La isla
Kim Ki-duk proviene del mundo de la pintura. Su primer film estrenado comercialmente en Argentina remite, visualmente, a este origen: hay una constante búsqueda de la belleza en cada plano, ya sea que la cámara se fije en la naturaleza tan cambiante y, a la vez, tan permanente; ya sea que se detenga en los escasos seres humanos que la pueblan, desde su perspectiva.
Y es que los pocos personajes de la película, sobre todo el joven aprendiz y el anciano monje, son una gran metáfora de la humanidad toda. La reducción al mínimo es, en este sentido, una manera de hacer más accesible la parábola de la historia.
Pero esta sustracción, sobre la que volveremos después, no es la única. La primera, la más evidente y, a la vez, más significativa, es la del espacio. Toda la acción de "Primavera..." transcurre en una minúscula isla, ubicada en un pequeño lago. Ambos están inmersos, perdidos, aislados en medio de un paisaje bellísimo de montañas y cielo, comunicados con el mundo exterior ?y con el asombrado espectador- apenas por una antigua puerta que, como el telón del teatro, se abre y se cierra al principio y al final de cada acto.
La restricción de la acción a dos personajes, básicamente; y del espacio a la pequeña isla, no resulta una desventaja sino, por el contrario, uno de los grandes aciertos éticos y estéticos del film: es el recurso del que se vale Kim Ki-duk para mostrar que los grandes hechos, las más terribles pasiones, las entregas más profundas y las lecciones más duraderas se encuentran en el corazón mismo del hombre. Los personajes que traspasan las puertas por las que se accede al condensado universo-isla no realizan, en ese más allá que suponemos agitado, moderno, mundano, nada que no llevaran inscripto en su ser: un destino que se han forjado ellos mismos.
Cuerpos y almas
El anciano maestro posee una experiencia milenaria que equipara las acciones y los efectos del alma y del cuerpo. Quienes recurren a él lo saben, y se confían a sus pocas palabras. La madre y la hija enferma que interrumpen el cuidado equilibrio ?casi misógino, podría decirse- de la vida en la isla, llegan allí con la esperanza de que la joven sane. Esto será posible solamente cuando el alma de la chica esté en condiciones de transmitirle su propia salud al cuerpo.
Años después, cuando el aprendiz regresa de su larga y oscura ausencia, si bien no hay una manifestación explícita del dolor físico, es evidente que sólo por medio de la ascesis corporal podrá quitar el peso real que carga en su conciencia. Las cuidadas coreografías de artes marciales, que Kim Ki-duk resuelve en tomas fijas del momento crucial, son una manifestación de la armonía necesaria para lograr posturas físicas que trasluzcan el proceso de elevación del alma.
La purificación
"Primavera..." comienza con una parábola que termina teniendo consecuencias vitales para su protagonista: el discípulo niño juega entre las rocas de la isla, y ata una piedra al cuerpo de un pez, de una rana, y de una serpiente. Su maestro le deja una lección que tiene dos momentos: el primero, cuando ata una roca a la espalda del pequeño, podría tener el alcance inmediato de la lección enseñada y aprendida físicamente. Pero la sabiduría del anciano sabe que esto sería pasajero: en cambio, le recuerda al niño que si alguno de los tres animales ha muerto, él cargará en su corazón el peso de la piedra por siempre.
Esta es la pequeña gran anécdota que configura todo el argumento del film. El descubrimiento adolescente del amor, con todo el dolor de la pérdida (Verano); el crimen pasional y la huida (Otoño); y el regreso a la isla desierta donde se llevará a cabo la transformación (Invierno) son los tres momentos que, a lo largo de la vida del protagonista se toma el alma para asentar, y luego sacudirse, el peso de un destino que ella misma se eligió.
Justamente porque el hecho y la lección que le dan origen muestran esa imbricación entre el cuerpo y el alma, la purificación debe tener también un componente físico que alivie la conciencia. En un paisaje invernal, inhóspito, donde la desolación es parte de la naturaleza misma, el hombre emprende un camino cuesta arriba, cargando una gran roca a sus espaldas. Es un trayecto árido; la nieve y las piedras del sendero lastiman sus pies; la soledad lo acucia en la subida; y sin embargo, es necesario ese ascenso del cuerpo para que el alma se libere de su roca, de su pecado.
Durante treinta años el hombre ha estado agobiado por un peso interior, reducido a mirar a pocos metros, solo hasta donde los ojos le permiten ver con la cabeza vencida por ese lastre. Es solamente ahora, cuando luego de la ascensión logra liberarse de él, que su mirada ?y la nuestra, mediante la cámara- deja ver que la diminuta isla y el pequeño lago eran solo un fragmento de un mundo grandioso, bello, infinito, en el que las cúspides del mundo llegan a tocar el telón del cielo.
Todo vuelve
Con la arcaica sabiduría de los pueblos arraigados en el mito, Kim Ki-duk plantea una cosmovisión cíclica en su film. No solo porque así lo evidencie el título, en una clara referencia a los ciclos de la naturaleza (que, por otra parte, regían las épocas de la vida de aquellos pueblos); sino en otros dos sentidos. Por una parte, la experiencia del protagonista parece decir que cada vida humana es un ciclo, que comienza en un punto determinado, y que por medio de la purificación debe volver a él. Más allá de las desviaciones del camino, de los períodos oscuros, de las ausencias y los rumbos equivocados, sólo quien sea capaz de renunciar y volver, por medio de la negación personal, alcanzará la culminación de un camino que coincide con el inicio.
Por otro lado, la llegada del niño en la nueva Primavera deja en claro que la humanidad misma vive un gran desarrollo cíclico, donde aquella llegada a la cúspide no es suficiente, no es valiosa si no se desciende nuevamente para reiniciar el proceso de enseñanza-aprendizaje en el que los hombres se van guiando unos a otros. La purificación en el film coincidía con la ascesis que, visualmente, se resuelve en la desolación del invierno. Pero es la primavera otra vez, con su carga simbólica de vida nueva, de esperanza, de continuidad, lo que permite que el ciclo se renueve, que la humanidad continúe.
La naturaleza con el ciclo de las estaciones sigue siendo, en este sentido, la gran maestra, como lo ha reconocido el director coreano en esta obra de gran belleza y demorados ritmos que dejan profundas huellas en los espectadores, como en sus protagonistas.
La UNCUYO invita al foro de urbanismo para repensar una ciudad integral y sostenible
27 de noviembre de 2024