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EN DEFENSA DE LA EDUCACIÓN FILOSÓFICA

Una transformación silenciosa pero perjudicial para la formación de nuestros jóvenes se está operando en el sistema educativo mendocino al reducirse, año tras año, los espacios para el desarrollo de la reflexión filosófica y el pensamiento crítico. (Documento del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE), Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo ciife2006@yahoo.com.ar.)

13 de marzo de 2007, 13:33.

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En efecto, a principios del año pasado se eliminaron de la currícula los espacios destinados a la Formación Ética y Ciudadana en toda la Enseñanza General Básica. Sus contenidos quedaron como transversales en el primer y segundo ciclos, mientras que en el tercer ciclo fueron reducidos sólo al conocimiento de la Constitución Nacional como parte del espacio destinado a Historia. En el Polimodal aparecían recién en el tercer año como espacio curricular específico con tres horas semanales.

Con las transformaciones operadas en el año en curso, no sólo disminuyen los espacios destinados a la Formación Ética, sino que también los contenidos filosóficos han desaparecido de la currícula, tanto los referidos a la Problemática Filosófica en general, como los relativos a los Fundamentos Filosóficos del Conocimiento Científico, (antes  contenidos en el espacio dedicado a Historia de la Ciencia, transformado ahora en Historia II). Tampoco aparecen en el área de Fundamentos otros contenidos filosóficos específicos, como podrían ser los de Lógica, Antropología Filosófica, Teoría del Conocimiento, Teoría de los valores, Metafísica. Sólo en la modalidad en Humanidades aparece un espacio dedicado a la Lógica y Epistemología y otro a la Filosofía.

Por otra parte, estos cambios aparecen sin el debate previo y necesario acerca del perfil del egresado que se pretende formar en la educación media. Este perfil debería ser el hilo conductor que da sentido al proyecto educativo, justificando la existencia de determinados espacios curriculares con sus contenidos propios y cargas horarias específicas.  Sin la claridad conceptual acerca de cuáles son las competencias que definen al egresado y de cómo éstas se articulan con lo previsto en la nueva Ley Nacional de Educación Nº 26.206 sobre la educación secundaria[1], los cambios operados para iniciar el presente ciclo lectivo se constituyen en acciones aisladas, impuestas sin fundamento.

¿Por qué es importante destinar espacios al saber filosófico en la formación de nuestros adolescentes y jóvenes y aún de los más pequeños?

Hay distintas maneras de entender la filosofía. Una de las más completas y adecuadas para caracterizar la función formativa de la filosofía es la que sostiene que los filósofos se han dedicado en forma simultánea o sucesiva a las siguientes tareas: a) desarrollar una reflexión comprensiva y crítica sobre todas las dimensiones de una realidad dada –material, social, simbólica, espiritual–, sobre todo aquello que puede ser conocido y transformado por la acción del hombre, b) elaborar una concepción del mundo como totalidad, que permita dar sentido de la vida, explicar las razones últimas de la existencia,  c) alcanzar una sabiduría práctica capaz de orientar racionalmente el obrar cotidiano de las personas, aspirando a la realización de valores universales.

En cada uno de estos quehaceres la filosofía se define como una experiencia de pensamiento que analiza los supuestos previos, los saberes establecidos y las formas y contenidos habituales de la reflexión. Es decir busca superar el mero sentido común, desnaturalizar lo dado, comprender el sentido de la propia existencia y la relación con los otros –próximos pero diversos– en la sociedad, revisar críticamente y a la luz de principios universales, las posibilidades de la acción y de la trascendencia. La experiencia del filosofar es siempre actual y cambiante ya que toda cristalización de contenidos implicaría una renuncia a la voluntad incondicional de búsqueda de un saber sin supuestos. Por estas razones el acercamiento al saber filosófico y el ejercicio del pensamiento reflexivo y crítico son eminentemente formativos de la persona, por cuanto la búsqueda de la verdad conlleva un compromiso existencial.

La educación filosófica es una forma de “educación suscitadora” (el término pertenece al filósofo peruano Augusto Salazar Bondy), porque no se limita sólo a la transmisión, recepción y/o imitación de ideas, valores y actitudes, sino a la activación del poder creador del sujeto, de aquello que hay de más original y libre en su ser personal. Así, mediante la práctica de la filosofía con los y las adolescentes –y también con los niños y las niñas–, estos llegan a asumir ideas nacidas de su propia reflexión en relación con el mundo, con los otros y con los valores de la propia cultura y del universo de saberes acumulados por la humanidad.

