Por Emilce Palazzo
Departamento Cultura
El galpón La Lagunita, ubicado en Lisandro de La Torre y Mathus Hoyos, en Bermejo, Guaymallén, es una estación de trenes, que como tantas otras en la provincia, quedó abandonada desde que el tren de pasajeros dejó de pasar y el proceso privatizador de los noventa dejó a su paso una gran cantidad de lugares (incluido pueblos enteros) abandonados.
Actores y titiriteros comenzaron a trabajar en la estación La Lagunita para dar vida a lo restos que dejó esa época y tratar de convertirlos en un “espacio cultural”.
Uno de los actores que intervino en la recuperación de este espacio abandonado fue Pablo Ascencio, quién en su juventud, sin tener contacto con el mundo del teatro, comenzó a tomar clases de actuación y a cambiar radicalmente sus planes: dejó de lado los libros de ingeniería, para estudiar libretos.
La Lagunita como un espacio de cultura comenzó a partir de “Haroldo”, una adaptación realizada por Ascencio de la obra Mascaró, el cazador americano, del escritor argentino Haroldo Conti. La novela de Conti, escrita en 1974, relata el espíritu de lucha que el protagonista, Mascaró, inspira en los integrantes de un circo, quiénes sin darse cuenta participan de una guerrilla y luego son perseguidos por “subversivos”.
Mascaró revela una forma distinta de dar batalla, que en la sociedad actual, signada por una crisis de identidad y falta de compromisos, puede parecer utópica. Pero cuando Pablo Ascencio, en el 2002, le dio vida a “Haroldo”, la utopía se materializó y fue, precisamente, el galpón “La Lagunita” el escenario y la motivación. Este lugar, abandonado aún, encerraba la magia de lo que alguna vez fue.
Para acercarnos a lo que es el “Espacio Cultural La Lagunita” ATPA viajó a Bermejo el pasado 3 de abril y se reunió con el propio Pablo Ascencio.
Los comienzos
-¿Cómo surge la iniciativa de convertir una estación de trenes abandonada, como tantas otras en la provincia, en un Espacio Cultural?
-La cosa es bastante humilde y no escolástica, no responde a formato alguno. En Bermejo hay una movida cultural importante, están la biblioteca popular, la gente de los encuentros de la calle Maure, los famosos artista y artesanos. En los encuentros estaba Pablo Flores, allí nos conocimos, y un día Pablo (Flores) me propone hacer una adaptación de Mascaró, una bellísima novela de Haroldo Conti, que yo tengo muy leída y que además amo. A lo que respondí que eso no se podía hacer porque son miles de personajes y para ello se necesitaría de muchos actores, y nosotros no teníamos un grupo. Y aparte, lo que dice la novela no tiene espejo hoy. Si yo cuento un cuento ahora, tengo que contar un cuento que se pueda entender, si es un cuento antiguo tengo que buscar un cuento que refleje alguna cosa de ahora. Pero a mi me quedó picando, yo no soy escritor, soy actor, pero el destino cruel de tener que hacer una obra ya estrenada en Buenos Aires, y limitaciones como, por ejemplo, tener un grupo de cuatro personas y salir a buscar una obra que se adapte a esa cantidad son las cuestiones que te impulsan a escribir tu obra. Por eso le dije que sí, que hiciéramos la adaptación siempre y cuando fuese en La Lagunita, porque yo vivo acá y no podía ver ese galpón abandonado. Y ahí entra la cosa ideológica, el tren es como la herencia que uno ha recibido, yo he viajado en tren y no es mitología, es la historia del tren y yo la tengo muy grabada. Y ahora ver todo esto vacío es muy triste, es como ver la fotografía menemista del fracaso, de la destrucción. Entonces Pablo (Flores) me dijo, bueno hagámoslo ahí; él puso la idea y yo el lugar.
-¿A quién más se invitó para formar parte de este proyecto?
