos no piensa discutir la cuestión agrícola, un tema esencial para el MERCOSUR.

En Brasil se realizó un estudio gubernamental sobre los pros y contras de su ingreso al ALCA. El resultado fue categórico: las importaciones made in USA se incrementarían en 2.200 millones de dólares en forma inmediata sin una contrapartida para los productos producidos en territorio brasilero.

Por estas causas es que la iniciativa para las Américas se convirtió en una ofensiva directa entre Washington y las capitales de unas naciones débiles y que atraviesan por crisis estructurales, donde 225 millones de personas viven en la pobreza (el 43,9 por ciento del total) y donde la deuda externa global supera los 900.000 millones de dólares.

En otras épocas, y ante el “fantasma rojo” del avance de la Unión Soviética sobre Europa occidental, los Estados Unidos implementaron el “Plan Marshall”. Hoy la estrategia, tras la caída del muro de Berlín, parece ser la de tentar a los “hermanos del Sur” con las bondades del enorme mercado interno. Aunque sólo se busque disciplinar la granja.

Pablo Ramos
Desde La Plata

APM/Agencia Taller

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