En la educación filosófica no se trata de inculcar ideas, sino de servirse de ellas para preparar, vigorizar y ejercitar la capacidad de concebirlas, de recrear conceptos, de comprender el sentido de los valores existentes y crear otros nuevos que permitan dar razón de las situaciones que se atraviesan en cada momento de la vida, adoptando actitudes y conductas coherentes con los resultados de la propia reflexión.

Ahora bien, cabe preguntar ¿cuál es hoy la importancia de la educación filosófica?, ¿cómo dar sentido a la enseñanza de la filosofía en medio de las actuales tensiones ideológicas?, ¿cómo llevar a la práctica el ejercicio del pensamiento reflexivo y crítico en condiciones sociales y culturales desparejas?

Aun a riesgo de no poder dar respuesta cabal a estas preguntas, hay que comenzar por reconocer que la enseñanza de la filosofía, como la de cualquier otro saber o disciplina, se realiza hoy en un contexto de complejidad creciente y de grandes contrastes, signado por la  globalización del mercado, la sociedad de flujos, la creciente marginación y exclusión social, la búsqueda de satisfacciones inmediatas; pero en el que  al mismo tiempo diferentes grupos sociales luchan por el reconocimiento de sus derechos, por el afianzamiento de la democracia, el ejercicio de una ciudadanía plena y la vigencia de la justicia; en medio de la multitud de estímulos que ofrece la sociedad de consumo, los jóvenes desean encontrar su lugar, dar un sentido a sus vidas, saber que son reconocidos y valorados no sólo como consumidores. Tal es la situación de intemperie, de vorágine en que la educación filosófica se presenta como desafío ante la vigencia de una racionalidad basada en la comprensión mercantil de las relaciones humanas, la fluidificación de las identidades, el desarraigo y la fragmentación y, consecuentemente, el vaciamiento de la dignidad como idea reguladora de las prácticas humanas.

Kant, uno de los grandes pensadores modernos, puede acompañarnos a desentrañar este problema. En sus escritos nos enseña a distinguir entre los conceptos de la naturaleza y el concepto de la libertad, es decir entre causalidad  y libertad. Antinomia que consiste básicamente en la imposibilidad de pensar la libertad de la voluntad y la causalidad de la naturaleza desde el mismo punto de vista, pues constituyen formas diferentes e irreductibles de considerar el mundo, lo cual pone de manifiesto la naturaleza problemática de la razón. Precisamente cuando se pasa por alto esta distinción se opera una doble reducción: por una parte se explican como naturales —se naturalizan— las consecuencias sociales, políticas y culturales de ciertas decisiones que hubieran requerido un ejercicio responsable de la libertad. Por otra parte, se opera una reducción valorativa por la que todo valor pasa a ser considerado como mero “valor de cambio”, convirtiendo en superfluo el concepto de la dignidad humana, que constituye un valor en sí mismo y no es intercambiable.

El principal desafío que hoy da sentido a la enseñanza de la filosofía —y tal vez a la filosofía misma— consiste en preguntarnos por el hombre, haciéndonos cargo, una vez más, del antiguo mandato de conocernos a nosotros mismos. En otras palabras se trata de crear y recrear el humanismo: aguzando el sentido crítico; atendiendo a la rica tradición del humanismo occidental, con sus debates y sus momentos de crisis;  recogiendo, asimismo la tradición del humanismo latinoamericano que se ha plasmado en manifestaciones diversas desde que, en el momento mismo de la conquista, emergió como necesaria defensa de la igual dignidad de todos los hombres; aspirando a la efectiva mundialización de los Derechos Humanos de primera, segunda y tercera generación a fin de reconocer los rostros de los hombres que el mercado ignora.

Para todo ello hace falta la educación filosófica, la ampliación de las posibilidades de la reflexión racional, el desarrollo de las capacidades para discernir valores.

