Luego de una década en la que el vino argentino encontró por fin los mercados internacionales, cosechando premios y reconocimientos y atrayendo fuertes inversiones, surgieron innumerables estudios sobre su importancia económica. Sin embargo, casi nada se hizo desde el punto de vista cultural. ¿Qué representa la vitivinicultura para una región como Mendoza, donde se producen el 80% de los vinos del país?
Para encontrar una respuesta, un grupo de investigadores de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo se decidió a contar “La historia de la vitivinicultura a través de sus protagonistas”, un relato que trascienda la visión desde la fase industrial para insertarse en lo que significa el vino social y culturalmente en la provincia.
Así lo justifica Adolfo Cueto, director de la investigación: “La vitivinicultura es una actividad económica y productiva que por su propia naturaleza trasciende los meros límites de estos campos para transformarse en generadora y motor de la matriz e identidad social, política y cultural de Mendoza. La vitivinicultura es generadora de un sentimiento de pertenencia a la región”.
Así, respetando una cronología, los historiadores rescatan del pasado el accionar de los diferentes hacedores de la vitivinicultura, “aquellos actores sociales cuyas acciones directas o indirectas han impactado en el desarrollo vitivinícola a lo largo de la historia de la región”, explican.
La liturgia del vino
Según los historiadores, los primeros viñedos implantados en el país habrían estado en Santiago del Estero hacia 1553, ya que esta es la primera fundación en el actual territorio argentino. De allí habría llegado la primera cepa que se planta en Mendoza. Sin embargo, como bien destaca Cueto, otras fuentes sostienen que fue desde Santiago de Chile desde donde llegó la vid a la provincia. “Esto tiene fuerza si se tiene en cuenta que Francisco de Villagra llega al territorio mendocino en 1551, y si bien no se funda ciudad hasta 1561, el intercambio con el pueblo huarpe por el sistema de encomienda es una práctica corriente”, explica Cueto.
Más allá de este incierto origen, sí es cierto que fueron los curas españoles quienes “importaron” las primeras plantas, ya que la elaboración de vino estuvo originalmente ligada a la liturgia religiosa del catolicismo más que a una actividad comercial, destacan los investigadores en su trabajo. “El vino, clave en la misa cristiana y por ende en la evangelización española en América, hace que la vitivinicultura encuentre en las órdenes religiosas quizás a sus primeros hacedores”, analizan.
Además, un aspecto más para sostener esta tesis es que el vino –desde sus orígenes y hasta el siglo XVIII-, más que un acompañante en las comidas, era un alimento básico en la dieta mediterránea, justamente la de los españoles en tiempos de la conquista.
Ahora bien, ¿cuándo se transformó la vitivinicultura en una industria pilar de Mendoza? Cueto señala que desde la fundación de la ciudad fue importante, aunque existían otras actividades económicas, como la producción de cereales, los alfalfares y el engorde de ganado, que tenían fuerte protagonismo.
Pero el salto se da a fines del siglo XIX, con la inmigración europea mediterránea (españoles e italianos), “que significa un importante aporte de mano de obra calificada, así como un mercado consumidor local” para el vino, recuerda Cueto. Y si a ello se le suma la llegada del ferrocarril, la transformación técnica y tecnológica y la crisis de la producción cerealera y el comercio ganadero, se dio todo para la primera explosión de la vitivinicultura como base de la economía mendocina. “Desde 1885 empieza un proceso espectacular de crecimiento y desarrollo hacia la vitivinicultura moderna, aunque aún no podrá hablarse de monocultivo”, advierte el historiador.
Mendoza, país del vino
Para los investigadores, la vitivinicultura es el elemento clave en el cual se desenvuelve la vida social y cultural de Mendoza, no sólo la económica. “El paisaje vitivinícola es la clave de la historia de esta provincia”, dicen. Porque más allá de la explosión de inversiones de los últimos años, la vid y el vino siempre han estado presentes en el desarrollo y progreso de la región. Porque a partir de esta industria han nacido actividades paralelas, como el turismo.
Y precisamente para aprovechar este nuevo fenómeno (las bodegas como atractivo para visitantes), el equipo de Cueto se planteó que su trabajo debe servir para capacitar agentes turísticos. Y, desde otra perspectiva, como base de datos para asesorar en políticas públicas y privadas relacionadas con la actividad vitivinícola.
“Hoy hay un despertar que revaloriza a la cultura del vino más allá de su naturaleza inicial, generando la necesidad de información y conocimiento, de aspectos hasta ahora no analizados o que habían despertado poco interés”, analiza Cueto. Por eso, era imprescindible elaborar “una historia de la vitivinicultura a través de sus hacedores y protagonistas, que permita comprender la complejidad económica, social, política y cultural que ella encierra”, concluye el investigador.
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27 de noviembre de 2024