Lisandro Barrau fue asesinado el domingo 12 de junio a la madrugada en Palermo por un agente de la comisaría 31ª; un policía recibido hace menos de un año, formado por y para “la nueva federal, la policía comunitaria”. La reacción institucional ante el hecho fue la misma de siempre: el vocero de prensa de la Federal explicó un confuso “forcejeo”, y aclaró, sin sujeto: “el arma se disparó”...
Hace menos de un año, Nestor Kirchner anunciaba una profunda reestructuración de la policía federal. Para ello, con bombos y platillos, el gobierno anunció el cesanteo de 35 comisarios primero, y luego, el pase a disponibilidad, retiro o exoneración de casi 600 policías. En Buenos Aires, Capital y Mendoza, se informó que la nueva policía iba a ser educada dentro de los marcos del nuevo Paradigma de Seguridad Ciudadana Internacional. Nada más ilusorio. El accionar de la policía es y seguirá siendo el mismo; la comisaría 31 de Palermo en Capital Federal, que el 28 de noviembre de 2000 detuvo y mató a golpes a Ricardo Javier Kaplun de 43 años; hoy, y bajo supuestos nuevos códigos, comete los mismo atropellos que cometió en el pasado contra la población.
Y es que, como denuncia lúcidamente la Correpi, estas medidas, más allá del efecto mediático que producen, o de algún reordenamiento en el reparto de poder entre las distintas “líneas” policiales, nada cambian, porque el llamado “problema policial” no es, precisamente, un problema de la policía, sino consecuencia ineludible del papel que tienen asignado las fuerzas de seguridad en el estado: ejercer el control y disciplinamiento social. Para cambiar, hay que cambiar de raíz; mientras tanto, la realidad nos invadirá, horrorosa, con más muerte y represión.
Franco Ricco
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