Racionalidad y valores

Así como la dimensión instrumental de la razón permite conocer el mundo y transformarlo para adaptarlo a la satisfacción de las necesidades humanas, así también la dimensión práctica de la racionalidad involucra ni más ni menos que las acciones cotidianas y sus consecuencias para nosotros mismos y para los demás. Es, pues,  imperativo clarificar los fines y las valoraciones que a esos fines se atribuyan. En esta dimensión se ponen en juego valores como la vida, la justicia, la rectitud, la libertad, la igualdad, la belleza, la paz, en fin, todos aquellos que permiten decir de un fin que es “bueno”. Estos valores se expresan en actitudes: veracidad, solidaridad, juicio justo, prudencia, tolerancia, valentía, goce estético, confianza, disposición al diálogo, etc. No basta para ello con el desarrollo del pensamiento lógico, son necesarias también la reflexión y la crítica. Es decir, el ejercicio de esa capacidad de la razón de volverse sobre sí misma para revisar sus propios procedimientos y supuestos a la luz de principios teóricos, éticos y estéticos universales. Es decir,  de examinar y juzgar no sólo acerca de la coherencia lógica, sino también acerca de la coherencia práctica y expresiva, de reflexionar acerca del fin de nuestras acciones, de su valor, de la relación entre nuestros deseos y la realización objetiva del fin valorado. De discernir –en esto consiste la crítica– acerca de la bondad, justicia, belleza del fin, del más o menos de valor de nuestras acciones en relación con el fin, de la relación práctico-normativa de los medios con el fin. Este ejercicio sólo puede completarse apelando al dialogo, a la interacción con otras personas, con el mundo cultural y natural, consigo mismo.

Filosofía e infancia

Hace aproximadamente 40 años comienza a gestarse un programa que propone acercar la filosofía a los niños y adolescentes por considerar que esta cercanía no sólo es posible sino que permite a los más pequeños y los jóvenes el desarrollo del pensamiento en términos de creatividad, autonomía, cuidado de sí y de los otros. Esta revolucionaria idea se expandió por todo el mundo, sus estrategias se han revisado, modificado, adecuado a la idiosincrasia de los diferentes países y discutido en jornadas y congresos internacionales, algunos de los cuales han tenido lugar en nuestro país y en nuestra provincia.

Hoy se puede estar de acuerdo o no con la metodología de trabajo, con los materiales propuestos, con los fines a alcanzar e inclusive con los supuestos teóricos que sostienen dicho programa, pero es imposible negar el acercamiento entre un saber milenario como la filosofía y un sujeto. muchas veces postergado en cuanto a sus posibilidades reflexivas o solamente tenido en cuenta para el consumo, como es la infancia. Desconocer este esfuerzo y todo lo que en distintos lugares, incluso en la provincia de Mendoza se hace en el ámbito de la filosofía con niños, es mantener una actitud sin perspectiva, poco abierta al trabajo interdisciplinar y a la complementación de los saberes.

La infancia ha sido considerada a lo largo de la historia y lo sigue siendo, como el terreno propicio para sembrar buenas intenciones para un futuro mejor, proyectos para una sociedad ideal, que los adultos no podemos concretar. Sin embargo esos proyectos pocas veces tienen en cuenta al niño en cuanto tal, sino sólo en función de lo que se quiere hacer de él. La presencia de la filosofía junto a niños y jóvenes no consiste en simplificar o adecuar problemas filosóficos a las edades en cuestión, sino en generar las condiciones de posibilidad para la experiencia de pensar por sí mismos, para la experiencia de reconocerse y reconocernos como valiosos junto a otros distintos de nosotros en la construcción de un mundo más humano para todos. No estamos afirmando con esto que la filosofía sea la salvación o la formula para resolver nuestros problemas, sino que su presencia en la escuela junto a los otros espacios curriculares posibilita una formación más integral y proporciona las herramientas para un trabajo en equipo, solidario, creativo y crítico.

Epistemología: reflexión filosófica sobre la ciencia.

¿Por qué es importante la reflexión filosófica sobre el conocimiento científico?, ¿cuál es la necesidad de incorporar este saber en la formación de los y las adolescentes?

En sentido etimológico, epistemología es una palabra de origen griego: episteme puede ser traducida como conocimiento o ciencia, y logos como teoría o estudio. En este sentido podemos decir que epistemología remite a “estudio o teoría del conocimiento científico” o “reflexión sobre la ciencia”. Se le atribuye la función de ocuparse de la ciencia y del conocimiento científico como objeto propio de estudio. Se afianza como disciplina autónoma, dentro del campo de la filosofía, en las primeras décadas del siglo XX, con la formación en 1929 del Círculo de Viena, conformado por un grupo de científicos y filósofos que pretenden reflexionar sobre el conocimiento científico por considerarlo “uno de los modos más efectivos, sorprendentes y «revolucionarios» de enfrentarse a la realidad” (Moulines, C. Ulises, La ciencia: estructura y desarrollo, Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, Trotta, Madrid 1993, p. 11).

