2046 es un título que nos remite inmediatamente al futuro. Sin embargo, a modo de leit motif, el narrador nos recuerda durante todo el film que quienes viajan hacia ese hipotético futuro, en su historia de ciencia ficción, lo hacen con la intención de recobrar los recuerdos. ¿Por qué? Simplemente porque en esa conjunción dialéctica de los tiempos se podrá asir lo inasible, lograr la inmóvil eternidad donde nada cambia.
Chow (Tony Leung), el protagonista de In the Mood for Love (“Con ánimo de amar”) recorre en esta secuela un derrotero de amores esporádicos con los que intenta olvidar aquel amor imposible que en el film anterior de Wong Kar-wai encarnaba Maggie Cheung. Pero lo que en esa historia era pasión contenida, sublimada, ahora ha dejado lugar a una búsqueda de satisfacción del deseo que sin embargo no satisface al desengañado periodista. En cada mujer con quien tiene una aventura, Chow pretende recuperar lo que no fue, sin darse cuenta –hasta el final- que como él mismo había dicho al cerrar el capítulo anterior de su historia, “todo lo pasado es inasible.”
Una vecina de habitación, la hija del dueño del hotel, una misteriosa apostadora profesional con un guante negro, todas ellas son mujeres posibles; y sin embargo, en la profunda reflexión sobre el tiempo que es 2046, la conclusión es la que expresa el propio Chow: “De nada sirve encontrar a la persona indicada, si el momento no es el adecuado.”
Es de esta necesidad de pensar y sentir el tiempo que la película se estructura en dos bloques temporales, que a su vez corresponden a dos niveles de realidad: el presente del protagonista, a fines de los años ’60, está marcado por el rítmico paso de los años entre una navidad y otra, o por la acumulación de 10, 100 ó 1000 horas. Y cada momento, cada persona, cada experiencia de su vida, repercute a su vez en la historia que escribe: 2046 es el nombre de su relato de ciencia ficción: se trata de un tren que viaja hacia esa época en la que ya nada cambiará, y donde los viajeros alcanzarán lo que desean. Pero nadie sabe si en verdad esto será posible, porque ningún pasajero ha regresado de esa zona ignota.
La realidad y la ficción confluyen en la idea de un final feliz: todos querrían, como la hija del dueño del hotel y como Chow mismo, que las historias tuvieran finales felices. Una vez Chow lo tuvo al alcance de la mano, pero lo dejó escapar. Y el final feliz que no se permitió en In the Mood for Love lo ha predestinado a una existencia en la que el recuerdo es amor pero sobre todo, dolor.
Como en el film anterior, en éste la música subraya los movimientos de una historia que tiene trazos poéticos: es rítmica, con cadencias líricas propias de la novela que escribe/cuenta Chow, pero también con esa suerte de estribillo que remite al final de In the Mood…: la antigua leyenda que cuenta que cuando alguien tenía un secreto, subía a la cima de una montaña, buscaba un árbol en el que hacía un hueco para depositar el secreto, y después lo sellaba con barro. Ahora Chow deposita su secreto en la literatura, en el libro que escribe, en los lectores en quienes resuena su propia experiencia con ecos dolorosos. Y como es una historia hecha de recuerdos vivos, en la puesta se conjugan los mismos vestidos de Maggie Cheung, las mismas escaleras y calles desiertas en que se encontraban los amantes antaño, el mismo humo evocador de los cigarrillos.
Para Tarkovski, hacer cine era esculpir el tiempo. Darle materialidad a una realidad invisible. Wong Kar –wai pone en obra esta definición, al imprimir en el celuloide trazos, colores, imágenes, que acompañadas de palabras y música inefable condensan la paradoja de los recuerdos: 2046 es un espacio físico –una habitación de hotel-; pero es también un tiempo de la imaginación, un tiempo futuro que subsume el pasado por medio de los recuerdos. Los “secretos del amor” a que alude el subtítulo en castellano tal vez sean la posibilidad que esta vez sí se permite el protagonista, aunque más no sea en el plano de la ficción, de tener un feliz feliz: bella y añoradamente feliz.