-Lo primero que hicimos fue una convocatoria dirigida a la Asociación Argentina de Actores, a todas las salas de teatro, a todos los grupos que les interesara venir a escuchar la propuesta. Esta convocatoria estaba firmada por el presidente de la agrupación de vecinos, personajes de la obra (el Enano Perinola y el Príncipe Patagón), Quesada y nosotros. Luego hubo un distanciamiento con Quesada.
-¿Fue sólo una movida de artista o también hubo una conscientización de los vecinos?
-El origen fue de artistas, los vecinos todavía sentían que ese lugar era ajeno. Pero cuando estrenamos nos fue muy bien, en diciembre de 2002, hicimos 5 funciones con 1000 personas, en un lugar que nadie conocía, que nunca antes se había hecho teatro. Yo no me esperaba este fenómeno, pensé que iba a ser mucho más difícil; venía gente hasta del centro. La entrada siempre fue a la gorra, nosotros nunca nos llevamos un mango, éramos 16 artistas que trabajábamos de onda. Lo que se junta es para el lugar.
-¿Cuándo empieza el vecino de Bermejo a formar parte del proyecto?
-El vecino empieza a participar en forma activa el año pasado, cuando hicimos la Vendimia de Bermejo en el galpón. Los vecinos del barrio actuaron recordando cosas que tenían que ver con la historia de La Lagunita.
La batalla
-¿Cuál fue la reacción de la gente al ver que el galpón volvía a tener vida?
-Lo que pasa es que se mezclan las cosas, nosotros estábamos, por un lado, en un sitio que no sabíamos de quién era, en donde hacíamos actividades culturales. En septiembre de 2004 se plantea la cuestión con América Latina Logística (ALL), aparecen máquinas e ingenieros que decían que eran los dueños de ese lugar. Estaban levantando vigas y durmientes, cuando yo me acerqué a decirles que ese lugar era de la comunidad, me pidieron que no hablara fuerte porque estaba presente el comprador. Fue en ese momento cuando atravesé mi camioneta para tratar de que no se continuara. Luego llamamos a los medios de prensa, a la gente de la municipalidad e hicimos la denuncia. Y se llegó a la conclusión de que ALL se estaba robando las cosas.
-¿Ésto pertenece al Estado?
-Estos son bienes del Estado, es un convenio de uso, vos no podes llevarte nada, simplemente lo usas y lo mantenés. En esta pelea nos fue relativamente bien, conseguimos que no se llevaran todo, pero desembocó en una discusión muy fuerte en Guaymallén sobre qué se tenía que hacer con este predio. ALL propuso entregar ese predio a la municipalidad, y nosotros dijimos que no, porque a la municipalidad como agente cultural no le tenemos confianza, hay muchos intereses políticos en el medio, esto tiene que pasar a manos de los vecinos. Para esto era indispensable contar con ellos, y después de una asamblea barrial muy dura la municipalidad lo aceptó. Éramos alrededor de 70 personas; se empezó a ver más la intervención de los vecinos que de la movida cultural, se empezaron a adueñar del lugar.
-Qué es lo que falta para que definitivamente La Lagunita esté en manos de los vecinos?
-La lucha sirvió para que el predio esté, por el momento, en manos de la Organización Nacional de Bienes del Estado (ONABE), ahora estamos en un proceso de burocracia, esperando que los trámites legales reconozcan a lo verdaderos dueños. Mi sueño es que cada vecino tenga una llave de este galpón.
Para Pablo Ascencio este galpón es especial, representa al tren, un recuerdo vigente de su infancia, que simboliza, según él, no sólo las estaciones colmadas de gente, sino también, la solidaridad que se generaba. Comentó que “cuando era chico con mi mamá, mi hermana y una maleta enorme, llegamos a la estación y el tren se iba frente a nuestras narices, comenzamos a correr y el guarda nos ayudó a subir y así no lo perdimos.
Iniciativas como La Lagunita constituyen un ejemplo de que el rescate del patrimonio cultural permite mantener vigente nuestras identidades y de esta manera poder trascender como pueblo.