Pero la epistemología se vuelve urgente cuando los acontecimientos sociales, políticos y científicos manifiestan un estado de crisis respecto de las certidumbres que se creían tener sobre la ciencia y sus consecuencias. El momento de inflexión es la Segunda Guerra Mundial, acontecimiento que marca un antes y un después en la historia de la ciencia. Constituye la toma de conciencia respecto de la capacidad destructiva del hombre. La imagen del hongo atómico es el emblema de la ciencia contemporánea en tanto representa algo que libera una potencia, una energía enorme que puede ser utilizada para el bien y para el mal.

La fisión del átomo y la informática cambiaron la historia de la humanidad a mediados del siglo XX. Pero en este siglo también surge otro saber tecno-científico: la biotecnología. Entre las tres, a través de un sistema de interrelación y de alianzas constantes, tienen la capacidad de reproducirse al infinito, señalan que el saber-poder hegemónico contemporáneo ya no reviste las características distintivas de la ciencia moderna sino que presentan una nueva manera de conocer y de modificar la naturaleza y la sociedad. Estos cambios tienen como consecuencia la modificación de las reglas de producción del conocimiento científico en las distintas disciplinas científicas tanto naturales como sociales.

Frente a este estado de cosas en lo referente a la producción de saberes en nuestra cultura, tanto el profesional en formación en cualquiera de las disciplinas científicas o tecno-científicas, como el estudiante de nivel medio que está adquiriendo las herramientas cognoscitivas necesarias para acceder a los diferentes cuerpos teóricos de conocimiento, la epistemología resulta indispensable para la formación de la capacidad crítica qué permita comprender lo que el científico hace, y esto implica no sólo interrogarse sobre la eficacia y el rigor formal de la teoría y los métodos o examinar a las teorías y los métodos en su aplicación, sino que también supone investigar y reflexionar sobre las condiciones históricas que hicieron y hacen posible la producción de un cierto tipo de conocimiento como el científico, como también las razones culturales que hacen de este tipo de conocimiento el saber de autoridad de nuestro tiempo.

En consecuencia, la pretensión de reflexionar y comprender nuestro presente no puede eludir la función y significado que tiene el discurso científico. La pregunta por la estructura del orden social actual es, en gran parte, la pregunta por la ciencia y la técnica. En este contexto histórico y cultural, la epistemología es el espacio teórico de indagación para comprender la naturaleza de las diferentes ciencias, su estado y lugar en el orden de los saberes de nuestra época y las posibilidades de transformación de este conocimiento en función de las necesidades de la sociedad. Y, como dice el epistemólogo francés, Gaston Bachelard, “queda luego la tarea más difícil: poner la cultura científica en estado de movilización permanente, reemplazar el saber cerrado y estático por un conocimiento abierto y dinámico, dialectizar todas las variables experimentales, dar finalmente a la razón motivos para evolucionar.” (Bachelard, G. La formación del espíritu científico. México, Siglo XXI, 1994, p. 21).

En suma, existen decisiones de política educativa que no pueden ser tomadas sin una larga y prudente meditación. Privar a los jóvenes y a los más pequeños de la posibilidad de acceder a la reflexión sobre los problemas filosóficos acerca del hombre, de los valores, del conocimiento científico, de la orientación racional de la existencia y de la apertura a la trascendencia en el ámbito escolar mediante la reducción o eliminación de los espacios destinados a la educación filosófica implica desconocer y dejar en la penumbra una de las dimensiones formativas más importantes para el ejercicio responsable de la libertad, el pensamiento autónomo, el obrar cooperativo y solidario, el reconocimiento de la dignidad como valor intrínseco de todo ser humano, el respeto de los Derechos Humanos, el cuidado de los bienes naturales y culturales.

 

Documento del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE), Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo ciife2006@yahoo.com.ar


[1] Véase a modo de ejemplo, el Art. 30 que señala que la finalidad de la educación secundaria es: “habilitar a los/las adolescentes y jóvenes para el ejercicio pleno de la ciudadanía, para el trabajo y para la continuación de estudios”, siendo su primer objetivo, “Brindar una formación ética que permita a los/as estudiantes desempeñarse como sujetos conscientes de sus derechos y obligaciones, que practican el pluralismo, la cooperación y la solidaridad, que respetan los derechos humanos, rechazan todo tipo de discriminación, se preparan para el ejercicio de la ciudadanía democrática y preservan el patrimonio natural y cultural” (Art. 30, inc.a)

 

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