Por Julieta Cascallares
Departamento Género
A principios y mediados del siglo XX la mujer se atrincheraba en el hogar, encargada de organizar las tareas hogareñas y el cuidado de los hijos/as, mientras el hombre padre de familia debía conquistar las calles para proveer el sustento. La cultura y la sociedad determinó para el hombre el poder económico, y para la mujer el poder de los afectos. A partir de las transformaciones económicas, caída del modelo taylorista y de los cambios culturales que se producen en los años 60, 70 la situación cambió. La mujer pasó del ámbito privado, el hogar, al ámbito público, y logró independizarse laboralmente. A través de estos cambios conquistó nuevos espacios respecto a sus tareas. Pero no faltó tiempo para que aparecieran conflictos, tensiones y disputas de poder. La convivencia con el hombre en la calle no le fue fácil.
El nuevo escenario le exigió cambios en su conducta. El punto caramelo, los huevos fritos o la tarta de manzana empezaron a ocupar un lugar secundario en la vida de toda mujer, pero la entrada a la calle vino de la mano con algún cachetazo. Los hombres no se acostumbraron a esta irrupción, seguían añorando aquella mujer dulce y hogareña. La calle era el lugar construido para hombres y solo un reducido espacio quedaba para las "amantes de la noche". Fue así como la mujer al mismo tiempo que salió a la calle tuvo que construir un plan estratégico para poder compartirla con los hombres. La que salía a la calle era la desfachatada, la descocada, la atrevida y para ella iban todos los "piropos".
En el siglo XXI la situación no cambió mucho. Algunos testimonios describen que salir a la calle es un desafío cotidiano. "Tenés que pensar en la ropa que te ponés, no debe ser muy provocativa por que eso justifica que te puedan tocar la cola o cualquier parte que este relacionada con el sexo. Deberíamos avisarle a los hombres que no nos gustan sus piropos, no somos un florero somos personas y nos vestimos como se nos da la gana" (Mariela 18 años)
"Salí al parque a caminar con amigas, de repente un grupo de chicos pasó y nos tocaron con total impunidad. Me largué a llorar de la rabia y la impotencia. Esa fue la primera experiencia que me marcó tenía sólo 13 años. Me sentí sucia sin saber por qué. No existe legislación que te ampare, pero si existe legislación para la convivencia con los perros, los tenés que llevar al parque con bozal. Es ridículo que todavía las mujeres no tengamos una legislación que nos ampare en caso de agresión física o verbal. Cada mañana cuando me voy a mi trabajo escucho que me gritan cada barbaridad. Eso no es un piropo que quede claro." (Laura 44 años)
Y respecto a la agresión verbal y física que padece la mujer, Agencia Taller consultó a la Licenciada en psicología Miriam Córdoba quien explica que “El tema de la agresividad verbal como el de la violencia física hace pensar en ciertos comportamientos, en la relaciones entre hombres y mujeres y viceversa. Vivimos en una cultura con características patriarcales, donde existen ciertas jerarquías. En el ejercicio por el poder; está bien visto que lo ejerza el hombre y no la mujer”.
En cuanto a qué poder tiene el hombre para tomarse ciertas atribuciones hacia la mujer, la Lic. expresa que “ Hay una sociedad predominantemente machista. Entonces hay valores, hay atributos, características, creencias de que quizás ser masculino es tener esa capacidad de mostrar agresividad”. Y agrega que el tema de la agresión “No lo podemos pensar aisladamente, siempre es en relación a algo”.
Y agrega que “La relación hombre- mujer es compleja, es histórica. Si bien se han suscitado cambios. Aun hoy en la sociedad persisten, quedan resabios de una época anterior. El hecho de que la mujer se insertó en un ámbito social, público; pudo llegar a provocar una cierta irritabilidad en el hombre lo que complejizó la relación. Si es en lo laboral, la competencia es quizás mal ejercida y aparecen casos de acoso sexual; o de abusos, como el verbal; o aparecen desvalorizaciones y humillaciones”.
En cuanto al tema de cómo reacciona la mujer ante los improperios, la Licenciada sostiene que “A la mujer le resulta desagradable. Y creo que lo que debemos entender es que hombres y mujeres somos diferentes y que la agresividad surge cuando los límites no están claros, cuando se borran los límites de las individualidades de cada uno”.
Ante esta situación de pérdida de límites, de entender que los derechos de uno terminan donde empiezan los de los demás. Desde qué lugar podemos empezar a revertir el tema de aceptar las diferencias. Ante esta pregunta Miriam Córdoba respondió: “Pienso que podemos contribuir desde distintos ámbitos, primero desde la familia; la educación, la escuela. Se puede trabajar bastante en esta construcción de una relación hombre- mujer o mujer- hombre para que sea más equitativa. Sumar, capitalizar los aspectos comunes que existen en esta relación y aceptar aquellos que no lo son”.
Y finalizó la Licenciada“A partir de lo diferente creo que se pueden suscitar cambios creativos en las identidades genéricas de los sujetos; de tal modo que puedan visualizarse a sí mismas y a sí mismos de formas diferentes de las representaciones culturales estereotipadas”.
La mujer no debería tolerar este tipo de agresiones, pero, qué hacer al respecto, sería fundamental avanzar en la legislación, buscar un orden en las calles. Todos y todas saben que no se debe cruzar el semáforo en rojo, que se debe caminar por la senda peatonal y no se debe pisar el jardín. Sin embargo las mujeres todavía deben soportar la palmadita indecente, y la agresión verbal desagradable. ¿Hasta cuándo?
Todas las personas se merecen mutuo respeto y esta es una tarea y ejercicio que se tiene que practicar todos los días. Las mujeres dicen basta, es necesario empezar a compartir los espacios públicos; como seres humanos, sin obstáculos que sortear y principalmente sin limitaciones para nadie.
"El hecho de que la mujer se haya insertado en un ámbito social, público puede llegar a provocar una cierta irritabilidad en el hombre y eso complejiza la relación. Si es en lo laboral, la competencia es quizás mal ejercida y aparecen casos de acoso sexual; o de abusos, como el verbal; o aparecen desvalorizaciones y humillaciones”. Lic. Miriam Córdoba