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El Sol diario: Análisis: ¿Planificar la cultura?

El autor analiza el rol específico del Plan Estratégico de Cultura y su relación con la creación.

28 de noviembre de 2005, 12:57.

En base a las falsas y obsoletas antinomias entre planificación vs. espontaneidad, previsión vs. actividad libre, u ordenamiento vs. aleatoriedad, los intentos de planificar son objeto de desconfianza. Cuando no, blanco de objeciones y críticas. Y mucho más cuando se trata de planificar lo que habitualmente llamamos cultura: artes, literatura, música, artesanías, etc. Los ejemplos que se esgrimen (erróneamente) suelen impactar por su aparente contundencia.
En efecto ¿qué plan de desarrollo cultural hizo posible, por ejemplo, el Quijote de Cervantes, la 9° Sinfonía de Beethoven o el mural Guernica de Picasso? ¡Qué plan ni plan!, suele proclamarse con desprecio. Estas obras -al igual que todas las que se quiera mencionar- surgieron de la libre creatividad de estos genios, eventualmente apoyados por algún mecenas y por la aceptación del público.
En todo caso un plan podría imponer límites, exigir determinadas temáticas y agregar complicaciones burocráticas. ¿Podemos imaginar a Cervantes llenando planillas, presentando un proyecto o incluyéndose en un listado?
Los planes culturales se originan en decisiones de los políticos o, en el mejor de los casos, de los técnicos de gabinete. ¿Qué tienen que hacer los políticos (que cuidan sus intereses y los técnicos que están al servicio de los políticos) en el sublime mundo de la imaginación literaria, pictórica o musical? Nada, que no sea interferir. Su exclusiva función debería ser garantizar la libertad para que los creadores culturales hagan lo suyo.
Por otra parte, el artista produce sus obras para ser apreciadas (o no) por el público demandante: éste, en definitiva, impone los gustos, los estilos y los temas. ¿Qué mejor regulador que el propio mercado para orientar, en función de las preferencias de la demanda, lo que debe o puede ofrecer el artista?
Quizás perfiladas aquí con algún rasgo exagerado, éstas son en esencia las objeciones circulantes cuando se expresa el propósito de planificar para un quinquenio el desarrollo cultural de Mendoza.
En esos comentarios críticos subyacen los viejos prejuicios (muchas veces justificados) sobre la planificación estatal, combinados con una percepción negativa del “mundo de la cultura”: existencia de intereses corporativos, recurrencia a subsidios, funcionamiento de círculos cerrados, actitudes clasistas o elitistas, qué es lo que realmente se pretende al encarar la planificación cultural en serio.
En primer lugar, no se planifica desde un escritorio, sea político o técnico. Esta primera etapa de un Plan Estratégico de Cultura que se someterá al criterio de una convención abierta a todos los sectores de la ciudadanía, contempló una serie de instancias de relevamiento de opiniones, actitudes, preferencias y perspectivas. Se consultó a públicos diversos a través de numerosas encuestas cualitativas. Se debatió, tras invitaciones amplias y públicas, con personas vinculadas al quehacer cultural de Mendoza, a través de numerosas encuestas cualitativas y de foros ampliamente participativos en los que se abarcó prácticamente todos los problemas referentes a la cultura.
En fin, se recogieron aportes de todos los departamentos de la provincia, en encuentros como funcionarios responsables del área y en reuniones departamentales con hacedores culturales de cada lugar. No se trata, pues, de “opiniones de expertos de escritorio”, por el contrario, se trata de aportes provenientes de las más diversas fuentes y orígenes.
En segundo lugar, el equipo encargado de realizar esta tarea no constituye una dependencia gubernamental ni ministerial. Funciona con aportes de la Universidad Nacional de Cuyo y del Consejo Federal de Inversiones. Actúa, pues, con absoluta independencia del poder político, del que no recibe directivas, sugerencias ni opinión alguna.
Y en tercer lugar, el tema central, el que suele ser más sensible: qué se planifica. Terminantemente -corresponde enfatizar para alejar cualquier duda al respecto- en absoluto se planifica nada que tenga que ver con la creatividad cultural, con lo intrínseco de la cultura: temas, estilos, corrientes, escuelas, criterios de calidad, etc. Todo ello queda exclusivamente a cargo de los hacedores culturales y del público receptor o consumidor (aunque esta palabra pueda resultar incómoda a algunos): allí nada tiene que hacer la planificación.
Lo que sí se puede y se debe planificar son las condiciones que favorezcan al quehacer cultural, como política de Estado que vaya más allá de los cambios de gobierno: descentralización territorial y participación comunitaria, fomento y difusión de audiencias, pautas para la inserción y cooperación internacional de la cultura, formación de artistas y de gestores de culturales, perspectivas de nuevos emprendimientos, previsiones infraestructurales necesarias para canalizar actividades y el turismo cultural, investigación y preservación del patrimonio tangible e intangible, en fin, lineamientos para una legislación de fomento de la cultura.
Como puede verse a través de esta rápida enumeración de temas, para nada se trata de convertir al Estado en creador cultural ni en emisor de directivas para que los hacedores culturales obedezcan y se ajusten a ellas. Nada más lejos de la moderna concepción democrática de la planificación cultural.
De lo que se trata es que los artistas, artesanos, actores, escritores y demás creadores de bienes culturales puedan desarrollar con total libertad creativa sus actividades, y que el público consumidor tenga libre acceso a tales bienes.
Para ello se busca optimizar las condiciones para el ejercicio efectivo de esas libertades: la libertad del creador para producir sus obras y la libertad del consumidor para disfrutarlas según sus preferencias.
La ciudadanía argentina tiene la última palabra.
Por Luis Triviño, intelectual mendocino

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