Desde Pamplona. Por Aitor Guenaga, de El País de Madrid. Especial para Página/12.
“Un milagro”, repetía un estudiante poco después de la explosión. No hacían falta más de dos palabras para expresar mejor lo que supuso el coche bomba colocado ayer por la ETA en el estacionamiento de la universidad privada de Pamplona, dirigida por el Opus Dei. Sólo la suerte evitó que los cerca de 80 kilos de explosivo reforzado, según una primera estimación, colocados en el interior de un Peugeot que había sido robado pocas horas antes en Zumaia (País Vasco), convirtiera esas dos palabras en una tragedia que podía haberse cobrado la vida de estudiantes, profesores o empleados de la citada universidad. Finalmente, la onda expansiva produjo una veintena de heridos leves, la mayoría de ellos hospitalizada en la Clínica Universitaria, donde fueron atendidos de cortes menores, cuadros de ansiedad e intoxicación.
Los terroristas estacionaron el auto frente al ala izquierda del edificio central de la universidad y a unos 30 metros de la biblioteca de Humanidades. Esa parte del estacionamiento al aire libre en una zona de tránsito para los centenares de estudiantes que a esas horas, eran las 10.58 (hora local), se encontraban en el campus universitario. “Había gente paseando justo al lado”, añadió una estudiante que relataba cómo se había refugiado junto a sus compañeros de clase de los chaparrones que no pararon de caer durante todo la mañana en la capital navarra.
Cuando la lluvia caía a cántaros, de repente tembló todo. Las persianas y las ventanas saltaron por los aires, los cristales alfombraron buena parte del suelo de los edificios situados cerca del estacionamiento donde el terrorista abandonó el vehículo cargado de explosivos. Las caras de susto y la ansiedad dieron paso en pocos minutos a una oleada de llamadas desde los celulares para tranquilizar a las familias. “Estoy bien, estoy bien”, era la frase más repetida. “Nos sacudió la onda expansiva e intentamos salir de clase por un lado. Nos echó para atrás, y luego salimos por otro. En la calle me encontré con mis compañeros, las caras llenas de sangre. Todo muy espantoso”, contó otra estudiante.
En un tiempo record –apenas doce horas– el comando que ayer atentó en el campus de la Universidad de Navarra robó un vehículo, lo cargó con el explosivo y lo trasladó desde Guipúzcoa, en el País Vasco, hasta Pamplona para hacerlo estallar pocos minutos antes de las 11 de la mañana.
No es la primera vez que ETA actúa de esa manera. Pero es sintomático que el comando que actuó ayer, radicado casi con toda seguridad en Guipúzcoa, según las hipótesis policiales, se desplazara hasta Pamplona para atentar, en vez de elegir otro objetivo mucho más cercano, evitando así el riesgo que supone conducir un coche bomba.
El ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, no quiso elucubrar con la posibilidad de que los separatistas vascos hubieran querido mostrar músculo y capacidad operativa en la misma ciudad donde dos días atrás la policía había desarticulado un grupo de “legales” –como se conoce a los no fichados por la policía– que tenía todo lo necesario para comenzar una campaña de atentados. El comando Vizcaya que dirigía Arkaitz Goikoetxea, desarticulado por la Guardia Civil en julio pasado, ya empleó ese modus operandi en su ataque contra el club Marítimo de Getxo. Sus integrantes robaron por la mañana una furgoneta en el estacionamiento de un centro comercial, cargaron los 60 kilos de amonal y de madrugada un encapuchado puso el vehículo con su carga mortífera en la parte de atrás del club Marítimo en la localidad vizcaína de Getxo.
La UNCUYO fue sede del Foro Energético Nacional
22 de noviembre de 2024