La Escuela de Agricultura (EA) de la Universidad Nacional de Cuyo, ubicada en General Alvear, cumple 70 años y lo celebra recordando los inicios de su camino y los protagonistas de su historia. El acto será el viernes 19 de abril, a las 10, en la institución.
En la actualidad el centro educativo alberga a más de seiscientas personas —entre alumnos y personal— en sus modernas instalaciones, las cuales permiten desarrollar las tareas en el aula y las prácticas agrícolas, ambas responsables del perfil agrotécnico con el que egresa el estudiante.
“Desde su creación, la escuela estuvo signada por dificultades. Sin embargo, siempre la caracterizó el mismo espíritu inquieto de superación que le imprimieron en sus inicios. Por eso nuestra comunidad educativa es capaz de transformar los obstáculos en oportunidades. Aquí nadie abandona”, afirma la profesora Daniela López, a cargo de la Dirección.
El establecimiento cuenta con un predio de 4.5 hectáreas que contiene un edificio principal -inaugurado en 1989 y ampliado en el 2007. Otro símbolo es su Bodega Piloto —cuna de enólogos del departamento— y en donde se produce el vino Egresados, que este año estrenó etiqueta en honor al aniversario de la escuela.
Completan el establecimiento un gimnasio techado —testigo de uno de los eventos deportivos estudiantiles más reconocidos a nivel nacional—, una finca experimental, laboratorios de Ciencias Naturales, una sala de industrias y otras dependencias donde “los chacareros” pasan su tiempo aprendiendo, experimentando, construyendo su futuro profesional.
En Alvear Oeste —distrito donde se encuentra la escuela— y en todo el Departamento es común dirigirse a quienes forman parte de la E.A. como la familia chacarera o los chacareros. Y es que el sentir que los reúne en torno a ella, como si fuese consecuencia de un lazo sanguíneo, hace que el que llegue jamás quiera irse. “Señores, yo soy del barrio de la Bodega, la sigo a la Agricultura a dónde sea…”.
Una historia vinculada al departamento
La Escuela de Agricultura debe su creación a una necesidad imperante de la sociedad alvearense en los inicios de la década del ’50. Por aquellos años, el ya pujante desarrollo socioeconómico del Departamento, que se daría con mayor énfasis posteriormente, contrasta con la oferta educativa en el nivel medio. Se contaba, desde 1950 con el 1º año del bachiller y el primero del comercial y, desde 1954, con el 1º año del ciclo básico del Instituto San Antonio, quien sería el encargado de formar maestros alvearenses. Sin embargo no existía ninguno relacionado a las características vitivinícolas y frutícolas de la zona que pudiera capacitar para lograr, con una preparación específica, hacer frente a las demandas locales.
Por otro lado, una preocupación dominante de los padres era la imposibilidad para muchos de acceder a estudios medios luego de concluir los primarios. Para ello tenían que trasladarse a otros lugares más alejados, con los consecuentes gastos, que eran muy difíciles de afrontar. Ven así una carencia en nuestro medio que significaba un desafío para todos, ya que, de ser solucionada, favorecería el crecimiento y desarrollo de General Alvear.
Comienzan así las reuniones de algunos vecinos, entre ellos el maestro Jorge Leguizamón (en cuyo honor se nombra la biblioteca escolar), que dan como resultado la constitución de la primera comisión procreación de la escuela. A esta iniciativa se sumaron el apoyo y la colaboración de otras instituciones, como el Rotary Club.
Una de las mayores preocupaciones era el edificio para que pudiera funcionar. Se logró contar con el predio y lo que fueron las instalaciones de la excorporación frutihortícola de Alvear Oeste, que tenía una vivienda y tres paredes que correspondían a un secadero. De ellas, gracias a la colaboración de muchos, surgió la primera aula, que alojó a los alumnos. A partir de este momento, todo pasa a formar parte de la historia del establecimiento educativo, como el inicio de las clases el 19 de abril de 1954, con 33 alumnos inscriptos en el primer año.
Los primeros docentes y su legado en la Escuela
Jorge Leguizamón, aquel maestro presente desde la primera hora en la creación de la EA, era llamado el Napoleón de la comisión por su audacia y espíritu aguerrido y emprendedor, con una gran capacidad para sortear las dificultades que se les presentaban.
Cada una de las personas que pasaron —y pasan— por la EA destacan el espíritu aguerrido y emprendedor que vive en ella. “¿Cómo no tener compromiso con alguien que se involucra, con quien se tiene “un ida y vuelta?”, pregunta retóricamente Graciela Mosiuk, poniendo de manifiesto que la institución es, ciertamente, el resultado de ese compromiso que los conduce a seguir, a proyectar, a emprender y concretar.
Graciela Mosiuk, ahora profesora jubilada de Matemática, Física y Cosmografía, llegó a la E.A. a fines de la década del ochenta. “En junio de 1987, me recibí y, en junio de 1987, comencé a trabajar en la escuela. Fui a consultar si había posibilidades de trabajo y, casualmente, el agrimensor Ernesto Lust comenzaba a transitar su jubilación. Tomé todas sus horas. Pensaba en algo temporal porque quería mudarme a Neuquén y terminé quedándome 32 años ininterrumpidos en sus aulas”.
La profesora, también, dio clases en otros establecimientos educativos de General Alvear y San Rafael y, mientras relata su paso por ellas, afirma que jamás tomó una licencia en “la Agricultura”, por ningún motivo. “La Escuela de Agricultura es mi casa. Yo iba a trabajar a mi casa. Qué mejor cosa que sentirse feliz con lo que se hace en un lugar donde se está tan a gusto”, declara en un tono cuya frecuencia vibra de emoción. “Es una familia para toda la comunidad educativa. ‘La familia chacarera’, resalta sonriente. Como toda familia tiene aspectos positivos y negativos, pero cuando hacés un balance el resultado es positivo, por eso volvemos aún después de habernos ido”.
Marcelo Russo es bioquímico de profesión, pero su trabajo durante muchos años estuvo dentro de las aulas de la Escuela de Agricultura, compartiendo sus conocimientos con cientos de jóvenes que se formaron en el colegio del sur provincial.
El doctor Russo, como lo evocan en la EA, hoy tiene 96 años y recuerda como si fuera ayer sus inicios en el establecimiento. Comenzó a trabajar en 1956, dos años después de su creación. “Fuimos de las primeras camadas de profesores. Colaboramos con mucho amor y cariño para que progresara. Verla, ahora así, es una caricia para el alma. Cómo ha crecido y cuántas satisfacciones nos han dado los alumnos egresados, que se han destacado en distintas disciplinas”, resalta conmovido.
El docente se emociona al hablar de la Escuela, pues en “la recta final de su vida”, como dice, está orgulloso de seguir siendo parte y destaca, el compromiso y el entusiasmo de ser parte de la comunidad chacarera: “Guardo momentos muy lindos, caracterizados por el compañerismo entre profesores y entre alumnos. Todo se hacía con mucho amor”.