La primera parte de Kill Bill es una película al estilo moderno, detrás de su aparente innovación estilística tanto en lo narrativo como en lo formal, se esconde una historia absolutamente convencional del tipo que marca la transición entre el cine clásico y moderno, allá por la década de 1950. Como en los largometrajes Spaguetti western de Sergio Leone (a quien Tarantino define como el mejor director de cine del mundo), la violenta destrucción de un grupo de personas y la supervivencia de uno de los miembros que,tras su recuperación, correrá detrás de quienes promulgaron tanto daño. La venganza como forma de redimir la vida a través de la muerte de los responsables. La marca de la horca, por ejemplo, protagonizado por Clint Eastwood sería uno de los tantos referentes de este punto de partida a la manera Tarantino pero con aires post milenio; reciclado, estéticamente sofisticado y mucha dosis de cinefilia al por mayor, excelentes canciones y escenas absurdas de acción y sangre a montones.
La obsesión por re-visionar en formato contemporáneo géneros del cine clase B, como el Black explotation en Jackie Brown y el policial negro en Perros de la calle, indican una fuerte posición y defensa de un tipo de cine sólo hecho para
Intertextualizar y divertirse con miles de homenajes al respecto. El eterno adolescente de Quentin no disimula su privilegio de haber consumido interminables horas de cine Z y con un presupuesto generoso la primera parte de su cuarta película finalmente llegó después de 6 años de ausencia. Esta vez, el homenaje es un cine for export, el cine oriental de alto consumo comercial, divertido, superficial, frívolo, inverosímil y totalmente kitsch, pero muy violento, profundamente sofisticado en lo formal y liviano como el papel arroz.
Pero eso no es todo, no sólo está el yakuza (cine de mafia japonesa) sino que varía entre el animé, el film noir, las artes marciales, el Kun Fu, la lógica del cómic, y los mencionados spaguetti, los filmes mafiosos de los 70 y el black explotation. Un coctail que la convierte en la película más cinéfila del año.
La típica historia: la novia (excelente Umma Thurman), es atacada el día de su boda por su propio novio, el enigmático Bill (David Carradine, quien protagonizara la serie de culto Kun Fu) y ella milagrosamente resucita después de un coma de 5 años, sólo para vengarse del Escuadrón de víboras mortales, un guetto peligrosísimo de asesinos. Contada con saltos en el tiempo, la venganza de La Novia es demoledora y despiadada. Los enfrentamientos con las “chicas” son de una violencia inusitada para el cine norteamericano post 11 de setiembre; hay mucha ironía en las escenas de sangre, humor negro, chistes desencajados en momentos dramáticos, un juego de montaje hecho para el vértigo y la audacia pero nunca deja de ser en su conjunto un absurdo al propósito. El espectador entiende desde las primeras muertes que nada se puede tomar en serio y que lo importante es trivializarlo todo, incluso las más excedidas y grotescas cuchilladas. No hay cinismo en ese juego, más ingenuo creo de lo que los productores delataron cuando le obligaron a filtrar en blanco y negro una interminable escena de mutilaciones de docenas de yakuzas. El splatter en su máxima expresión estilística. El cine oriental y occidental, filtrado por el pop,en su máximo esplendor. Las películas baratas y exageradas, pero infinitamente divertidas de la serie El poder de oriente de las siestas de los sábados.
Está claro que Kill Bill –cuya segunda parte será estrenada en febrero de 2004-
no es una novedad, pero plantea de original una serie de homenajes al cine que vale la pena disfrutar como buen espectador de cine que fue y que es Tarantino, respetando el juego y las reglas de cada uno de los géneros y sub-géneros que practica como un ejercicio de estudiante de cine pero con gran presupuesto. Está claro que Tarantino quizá no sea un gran director, sino un constructor revisionista amante de la estética del vinil, las espadas samurai y las artes marciales y en eso quizá no tenga competencia. Tarantino va en camino a convertirse en un director-género, tal como lo fue el mismísimo Sergio Leone, Alfred Hitchcock, Igmar Bergman o Federico Fellini, donde se plantea un mundo fundamental, cerrado por sus propias reglas, personal, sin que importe demasiado el formato, ya que sólo el estilo es lo que cuenta, ya que sólo importa que sean ellos los que dirigen. Con Kill Bill, Tarantino viene a refrescar el aburrido cine que se ha estrenado este año, abarrotado de “tanques” tan panfletarios como vacuos si de cine yanki hablamos. Hay que por lo menos celebrar, verla y disfrutarla como espectador. Cabe destacar la interpretación de Sonny Chiba, actor de culto japonés. El animé colocado en medio del filme es excelente, así como cada una de las “víboras”, las espectaculares y espléndidas Viveca Fox, Lucy Liu y Daryl Hannah.
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1 de noviembre de 2024