Otra vez la muerte de decenas de inocentes. Otra vez la ignominia de la violencia irracional. No importan las estadísticas ni las actualizaciones informativas. La muerte de una sola persona en las condiciones que acontecieron en Londres el jueves 7 de julio ofende a la condición humana.
Hace un par de semanas, durante la clausura del Encuentro Internacional contra el Terrorismo, realizado en La Habana, el presidente Fidel Castro dijo más o menos lo siguiente: que nos habíamos acostumbrado a comprobar que el imperialismo es capaz de hacer todo lo imaginable, pero que ahora deberíamos tener presente que ese mismo imperialismo es capaz de hacer lo inimaginable.
Pues bien, dos meses después de los atentados del 11-S en Nueva York y Washington, el libro "Bush & ben Laden S.A. (Norma, Buenos Aires, 2001), de quien esto escribe, demostraba no sólo que detrás de aquello actos terroristas se hallaba la matriz de una de las mayores especulaciones financieras de los últimos tiempos, sino que la Administración de George Bush cargaba con la máxima responsabilidad política, jurídica y moral. Necesitaba Washington construir sus doctrina contra el "terrorismo internacional" para desplegar su poderío militar sobre el planeta y asegurar así su predominio económico de cara al siglo XXI.
Meses después, las propias agencias de seguridad e inteligencia de Estados Unidos y hasta el Congreso y la Administración misma debieron reconocer que todos estaban al tanto de aquellos episodios desde antes que los mismos ocurriesen.
El libro citado demostraba asimismo la íntima asociación comercial entre la dinastía Bush y la familia ben Laden y la pertenencia de Osama a la red operativa de acciones encubiertas controlada por la CIA y por la Mossad israelí.
Tiempo más tarde, y con más elementos para ahondar en esa línea de investigación, el destacado escritor estadounidense Gore Vidal, en su libro "Dreaming Wars", abundaba en demostraciones acerca de cómo detrás de los actos terroristas a gran escala se escondía la mano del poder corporativo concentrado de Estados Unidos y del gobierno de Bush.
En marzo del año pasado, el escenario fue Madrid, y con fórmulas del más vulgar de los manuales sobre "cover actions", las agencias de seguridad españolas descubrieron las pistas de los terroristas como si de las huellas de un niño sobre un frasco de dulce se tratara.
El jueves 7 de julio la muerte sacudió los trenes subterráneos de Londres, cuando el primer ministro Tony Blair oficiaba de anfitrión del G-8 en Edinburgo, Escocia, con George Bush sentado a su diestra.
¿Quedará algún británico honesto y leal a su país dentro de los servicios de inteligencia de la Corona, que se revele y siga las pistas verdaderas, que ineludiblemente deben llegar a Washington y a su red de complicidades mafiosas para llevar adelante sus promesas de profundizar el genocidio en Irak y su lucha global contra "el terrorismo internacional"?
Bush fue capaz de esconder su participación en el 11-S. Es capaz de acusar de simple "indocumentación" al agente de la CIA de origen cubano Posada Carriles, cuando la propia justicia norteamericana tiene pruebas sobre su responsabilidad en la voladura de un avión civil con decenas de pasajeros a bordo, en varios intentos de asesinato político y en la participación activa en la Operación Cóndor, que sembró con cadáveres al territorio de América Latina.
La ultraderecha estadounidense encarnada en Bush y sus secuaces está sembrando con bombas y muertos al planeta.
Víctor Ego Ducrot
APM/Agencia Taller