Digámoslo de entrada. Vayan a ver Guerra de los mundos, es una gran película.
Dicho esto y calmada la ansiedad trataremos de explicarles qué justifica que deban movilizarse hasta la sala de cine y pagar el cada vez más desproporcionado precio de la entrada en vez de quedarse en sus casas haciendo zapping desde sus camas.
La historia es sencilla y conocida para aquellos que han leído la novela de H.G.Wells, hayan escuchado la adaptación radial del gran Orson Wells (difícil pero no imposible) o hayan visto la primer adaptación cinematográfica, ese clásico del cine de ciencia ficción de los ´50 dirigido por Byron Haskins (1953). El mundo se ve asediado por una civilización extraterrestre que, con sus naves en forma de trípodes gigantes y sus sistemas radiculares alimentados de sangre humana, ha decidido apoderarse de la Tierra lo más rápido posible. Y no les falta con qué.
Cualquiera que haya seguido más o menos de cerca la carrera de Spielberg se habrá dado cuenta en cuestión de segundos de que algo cambió con respecto a su visión del extraterrestre. Sólo el dulce recuerdo queda de aquella gatuna y bonachona criatura que, varada accidentalmente (ahora nada es azaroso) en nuestro planeta, se dedica a buscar la forma de salir sin lastimar a nadie y repartiendo amor entre los que conoce (ET). Lejos también estamos de aquellos musicales seres de otro planeta que en tono new age venían a redimirnos de nuestras faltas y salvarnos de nuestra propia estupidez (Encuentros cercanos del tercer tipo). La tercera es la vencida y vienen por nosotros.
Aquí, y a tono con un país en plena administración Bush, estamos ante una cultura tan extraña como belicosa y destructiva; una civilización que planeó la conquista siglos atrás y que no parará hasta acabar con cada uno de nosotros. El otro es el mal, es irreductible y no hay opción de diálogo. Están acá para explotarnos o aniquilarnos.
Steven Spielberg es un director con gran oficio que conoce el secreto para hacer funcionar una película de proporciones descomunales como ésta. La clave no es compleja y todo la ciencia reside en mantener el conflicto en proporción humana, a la altura de los ojos del hombre común, de un trabajador portuario como Ray Ferrier (Tom Cruise) y sus hijos (la siempre increíble Dakota Fanning y Justin Chatwin).
La invasión alienígena no tendría demasiado peso dramático si se nos mostrará simplemente la caída de ciudades o países enteros ya que los sentimientos se desvanecen en los grandes espacios. Pero la sangre vuelve a fluir cuando vemos los hechos filtrados por una familia disfuncional tratando de sobrevivir unida ante tamaña amenaza ( a la “Señales” de M. N. Shyamalán). Un padre tratando de, por primera vez en su vida, proteger a sus hijos. Un triángulo afectivo que sostiene el filme en base a decisiones de puesta en escena que la hacen crecer y la mantienen siempre al frente. La invasión es tanto más importante porque afecta a nuestros seres cercanos.
Otro elemento interesante de la estructura del film son los dos fragmentos de relato oral que lo enmarcan (ubicándose al principio y en el final) y que contrastan en todo con el tono general de esta transposición literaria (aunque le debe más al primer film que a la novela). Una voz en off de tono seco y segura de sí misma anuncia con certeza la existencia de un complot de invasión preparada hace tiempo así como explica las claves de la resolución del conflicto como algo sabido de antemano y como si fuera un hecho posible de prever por cualquiera con dos dedos de frente. Esta certeza de un narrador omnisciente es propia de otro país y otra época (un Estados Unidos de los años ´50 creyente del american way of life y convencidos del éxito de la filosofía del self-made man) y difiere muchísimo de la incertidumbre, la impotencia y la vulnerabilidad con la enfrentan los hechos los protagonistas. No hay héroes ni plan de reconquista; nadie sabe demasiado bien qué pasa y las aspiraciones se limitan a la supervivencia individual y la protección de los seres cercanos. Queda claro que si fuera por los recursos de la humanidad todo estaría perdido.
A la eficaz y coherente puesta en escena del director de Tiburón y a las magistrales actuaciones (reconozcámoslo: al cientólogo Cruise estos roles le quedan de maravillas) se le suman la exquisita e hiperfuncional al relato dirección de fotografía de Janusz Kaminsky; un gran guión adaptado del siempre confiable David Koepp y unos efectos especiales deslumbrantes y siempre –y esto no es un detalle menor en el estado del cine actual- en función narrativa.
Cada vez más seguros de que Steven Spielberg es uno de los mejores cineastas en actividad nos sentaremos a esperar que Guerra de los mundos sea editada en DVD. Vale la pena la espera.